Inmaculada Concepción de la Virgen María
Celebramos esta solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María en un contexto de adviento, ella como la primera discípula nos enseña a cómo esperar.
La iconografía de la virgen muestra a una Mujer pisando la cabeza de la serpiente, nos lleva a la escena del Génesis de nuestra historia, a la primera mujer: Eva, naturalmente también al varón: Adán. Es decir, podemos establecer un contraste entre la mujer de la creación y la de la Anunciación; ambas se resuelven desde el proyecto de Dios. Ojo a las feministas y también a los machistas, extremismos que no resuelven algo.
En el génesis (3, 9-20), el egoísmo del pecado se expresa con soberbia. No podemos negar que nos encanta lo prohibido, nos fascina la libertad desmesurada, nos envuelve la curiosidad. Adán y Eva quieren ser divinos, absolutizarse, prescindiendo de Dios. Para ello les habla una “inteligencia superior” pero que no es divina, la serpiente. Esta desvalorización ha hecho daño a la humanidad, el hombre no valora a su prójimo (lo veo como el peor) y no se hace cargo de las consecuencias de sus actos.
En la anunciación, la respuesta a la gracia cura el pecado. Es la otra cara del génesis. Unas palabras muy significativas sobre la mujer, quieren reivindicar a la grandeza de lo débil de la mujer. Si los ha creado a imagen y semejanza tiene que ser distinto. Ahora la mujer se abre a la gracia, a Dios.
María es desconocida (de la nada), una muchacha de Nazareth, es el comienzo (génesis) de la salvación (nueva creación). El génesis de la historia de la humanidad se mancha de orgullo y miedo, de acusaciones (no asumen culpa) y despropósitos (no son los propósitos de Dios). Aquí, en los comienzos del misterio de la "encarnación", lo maternal es la respuesta a la gracia y abre el camino a la humanización de Dios. María presta su seno materno a Dios para engendrar una nueva humanidad desde la gracia y el amor. ¿Cómo? Entregando su ser humano a la voluntad de Dios.
Aunque la presencia del mal esté relatada de manera mítica, no somos ingenuos para creer que es “puro cuento” eso nos lo pueden hacer, sin misericordia ni culpabilidades. Aparece el ángel trayendo buenas noticias de Dios, no la serpiente contra Dios. Sucede no en un escenario religioso, es histórico, María es una mujer marginal, Jesús es un judío marginal. Que una mujer marginal sea elegida por Dios, parece que Dios ironiza nuestra política de inclusión. Además que tenga títulos cristológicos: grande, Hijo del Altísimo, recibirá el trono de David su padre. Todo eso es demasiado para una muchacha de Nazaret. Y todo ocurre de distinta manera a como ella lo había pensado; ya estaba prometida a un hombre. Ella pensaba tener un hijo, ¡claro!, pero que fuera grande, Hijo del Altísimo y rey (Mesías en este caso), iba más allá de sus expectativas. Pero sucede que cuando Dios interviene, por medio del Espíritu, lo normal puede ser extraordinario, lo marginal se hace necesario. Esa es la diferencia entre fiarse de Dios como hace esta joven de Nazaret o fiarse de "una serpiente" como hizo la mítica Eva.
Con María comienza la nueva creación a la que esta llamada el hombre por medio de Cristo. En primer lugar María, a la que también llega un mensaje “del cielo” mediante el Arcángel Gabriel, textualmente mensajero de Dios, no se esconde, no huye. María, con la valentía que sólo tienen los verdaderamente humildes, escucha el mensaje de Dios. En segundo lugar no repara en su desnudez, en el hecho de que todos los hombres tenemos nuestra vida y nuestros pensamientos descubiertos delante de Dios. María no repara en que Dios la conoce y la sondea como dice el salmo porque no vive esa experiencia como algo externo, sino como su mayor anhelo. Y por último María no intenta huir de su responsabilidad. Pregunta cómo será ese milagro, pero no intenta en ningún momento “culpar” a nadie. En definitiva ella libremente será la que acoja su historia. Esta diferencia entre los dos textos ya nos marca el momento de nueva creación que conmemoramos en la fiesta de la Inmaculada.
“María de Nazaret, pues, la "llena de gracia", está frente al misterio de Dios, cubierta por su Espíritu, para que su maternidad sea valorada como lo más hermoso del mundo. Sin que tengamos que exagerar, es la mujer quien más siente la presencia religiosa desde ese misterio maternal. Y es María de Nazaret, de nuestra carne y de nuestra raza, quien nos es presentada como la mujer que se abre de verdad al misterio del Dios salvador. Ni los sacerdotes, ni los escribas de Jerusalén, podían entenderlo. La "llena de gracia" ( kejaritôménê ), con su respuesta de fe, es la experiencia primigenia de la liberación del pecado y de toda culpa. Dios se ha hecho presente, se ha revelado, a diferencia del Sinaí, en la entraña misma de una muchacha de carne y hueso. No fue violada, ni maltratada, ni forzada... como otras como ella lo eran por los poderosos soldados de imperio romano que controlaban Galilea. Fue el amor divino el que la cautivo para la humanidad. Por eso, en un himno de San Efrén (s. IV) se la compara con el monte Sinaí, pero el fuego devorador de allí y la llama que los serafines no pueden mirar, no la han quemado. Esta "teofanía" divina es otra cosa, es una manifestación de la gracia materna de Dios.”
Detengámonos un momento en la segunda lectura que es quizás la más importante de las de hoy. En ella se nos dice que estamos destinados a ser “santos e irreprochables” por Cristo ante Dios. Es nuestro destino de criaturas nuevas. Los nacidos de la nueva Eva. Pero posteriormente, en la misma carta, podemos leer que este destino es también compartido por la Iglesia: “Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, purificarla mediante el bautismo y la palabra, y presentársela resplandeciente a sí mismo, sin que tenga mancha ni arruga ni cosa parecida, sino que sea santa e inmaculada” (Ef 5, 25-27). Es decir, María Inmaculada se convierte así en el modelo del creyente y de la Iglesia, ambos llamados a vivir esta ausencia de pecado y ser irreprochables ante Dios por el Amor. El proyecto de Dios para con el hombre tras la Encarnación de Cristo está claro tal y como dice R. Cantalamesa: “Una humanidad de santos e inmaculados: he aquí el gran proyecto de Dios al crear la Iglesia. Una humanidad que pueda, por fin, comparecer ante Él, que ya no tenga que huir de su presencia, con el rostro lleno de vergüenza como Adán y Eva tras el pecado. Una humanidad, sobre todo, que Él pueda amar y estrechar en comunión consigo, mediante Su Hijo, en el Espíritu Santo”.
María Inmaculada es el faro donde el creyente ve su vocación a la caridad perfecta; donde la Iglesia se tiene que ver como proyecto de santidad perfecto. La liturgia nos habla de María como modelo de santidad. Pero no podemos dejar de verla también como ayuda en este devenir, como intercesora privilegiada, en definitiva como Virgen Inmaculada pero también como Madre de todos los nuevos creyentes, madre del la humanidad renovada que vive en la Iglesia.
Fuente:
Servicio de Homilías del Portal de la Orden de Predicadores