domingo, 4 de mayo de 2025

III Domingo de Pascua (C): Jesús interroga sobre el amor a Pedro y también a ti

«Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero»

 

Cada discípulo, persona, pez, oveja, barca, etc. están o estamos en las manos de Jesús; sin su voluntad, sin su presencia, todo camina al fracaso. Es el Señor, solo su providencia puede quedar seducida por el amor y abrirnos el camino, la red abundante, la misión fértil. 

 

la pesca
Cristo en el lago Tiberíades. (Cristo nel lago di Tiberiade). Scene from John's Gospel. Tintoretto

 

III Domingo de Pascua

Año litúrgico 2024 - 2025 - (Ciclo C)

 

¡Vamos a almorzar!

Qué sentimientos están raspando los corazones antes del almuerzo. Los siete discípulos han regresado al lago de Tiberíades; el punto y la cantidad perfectas, con miedo y hambre, saben que deben ganarse el pescado de cada día. Revisando en su interior ante la inmensidad y bravura de las aguas aquello que ha sucedido en su vida y no logran clarificarlo. Cada discípulo con su propia carga interior. Con las redes vacías responden como autómatas y lanzan las redes, el desconocido tiene voz conocida y no les ha dado tiempo para refutarlo como en la primera vez; sólo lanzan las redes. Si es Jesús, qué vergüenza, no me comporté como discípulo ni como amigo. 

 

Unos peces a la brasa les esperan, ellos contemplan la escena con un silencio sepulcral, se acercan al fuego de Jesús, lo han reconocido ya, pero hay algo que no les deja expresarlo. La escena se extiende con las preguntas a Pedro.

 

La actualidad del discipulado – “Es el Señor

En este lago redescubren a Jesús. Volvieron al lago donde el Maestro les llamó por primera vez y les envió a ser pescadores de hombres. La red está vacía, pues su misión de pescadores sigue con la visión del resucitado, deben continuar y pescar hombres para la iglesia. Aunque ellos pensaron que habían abandonado a Jesús, pero Jesús nunca les abandonó. Seguía a su lado, invisible, pero presente. Tan cerca, con el fogón encendido para alimentarles porque el camino a recorrer finaliza en la eternidad; el joven Pedro no tendrá otro camino que el del resucitado hasta más allá de su crucifixión. No tiene la opción de ser el anciano Pedro, sólo de la sabiduría y de una vida para siempre. “Sígueme” es el verbo que sella el reinicio de la iglesia que hoy está buscando elegir al representante de Pedro, al Vicario del mismo Cristo.

 

El interrogatorio sobre el amor

Las preguntas de Jesús ponen en el centro la misión de Pedro, y de cada discípulo. Si Pedro se arrojó al mar al escuchar la voz de Jesús, ahora le será difícil aprovechar el pescado a la brasa al ser interrogado sobre el amor. Sentarse a comer con el Maestro significa continuar la historia, pero desde la resurrección, desde la mesa con pan y pescado con Jesús que ha dominado la muerte y vive.


Aunque el interrogatorio remueve las tripas a Pedro es también restaurado interiormente. Cualquier duda sobre su amor está clarificada; su falta, perdonada. Si se pensaba que se quebró el amor a Dios, este dialogó lo recargó. Pero, la primera evidencia es que Jesús lo precede todo, sin él las redes seguirán vacías.


Las redes son medios de pesca, instrumentos necesarios para la eficacia de la evangelización, del camino reemprendido en Tiberíades. 

Los peces, la humanidad, pierde la misión de fortalecer los huesos, de alimentar a las criaturas de Dios. En esta pesca Dios está presente y pide la colaboración de sus discípulos. Los discípulos comprenden que solo con la Palabra de Jesús es posible una pesca abundante.

El discípulo ama a Jesús y es amigo; ama a Dios, pero es libre para usar su creatividad al servicio de su misión; ama a Jesús con el gran amor que puede amar una persona sedienta y transparente ante el Señor que todo lo sabe. Así, pueden cantar los gallos más de tres veces y no aturdirán a Pedro sino que evocarán el tamiz del amor, el proceso del perdón, la fuerza para sonreír y seguir en la misión de la comunicación de la Palabra del Resucitado.


En este primado de Pedro la misión es apacentar las ovejas, pero no son de él, son de Jesús. Por ello, el cuidado en referencia al dueño del rebaño es más detallista, desde el vientre hasta la eternidad, su fe, su libertad interior, sus buenas costumbres. 

 

Señor, tú lo sabes todo, desde que me llamaste Cefas, la poca fe al caminar sobre las aguas, las soberbias palabras como piedras de satanás, lávame la cabeza y el cuerpo y los pies, la reacción violenta con la oreja de Malco, los cantos del gallo, y hoy, quiero cubrir mi desnudez dentro del agua, y hoy, tú sabes, mucho más, cada acierto, cada equivocación, sabes que en el fondo también amo. Gracias por tu confianza, la misma que me despierta el amor, que me hace confiar, amar, y seguirte. Amén.

 

Palabra del papa Francisco

En aquella exclamación: «¡Es el Señor!», está todo el entusiasmo de la fe pascual, llena de alegría y de asombro, que se opone con fuerza a la confusión, al desaliento, al sentido de impotencia que se había acumulado en el ánimo de los discípulos. La presencia de Jesús resucitado transforma todas las cosas: la oscuridad es vencida por la luz, el trabajo inútil es nuevamente fructuoso y prometedor, el sentido de cansancio y de abandono deja espacio a un nuevo impulso y a la certeza de que Él está con nosotros.

 

Papa FranciscoRegina CoeliPlaza de San PedroDomingo 10 de abril de 2016

 

Lectura del santo Evangelio según San Juan 21, 1-19

En aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Y se apareció de esta manera:
Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, apodado el Mellizo; Natanael, el de Caná de Galilea; los Zebedeos y otros dos discípulos suyos.

Simón Pedro les dice:
«Me voy a pescar».

Ellos contestan:
«Vamos también nosotros contigo».

Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús.

Jesús les dice:
«Muchachos, ¿tenéis pescado?».

Ellos contestaron:
«No».

Él les dice:
«Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis».

La echaron, y no podían sacarla, por la multitud de peces. y aquel discípulo a quien Jesús amaba le dice a Pedro:
«Es el Señor».

Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos doscientos codos, remolcando la red con los peces.

Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan.

Jesús les dice:
«Traed de los peces que acabáis de coger».

Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red.

Jesús les dice:
«Vamos, almorzad».

Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor. Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado.

Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos después de resucitar de entre los muertos.

Después de comer, dice Jesús a Simón Pedro:
«Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?».

Él le contestó:
«Sí, Señor, tú sabes que te quiero».

Jesús le dice:
«Apacienta mis corderos».

Por segunda vez le pregunta:
«Simón, hijo de Juan, ¿me amas?».

Él le contesta:
«Sí, Señor, tú sabes que te quiero».

Él le dice:
«Pastorea mis ovejas».

Por tercera vez le pregunta:
«Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?».

Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez:
«¿Me quieres?»

Y le contestó:
«Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero».

Jesús le dice:
«Apacienta mis ovejas. En verdad, en verdad te digo: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras».

Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios. Dicho esto, añadió:
«Sígueme».