Carta a Cleofás: los discípulos de Emaús

'El discípulo' es mi nombre



Nuevo continente, abril 2020

Hola Cleofás, 

CelofánSoy tu compañero de viaje a Emaús. No me llamas por mi nombre porque podrías equivocarte y eso sería poco cortés de tu parte. Te doy algunas claves para que la atines: juntos estábamos molestos con las mujeres que parecían poseídas al hablar de la tumba vacía, de su conversación con los ángeles y de que habían visto al mismo Jesús. Recordarás a Pedro que se ahogaba como un asmático después de ver la tumba y a Juan que sólo miraba al cielo como en éxtasis. A los camaradas que pensaban en recuperar el cuerpo de Jesús, pero se morían de miedo. Recordarás a Tomás, era un loco cuerdo, desconfiado. Y finalmente, recuerdas el Pan que compartimos, amigo, es la cena de más importante de nuestras vidas.   
 
Caminábamos tristes y rompiendo el suelo con nuestros bastones, la cólera por el tiempo perdido, las cosas no eran como nosotros hubiésemos querido que sean. Recuerdas al forastero, nos asustó porque apareció de la nada, por cierto, lo trataste como a alguien fuera de órbita, parecía no saber nada del acontecimiento que había conmovido al pueblo. 

Pero no voy a decir que sólo tú le trataste como al único ignorante de Jerusalén, yo también solté la lengua para descargar mi cólera, mi impotencia, mi decepción. Además, de la gran injusticia cometida por las autoridades. Nos daba tanta rabia ver que los religiosos condenaban en nombre de Dios y los políticos los usaban a los religiosos para aplacar cualquier levantamiento o protesta. 

Por esas injusticias, el profeta debió usar su poder. Pero lo mandaron matar y no hizo más que bendecir y perdonar. Apenas le tomaron preso en Getsemaní debió llamar a los ángeles a que lo liberen, pero no lo hizo, ¡no lo hizo!,… eso no era lo que yo esperaba, pues si te provocan y puedes destruirlos o quemarlos con un rayo por qué no hacerlo,… Sencillamente no le dio la gana de hacerlo. Eso me dio mala espina y también decidí huir, ya todo había acabado, “muerto el perro muerta la rabia”. Por eso, cuando varios decían que estaba vivo, recordaba la frase de mi abuelo: “Al cerdo le capan una sola vez” y no quería que me engañen otra vez.  Ah, bueno, disculpa, me estoy pasando, cuando me acuerdo… 

Cleofás, amigo, te escribo no para recrearte nuestros tragos amargos, sino más bien para acordarnos del Pan que compartimos. 

El forastero nos dio lecciones de vida. Lo tratamos como a ignorante y era el que lo vivía en carne propia y nos mostró nuestra torpeza. Me dio ganas de darle un bastonazo cuando nos dijo “necios y duros de corazón”, yo esperaba un insulto más y estallaba. Sin embargo, algo no iba bien, era como revivir esos momentos a lado del Maestro. Te confieso que el camino fue tan corto porque cada paso que daba era tan rápido como sus enseñanzas. Ese entrenamiento físico e intelectual sentía que me liberaba de mi pesimismo existencial.

Sus palabras quebraban mi furia y doblaba mi bastón como a la espada de Pedro. En realidad, el hambre de poder ha matado a los profetas y seguíamos víctimas de injusticias. Las luchas violentas solo nos hacen más pobres y mas ricos a los ricos. Era lógico, cómo encontrarlo en la tumba al que está vivo. ¿Puede un vivo estar entre los muertos? Yo, estaba buscando al Dios fabricado por mis impotencias y anhelos y no al Dios de los profetas, a ese Dios de Abraham, al que liberó de la esclavitud en Egipto, en Babilonia, y por qué no del Imperio Romano.  

Ya estaba listo para seguir caminando, el miedo estaba atenuándose. Pero el forastero se había hecho acreedor de nuestra hospitalidad, de nuestra mesa. Esta es la parte que más recuerdo, no de tu cara, pero si de sus ojos, de su rostro, de sus palabras. Ahora resulta que el forastero venía a enderezarnos el camino, el huésped era el dueño de la casa, el hambriento era el Pan, el invitado era el anfitrión, y en el camino el mismo Profeta nos hablaba de los profetas, el resucitado de la resurrección, el justo de las injusticias…

Aquella tarde, se nos fue el miedo, la noche oscura ya no era un limitante para la luz que traíamos, la muerte sólo era un paso, nadie ya podía matarnos. Estabas como Pedro, respirando como buey, y como astrólogo mirando al cielo, también como judas rabiando contra ti mismo, y tanto que te burlabas de las mujeres no parabas de hablar de esta experiencia tan personal, pero también tan comunitaria. 

Esa es nuestra gran historia de hambre y saciedad, de soledad y miedo, de desesperación y decisiones, de encierro y misión.

Ahora, Cleofás, Saluda a Cleofé, ella vio la crucifixión (Jn 19,25) y también mis abrazos a tus hijos Jacobo y José, hermosos nombres. Seguidor del resucitado ya nadie te puede crucificar, tú puedes ofrecer la vida. Disculpa, no tengo nombre, pero en realidad, me llamo como quien lea esta carta.

En Cristo Resucitado,

El discípulo sin nombre

De Caravaggio - National Gallery, London web site, Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=270022


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