Lázaro y el rico, dos tipos de extremos llevados por la injusticia. No se trata sólo de los ricos, algunos son generosos y justos.
Lázaro y el rico Epulón. BASSANO, LEANDRO. Copyright de la imagen ©Museo Nacional del Prado |
¿Llagas incurables?
XXVI Domingo del tiempo ordinario
Año litúrgico 2018 - 2019 - (Ciclo C)
¿Es bueno para Dios ser como Lázaro, pobre, con llagas y comiendo desperdicios?
La pobreza no es lo que quiere Dios. No se goza con el sufrimiento de la mayoría de la población mundial, pobre y mal nutrida. No les da premios de gloria a los que se arrastran, llenos de llagas, a las mesas de la minoría mundial. No se maravilla de la mano estirada para recibir migajas. No creo en un dios depravado.
¿Es mejor sufrir la pobreza en este mundo para esperar la gloria en el otro?
No hay balanzas para pesar lo bueno versos lo malo, no hay pesos intermedios; Dios es eterno. Este mundo es “el mas bueno” desde la creación, a imagen y semejanza. Cada día estamos llamados a ser semejantes, porque imagen de Dios está en tu rostro y el mío, esa es nuestra particularidad, esa dignidad no depende de ti ni de mí, aunque para muchos dependa de “cuánto tienen”.
¿Realmente crees que es malo ser rico? Considero que nos gusta la riqueza, aquella que se logra con el trabajo digno, no cometiendo fraudes ni injusticias. Aunque en el fondo dirás: “así, pocos lo logran y no mucha”.
Tampoco querrás ser como el pobre Lázaro. No me gustaría insistir en sólo las migajas. Y eso, que al menos le dejan comer las migajas, ahora los ricos se aseguran de que ni las migajas les quiten.
Me atrevo a decir que varias veces soy ese “rico epulón”: indiferente con los que necesitan atención y con aquellos que con una sonrisa transformarían su día, insociable con el saludo a quien identificamos solo, omitimos ser caritativos. Tanta bulla en nuestra vida para llamar la atención con comida y vestidos suntuosos. El rico y sus invitados, tienen un complejo de superioridad al ver a los pobres a sus pies. Cómo comer tranquilo cuando los estómagos vacíos suenan cerca.
No se trata sólo de los ricos, algunos son generosos y justos. Se trata de tipos de seres humanos con llagas de: lujuria, de orgullo, de pereza, resentimientos, frustraciones, indigencia mental, miserables, … Globalizada la llaga de la indiferencia humana necesitamos de esa justicia misericordiosa de Jesús, de ese toque del corazón humano para ser lo que Dios nos comunicó: la revolución del amor para curar las llagas que nos destruyen cada día.
Homilía y Reflexión
Evangelio del día
Lectura del santo Evangelio según San Lucas 16, 19-31
En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos:
–Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba espléndidamente cada día.
Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que tiraban de la mesa del rico, pero nadie se lo daba.
Y hasta los perros se le acercaban a lamerle las llagas.
Sucedió que se murió el mendigo y los ángeles lo llevaron al seno de Abrahán.
Se murió también el rico y lo enterraron. Y estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantando los ojos, vio de lejos a Abrahán y a Lázaro en su seno, y gritó:
–Padre Abrahán, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas.
Pero Abrahán le contestó:
–Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en vida y Lázaro a su vez males: por eso encuentra aquí consuelo, mientras que tú padeces.
Y además entre nosotros y vosotros se abre un abismo inmenso, para que no puedan cruzar, aunque quieran, desde aquí hacia vosotros, ni puedan pasar de ahí hasta nosotros.
El rico insistió:
–Te ruego, entonces, padre, que mandes a Lázaro a casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que, con su testimonio, evites que vengan también ellos a este lugar de tormento.
Abráhán le dice:
–Tienen a Moisés y a los profetas: que los escuchen.
El rico contestó:
–No, padre Abrahán. Pero si un muerto va a verlos, se arrepentirán.
Abrahán le dijo:
–Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto.
Homilía y Reflexión
–Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba espléndidamente cada día.
Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que tiraban de la mesa del rico, pero nadie se lo daba.
Y hasta los perros se le acercaban a lamerle las llagas.
Sucedió que se murió el mendigo y los ángeles lo llevaron al seno de Abrahán.
Se murió también el rico y lo enterraron. Y estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantando los ojos, vio de lejos a Abrahán y a Lázaro en su seno, y gritó:
–Padre Abrahán, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas.
Pero Abrahán le contestó:
–Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en vida y Lázaro a su vez males: por eso encuentra aquí consuelo, mientras que tú padeces.
Y además entre nosotros y vosotros se abre un abismo inmenso, para que no puedan cruzar, aunque quieran, desde aquí hacia vosotros, ni puedan pasar de ahí hasta nosotros.
El rico insistió:
–Te ruego, entonces, padre, que mandes a Lázaro a casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que, con su testimonio, evites que vengan también ellos a este lugar de tormento.
Abráhán le dice:
–Tienen a Moisés y a los profetas: que los escuchen.
El rico contestó:
–No, padre Abrahán. Pero si un muerto va a verlos, se arrepentirán.
Abrahán le dijo:
–Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto.
Homilía y Reflexión