Domingo XXVI Ordinario – Ciclo C (Lucas 16, 19-31) – 26 de septiembre de 2010

 

“(...) tampoco creerán aunque un muerto resucite”

 En esta “Perla del Pacífico”, en la que todas las sangres coexisten, con grandes contrastes, los muertos no son una señal. Algunos casos concretos publicados por los medios de comunicación nacional muestran que no somos la excepción.

En los últimos días algunos nuevos empresarios, autodenominados políticos, están sufriendo el fuego de la desesperación, varios ataques violentos a la vida. La inseguridad ciudadana, las negligencias médicas, los niños engendrados y los desnutridos, ancianos abandonados…, los muertos (matados) parecen ya no ser una señal preocupante.

¿Cuánto gasta usted (“invierte”) en su campaña política? ¿Quién o cómo la financia? Estas preguntas les golpean en el hígado a los “políticos”. El mito del millonario no necesita robar es como el discurso que promete trabajar por el bien común y los pueblos marginales. Los pobres siempre han sido y serán un buen (mal)  pretexto, por eso el sistema hace que cada día aumenten. En los planes de gobierno suelen estar presentes los pobres, son tantos que no se les puede ignorar.

Los candidatos son casi “puros” no tienen la culpa de nuestra amnesia e ingenuidad. El problema es la insensibilidad e inconsciencia al quitar el pan, el mínimo sueldo, la cuota para mantener el puesto laboral. Pero, abrigo la esperanza en que los electores les darán de comer de su propio cocinado a los candidatos, han recibido regalitos y caramelos de tantos y sufragarán con libertad (¿Seré ingenuo?).

Vivo en una calle de la mejor expresión culinaria marítima: el ceviche entre otros. La hora del almuerzo es un espectáculo motorizado del año, a la puerta estiran las manos niños, embarazadas y ancianos. Es tan común y cotidiano que al reflexionar la parábola contada por Jesucristo del Rico y el pobre Lázaro veo su actualidad y alcance social.

¿Cómo creer en la justicia, el bien común, la palabra, el amor, la familia, la comunidad, la amistad? Los ignorantes están disculpados, pero no de continuar así. Quienes ven la pobreza, la utilizan y sacan provecho no pueden decir que trabajan por los pobres, porque en la realidad los pobres trabajan por él.

La mesa está servida pero no para el egoísmo, sino para la generosidad, no para la gula sino para el compartir, no para la mentira sino para la verdad, no para el odio sino para el amor. ¿Cómo dejar de ser egoístas, golosos, mentirosos y odiosos?

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