IV Domingo de Cuaresma (C): Parábola del hijo pródigo

La historia de una Padre 

 


Regreso del hijo pródigo (Leonello Spada, museo del Louvre)



IV Domingo de Cuaresma

Año litúrgico 2021 - 2022 - (Ciclo C)


Había una vez un Padre bueno, y sus hijos no podían creer que eran amados, y amados más allá de sus propias fuerzas. Entonces, sus hijos lo respetaban como padre, pero en el fondo no le creían. Unos, querían manipularle emocionalmente con sus dádivas, y otros, darle la contra con sus celos y egoísmos.

 

El padre sabía, cómo sus hijos malgastaban su fortuna, le robaban, le pedían hasta las pocas monedas de su jubilación. Entonces, es cuando es difícil comprender las historias que exponen padres de manos abiertas con hijos llenos de codicia, madres de corazón generoso con hijos colmados de malas intenciones.

 

El padre escuchaba, con los oídos del corazón, las palabras de sus hijos, lejanos y cercanos, equivocados y autorreferenciales. Cómo no le va zapatear el corazón al escuchar el ruido de la puerta, del que se va, o del que viene. Como cada madre, conoce el corazón del que se va, insatisfecho, anhelando una aventura nueva; y también el del satisfecho, sus auto-represiones, justificaciones, cumplimientos.

 

El padre espera, cual orfebre o agricultor, cada paso de sus hijos, los quiere felices. En el horizonte cada silueta tiene un nombre, un qué hacer, un continuo descubrimiento del para qué existo. Donde vayan, la dimensión del sentido de la vida late y quema. En esos caminos espinosos está, como la madre, cicatrizando a su creatura de sangre, de agua, de huesos finitos, de cenizas cuaresmales.

 

El padre respeta la libertad de sus hijos, en sintonía con el aire y el sol, desde la aurora hasta el ocaso, con la luna durante la noche. Deja las puertas abiertas, las lámparas encendidas, la mesa con el pan caliente y el vino envejecido. En medio de los desprecios, sabe que sus hijos le necesitan. 

 

El Padre ve, ciego de amor, cada rostro que se le aparezca de regreso, para abrazarle, besarle y revalorar su dignidad. Cómo no ser materno ante un corazón contrito que regresa, a palabrear o reclamar, para disimular su culpa, pero en el fondo está sediento del agua viva de su creador.

 

Y la madre no sólo conserva cada cabello de sus hijos, sino que limpia, aromatiza y están listos: un buen vestido, un anillo, unas sandalias. Además, de prepararse el mejor cordero a la parrilla para celebrar el reencuentro y todo mientras haya vida. Y, sin duda, los músicos deleitan con armonía celestial aquella viña, terrena y eterna, de cada corazón, de toda la familia.

 

¿Te identificas con el padre? 

Un padre sabe, escucha, espera, respeta, ve, cuida, hace fiesta. Se dice: “de tal palo tal astilla, de tal fruto su semilla”, o "de tal padre, tal hijo", "de tal madre, tal hija". Entonces, la historia de los hijos te será más familiar y más fácil de contar.

 

Palabra del Papa Francisco

 

Los hijos pueden decidir si unirse a la alegría del padre o rechazarla. Deben interrogarse sobre sus propios deseos y sobre la visión que tienen de la vida. La parábola termina dejando el final en suspenso: no sabemos qué cosa ha decidido hacer el hijo mayor. Y esto es un estímulo para nosotros. Este Evangelio nos enseña que todos tenemos necesidad de entrar a la casa del Padre y participar de su alegría, en la fiesta de la misericordia y de la fraternidad. Hermanos y hermanas,  ¡abramos nuestro corazón, para ser “misericordiosos como el Padre”! Gracias.

Catequesis del Papa Francisco sobre el hijo pródigo y el Padre Misericordioso, en la audiencia general del miércoles 11 de mayo 2016

 

 

Lectura del santo Evangelio según San Lucas 15, 1-3. 11-32

En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús todos los publicanos y pecadores a escucharlo. Y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo:
«Ese acoge a los pecadores y come con ellos».
Jesús les dijo esta parábola:
«Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre:
“Padre, dame la parte que me toca de la fortuna”. El padre les repartió los bienes.
No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se marchó a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad.
Fue entonces y se contrató con uno de los ciudadanos de aquel país que lo mandó a sus campos a apacentar cerdos. Deseaba saciarse de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba nada.
Recapacitando entonces, se dijo:
“Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me levantaré, me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros».
Se levantó y vino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se le conmovieron las entrañas; y, echando a correr, se le echó al cuello y lo cubrió de besos.
Su hijo le dijo:
“Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo”.
Pero el padre dijo a sus criados:
“Sacad enseguida la mejor túnica y vestídsela; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y sacrificadlo; comamos y celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”.
Y empezaron a celebrar el banquete.
Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y la danza, y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello.
Este le contestó:
“Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha sacrificado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud”.
Él se indignó y no quería entrar, pero su padre salió e intentaba persuadirlo.
Entonces él respondió a su padre:
“Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; en cambio, cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado”.
El padre le dijo:
“Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero era preciso celebrar un banquete y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”».


Pintura:

Regreso del hijo pródigo (Leonello Spada, museo del Louvre)

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