En Semana santa y en las fiestas solemnes de la Diócesis podemos ver en procesión al altar una larga fila de sacerdotes, religiosos, seminaristas y acólitos. Entonando cantos, contentos de ir hacia la fuente tranquila, a la celebración donde se reposa la cabeza para alimentarse espiritualmente.
Es una expresión de “Yo soy” – Dios- en camino, junto, con su pueblo. Yo soy un sacerdote feliz en camino con mi pueblo. Yo soy un laico feliz con la misión de transformar el mundo. Yo soy una religiosa feliz con mi vocación. Yo soy un matrimonio feliz con el objetivo de santificar a la vida familiar.
“Yo soy” es una frase pronunciada con ansias de aceptación o con mucha seguridad que puede evidenciar inseguridad. También es una frase que en nuestro contexto evidencia un agocentrismo y egoísmo, pero en el contexto bíblico es un chorro de oportunidades de vida, de darle sentido a nuestra existencia.
Cuando vemos a la procesión ingresar con sus vestimentas litúrgicas, nos dan ganas de tomar fotos y podemos decir interiormente “qué bacán”, “quiero ser como ellos”, “se les ve tan tranquilos” (no tanto). Pero ojo, es una gran responsabilidad, el “yo soy” te lleva al Ser como Cristo.
Luz, para brillar en la oscuridad, pan para alimentar a los demás, vida para tener rostros de resucitados, camino para no entrar por los espinos, verdad para desterrar la mentira. Puerta, la que se abre y se cierra, está dispuesta a recibir a los demás, pero también debe proteger la interioridad sagrada.
Si tú quieres ser como Cristo, no lo dudes, es bonito, te lleva a la felicidad, sólo tienes que definir cómo quieres servir al Dios de la vida y del amor. Entrar, caminar, reposar la cabeza en el altar, pero no quedarse con el alimento, sino salir a compartirlo, es una urgencia, la puerta sirve de mucho para salir cuando es una emergencia.
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