"Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu"

Séptima Palabra:


A su eterno Padre, ya el espíritu encomienda;
si mi vida no se enmienda,
¿en qué manos parará?
En las tuyas desde ahora
mi alma pongo, Jesús mío;
guardaría allí yo confío
para mi última hora.

"Era ya eso de medio día, y vinieron las tinieblas sobre toda la tierra hasta la media tarde; porque se oscureció el sol. El velo del templo se rasgó por medio. Y Jesús, clamando con voz potente dijo: ´Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu´. Y  dicho esto expiró:" (Lc 23, 46) "Al ver el centurión lo sucedido, glorificaba a Dios diciendo: «Ciertamente este hombre era justo.» 48. Y todas las gentes que habían acudido a aquel espectáculo, al ver lo que pasaba, se volvieron golpeándose el pecho."

Padre:
-         Se dirige al “Padre”: con la seguridad de un niño, Jesús ofrece un grito muy fuerte con lo último del aliento que le quedaba: "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu" (Lc. 23, 46). Cuando tenía sólo 12 años, Jesús dice a sus padres que lo habían estado buscando durante tres días: “¿No sabíais que es preciso que me ocupe en las cosas de mi Padre?” (Lc 2, 49).
-         Abbá Padre: es una expresión aramea, (Mc. 14, 36 Gal. 4,6 Rom. 8, 15).   “Abbá” expresa no sólo la alabanza tradicional de Dios “Yo te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra” (cf. Mt 11, 25), sino que, en labios de Jesús, revela asimismo la conciencia de la relación única y exclusiva que existe entre el Padre y Él, entre Él y el Padre. Extraordinarias palabras conservadas por Mateo (Mt 11, 27) y también por Lucas (Lc 10, 22): “Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quisiere revelárselo”.
-          “Abbá”  testimonia esa particular comunión de personas que existe entre el padre y el hijo engendrado por Él, entre el hijo que ama al padre y al mismo tiempo es amado por Él. Cuando, para hablar de Dios, Jesús utilizaba esta palabra, debía de causar admiración e incluso escandalizar a sus oyentes. Un israelita no la habría utilizado ni en la oración. Sólo quien se consideraba Hijo de Dios en un sentido propio podría hablar así de Él y dirigirse a Él como Padre. “Abbá” es decir, “padre mío”, “papaíto”, “papá”.
-         Abbá: en la oración en Getsemaní, Jesús exclamó: “Abbá, Padre, todo te es posible. Aleja de mí este cáliz; mas no sea lo que yo quiero, sino lo que tú quieras” (Mc 14, 36).
-         Al final de su vida, en la oración sacerdotal con la que concluye su misión, insiste en pedir a Dios: “Padre, ha llegado la hora, glorifica tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti” (Jn 17, 1). “Padre Santo, guarda en tu nombre a éstos que me has dado” (Jn 17, 11). “Padre justo, si el mundo no te ha conocido, yo te conocí...” (Jn 17, 25). Ya en la parábola sobre el juicio final, proclama: “Vengan a mí, benditos de mi Padre...” (Mt 25, 34). Luego pronuncia en la cruz sus últimas palabras: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lc 23, 46). Por último, una vez resucitado anuncia a los discípulos: “Yo les envío la promesa de mi Padre” (Lc 24, 49).
-         Padre: “Ego et Pater unum sumus”  “somos una misma persona” “somos uno”, en la teología trinitaria se entiende “para que conozcan y sepan que el Padre está en mí y yo en el Padre”. La unicidad con el Padre mostrada en el diálogo con Felipe: “Señor, muéstranos al Padre, y nos basta” (Jn. 14:8)  Jesús le dijo: “¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿Cómo, pues, dices tú: Muéstranos el Padre?” (vs.9).
-         Jesucristo “conoce al Padre” tan profundamente, ha venido para “dar a conocer su nombre a los hombres que el Padre le ha dado” (cf. Jn 17, 6) Un momento singular de esta revelación del Padre lo constituye la respuesta que da Jesús a sus discípulos cuando le piden: “Enséñanos a orar” (cf. Lc 11, 1). Él les dicta entonces la oración que comienza con las palabras “Padre nuestro” (Mt. 6, 9-13 Lc. 11, 2-4).  
En tus manos:
-         La mano de Dios es la de la justicia, la del amor. Ante un Dios justo y amoroso sólo nos queda confiar, abandonarnos a sus manos. Dejar nuestra vida en sus manos.
-         La mano creadora, es remontarse al creador del mundo, del ser humano. Reconocer que es la mano que amasa la vida de cada uno.
-         Es la mano que muchas veces sanó al paralítico, devolvió los ojos al ciego, resucitó a la Hija de Jairo, al hijo de la viuda, a su amigo Lázaro. Es la mano que puede restaurarnos interiormente.
Encomiendo mi espíritu:
-         El último aliento de Jesús. La oblación de su propia vida, a disposición de su Padre.
-         La oblación de la propia vida, que Jesús pone a disposición del Padre. Invoca el salmo 30,6, en que el justo atormentado confía su vida al Dios bondadoso y fiel:
-         ¡Sálvame, Señor, por tu misericordia! Sácame de la red que me han tendido, porque tú eres mi refugio. Yo pongo mi vida en tus manos: Tú me rescatarás, Señor, Dios fiel. Oigo los rumores de la gente y amenazas por todas partes, mientras se confabulan contra mí y traman quitarme la vida. Pero yo confío en ti, Señor, y te digo: “Tú eres mi Dios, mi destino está en tus manos”. Líbrame del poder de mis enemigos y de aquéllos que me persiguen.

Finalmente, 
El Unigénito de Dios no estuvo exento de la muerte.
Nació humanamente y murió humanamente.
Su madre lo vio nacer y también lo vio morir.
Sin su muerte la expiación jamás se hubiera llevado a cabo.
Jesús fue el cordero escogido desde la eternidad. (1 Pedro 1:19-20)
Jesús fue el cordero mudo que se dejo llevar al matadero. (Isaías 53:7)
Jesús fue el cordero inmolado. (Apo. 5:12)
Jesús fue el cordero de Dios que quita el pecado. Juan 1:29.


Gloria de su Gloria, Dios de Dios,
de siempre igual a El,
Tú has venido del Padre.
Y ahora al Padre vuelves
desde nosotros, igual a nosotros,
Dios y Hombre para siempre.

En el seno del Espíritu
el Padre te acoge, Hijo Bienamado,
Amén de su Amor ya satisfecho.

La Muerte ha sucumbido en tu Muerte
como un fantasma inútil, para siempre.
Y en tus Manos reposan nuestras vidas,
vencedoras de la muerte, a su hora.
En tu Paz descansa esperanzada
nuestra agitada paz.

Descansa en Paz, por fin,
en la Paz del Padre, eterna,
Tú que eres ¡nuestra Paz!

(Casaldáliga, Pedro.)

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