sábado, 23 de octubre de 2010

Domingo XXX Ordinario – Ciclo C (Lucas 18, 9-14) – 24 de octubre de 2010


“(...) por considerarse justos, despreciaban a los demás”

Tú y yo conocemos una amiga o un amigo, las primeras conversaciones se tornan idealistas. Se opina sobre la amistad, el matrimonio, la política, la equidad de género, las relaciones entre parejas, los valores morales, la amabilidad y el reconocimiento,… Gracias a Dios, el tiempo va presentando una radiografía más cercana a la realidad y a la calidad de personas con quienes nos relacionamos.

Nos mostramos como los grandes triunfadores o como las víctimas del “destino”. Ambos comportamientos nos afectan. A veces, uno no para de hablar de sí mismo, cuenta sus logros, lo especial que es para su familia, sus amistades influyentes, los lugares que conoce, las propiedades e inversiones que tiene, las veces que ha ‘descubierto la pólvora”. Después de un prolongado monólogo pregunta a la otra persona: ¿Cómo estás? ¿Y tú qué haces? 

El otro comportamiento es el que busca captar la atención, presentándose como víctima. Contando las fatalidades de la vida, lo indefensos y abandonados que se encuentran. Son tan dependientes que si se prescinde de dicha conversación podrían “morir”. Tanto que el implicado se siente responsable y por una solidaridad innata no puede quedarse con las manos atadas.

En el fondo son formas de comportarse, hay que quitarles la panca exagerada o la fatalista y aterrizar. Ambas, aparentemente se complementan, pero es difícil porque cada una sigue su cauce mirándose con ojos exagerados.  Al final, la persona tiende a la libertad, a ser autónoma en sus decisiones, a saber contar con los demás.

Las personas cuando pisan tierra van comprendiendo la autonomía no como autosuficiencia, la independencia no como egocentrismo, el cumplimiento no como perfección, la bondad no como santidad, los logros no como objetivos terminados, las metas superadas no como retos terminados. En este sentido, la autenticidad personal no pasa por depender de las opiniones de los demás, ni por compararse con los que los consideramos ‘peores’. Una vida transparente no esconde miedos, Dios la conoce tal cual.

Finalmente, lo justo es lo justo no según nuestros criterios personalizados, sino mirados con el corazón generoso y misericordioso de Dios. La vida está en construcción, no la tenemos terminada por más que la presentemos decorada, cada día necesitamos semejarnos a Dios no a nosotros mismos. Aceptar las debilidades y fortalezas es un buen plan para aprovechar las oportunidades que nos da Dios y superar las amenazas del orgullo y la arrogancia.

sábado, 16 de octubre de 2010

Domingo XXIX del Tiempo Ordinario. Ciclo C


(Lucas 18, 1-8).  17 de octubre de 2010
“(...) orar siempre sin desanimarse”

Por las alturas de mi pueblo hay quebradas que tienen arroyos de agua permanente, las piedras han tomado la forma de platos  ubicados como dispuestos para recibir el agua. Pero, la naturaleza ha hecho que las gotas de agua vayan  labrando las rocas. 

Hace unos meses me empeñe en cultivar el jardín, compré las mejores semillas de flores, cultivé la tierra, la aboné, la regué y la ubiqué en un lugar apto para un almácigo, los 15 días de germinación parecían una eternidad. Buscaba alguna señal de vida por varios días y  no germinaban las flores. Un día, alguien no se percató de mi esperanza escondida y echó hojas y cartones encima.

El almácigo se arruinó, a los pocos días tiramos la tierra. Días después, olvidado el asunto me percaté de unas hojas verdes que se arrastraban y cobijaban 3 sandillas. Sigo empeñado en el jardín, con el poco tiempo sembré geranios, parece que demoran mucho tiempo en florecer.

Otra experiencia que puede servir para graficar el sentido la oración perseverante es un estudiante de música. Leer música no permite saltearse etapas, la genialidad está en tener la paciencia para interpretar cada nota con su sonido y compas adecuados. La escala de notas musicales se ensayan muchas veces hasta lograr un sonido natural y luego armonioso.

El agricultor que apura a sus productos corre el riesgo de perderlos, el músico que deja de ensayar no desarrollará sus dones naturales. La paciencia y la perseverancia son dos aliadas inseparables.
Al final, la paciencia y la perseverancia grafican nuestra forma de ser. Impacientes y volubles, desesperados y relativistas. Sin duda, parece que vivimos en un mundo de desesperados porque se ven pocas obras que tengan como valor la paciencia.

Un ejemplo bello nos expone Jesús, la viuda perseverante hasta lograr que un juez “sordo” le haga  justicia. Hoy que la injusticia no llega sólo con indiferencia sino también con violencia física y psicológica Jesús nos aconseja que la justicia siempre triunfa.

Hay que orar a Dios siempre, con las palabras y el cuerpo, levantando los brazos, sin bajarlos. Para orar necesitamos alma, corazón y vida.

sábado, 9 de octubre de 2010

T O- XXVIII- C (Lucas 17, 11-19)-10 de octubre de 2010


"El Samaritano agradecido"

“¿Acaso no eran diez los que quedaron limpios de su enfermedad?”

Yo estoy agradecido de algunos de mis maestros a nivel intelectual y espiritual que he tenido en esta corta historia de vida. He podido experimentar la docencia en la universidad y en pocos años observar cómo algunos de los estudiantes han terminado su carrera. Naturalmente, de los cientos de estudiantes, son contados los que expresen su agradecimiento.

Alguno agradece, otro ofrece su amistad y muchos en la calle fingen no verme. No es que quiera un reconocimiento público sino solamente la amabilidad porque yo prefiero saludarles a ignorarles. 

Alguna vez un estudiante que inasistió a la mayoría de sesiones quería presentarse sólo a rendir el examen, le acepté y desaprobó, pidió un examen de recuperación, en realidad la mayoría de estudiantes la pidió. Dicho estudiante desaprobó, buscó la injerencia directiva para justificar y pedir otro examen. Siguió desaprobando. Hace un mes nos encontramos y nos reímos de dicha experiencia.

En esta parábola del “Samaritano Agradecido” (los leprosos) Jesús nos cuestiona con una escena en la que es sorprendido del agradecimiento de un solo leproso, es decir el 10 % de la población agradece estar limpio, sano y salvo. Es gracioso que antes de estar sanos, los leprosos andan juntos, cuando quedan salvos cada uno se siente libre de hacer lo que quiere y se pone en evidencia el concepto de salvación, por sus propias fuerzas, o por Dios, merecedores o beneficiarios por pura gracia.
Sano y salvo, “vivito y coleando” decimos popularmente. No son términos sinónimos, sino distintos, pues uno puede quedar sano pero no salvo. Algunos podemos acoger el beneficio de la salud y no mantenernos limpios. El estudiante decía: “desde esa vez ‘profe’ dejé de tomar a la ligera mis estudios, ya estoy terminando mi carrera”. De estudiantes pedimos plazos y oportunidades y seguiremos haciéndolo toda la vida si no sanamos dicho hábito.

Muchos maestros enseñan que uno nunca deja de aprender, me da temor acercarme a los más doctos. Pero los maestros suelen ser unas madres porque siempre cuentan los graciosos y buenos que fueron los estudiantes, se olvidan o no lo dicen que el estudiante copiaba, llegaba tarde o no asistía y necesitaba dibujitos para comprender. 

Lo que hizo el samaritano Agradecido fue acudir a clases y buscarle al maestro para seguir aprendiendo. No se contentó con estar sano, buscó alimentar y fortalecer su fe para estar salvo. La salud eterna, acá y allá. Sin duda, nunca dejamos de aprender de Jesús, así que necesitamos acercarnos, el nos da la salud y alimenta nuestra fe.

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sábado, 2 de octubre de 2010

T.O. XXVII – Ciclo C (Lucas 17, 5-10) – 2 de octubre de 2010



“Los apóstoles pidieron al Señor: – Danos más fe”

Las elecciones municipales y regionales nos tienen expectantes en este domingo. Hay que felicitar a los candidatos que trabajaron con muchos ánimos durante su campaña. Esa fuerza desplegada es envidiable para la misión acción de los seguidores de Jesucristo.

Durante la campaña electoral se han visto algunas pancartas agradeciendo a los gobernantes. Más que agradecerles se les debe felicitar a quienes cumplieron con su obligación de trabajar a favor del pueblo que los eligió. Ellos como servidores (as) cumplen su obligación de trabajar por el bien común, porque si lo hacen por el bien propio es una aberración a la democracia.

En esta historia herida por el cáncer de la corrupción parece difícil ser justos. Precisamente ahí está el detalle: quien se mantenga fiel en medio de la injusticia y la violación de los derechos, vivirá. Tenemos esperanza de que el mal nunca se apoderará de la historia definitivamente y de que la fe mueve montañas.
El buen servidor cumple con sus obligaciones. Si quien sirve como gobernante, comunicador, padre de familia, madre de familia, hijo, obrero, docente,… cumple con sus obligaciones, naturalmente se desarrollará la humanidad. Hoy, nos puede parecer algo absurdo: servir sin esperar nada a cambio, abandonarse a los brazos de Dios, tener una fe inquebrantable. Al final, en palabras de Jesucristo: 'Somos servidores inútiles, no hemos hecho más que cumplir con nuestra obligación.'.

El cristiano tiene la obligación también de buscar el cambio del mundo, sin desanimarse - “¿Hasta cuándo clamaré, Señor, sin que me escuches?”- porque Jesucristo no nos desampara: “Yo estaré con vosotros todos los días hasta la consumación del mundo” o como san Pablo anima a Timoteo y le recuerda que Dios nos ha regalado su propio Espíritu, “el Espíritu Santo habita en nosotros”, que “no es un espíritu cobarde, sino un espíritu de energía, amor y buen juicio”.

Todos nos ilusionamos en servir mejor, con calidad, sin engreírse, somos siervos ‘inútiles”  porque todo lo recibimos de Dios, pero con mucha utilidad en nuestra misión. Molesta tanto el orgullo de quienes tienen un poco de poder y lo usan para hacer daño. El servicio a los demás es vertebral: “También ustedes, cuando hayan cumplido todo lo que se les mandó, digan: No somos más que administradores, sólo hemos hecho lo que teníamos que hacer”.

viernes, 1 de octubre de 2010

Domingo XXVI Ordinario – Ciclo C (Lucas 16, 19-31) – 26 de septiembre de 2010

 

“(...) tampoco creerán aunque un muerto resucite”

 En esta “Perla del Pacífico”, en la que todas las sangres coexisten, con grandes contrastes, los muertos no son una señal. Algunos casos concretos publicados por los medios de comunicación nacional muestran que no somos la excepción.

En los últimos días algunos nuevos empresarios, autodenominados políticos, están sufriendo el fuego de la desesperación, varios ataques violentos a la vida. La inseguridad ciudadana, las negligencias médicas, los niños engendrados y los desnutridos, ancianos abandonados…, los muertos (matados) parecen ya no ser una señal preocupante.

¿Cuánto gasta usted (“invierte”) en su campaña política? ¿Quién o cómo la financia? Estas preguntas les golpean en el hígado a los “políticos”. El mito del millonario no necesita robar es como el discurso que promete trabajar por el bien común y los pueblos marginales. Los pobres siempre han sido y serán un buen (mal)  pretexto, por eso el sistema hace que cada día aumenten. En los planes de gobierno suelen estar presentes los pobres, son tantos que no se les puede ignorar.

Los candidatos son casi “puros” no tienen la culpa de nuestra amnesia e ingenuidad. El problema es la insensibilidad e inconsciencia al quitar el pan, el mínimo sueldo, la cuota para mantener el puesto laboral. Pero, abrigo la esperanza en que los electores les darán de comer de su propio cocinado a los candidatos, han recibido regalitos y caramelos de tantos y sufragarán con libertad (¿Seré ingenuo?).

Vivo en una calle de la mejor expresión culinaria marítima: el ceviche entre otros. La hora del almuerzo es un espectáculo motorizado del año, a la puerta estiran las manos niños, embarazadas y ancianos. Es tan común y cotidiano que al reflexionar la parábola contada por Jesucristo del Rico y el pobre Lázaro veo su actualidad y alcance social.

¿Cómo creer en la justicia, el bien común, la palabra, el amor, la familia, la comunidad, la amistad? Los ignorantes están disculpados, pero no de continuar así. Quienes ven la pobreza, la utilizan y sacan provecho no pueden decir que trabajan por los pobres, porque en la realidad los pobres trabajan por él.

La mesa está servida pero no para el egoísmo, sino para la generosidad, no para la gula sino para el compartir, no para la mentira sino para la verdad, no para el odio sino para el amor. ¿Cómo dejar de ser egoístas, golosos, mentirosos y odiosos?