"Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia"
Pedro y Pablo, roca y fuego, las llaves y la espada, las puertas abiertas y la dignidad de los seres humanos. El servicio en su dedicación exclusiva para ser pastores de pastores. Que nuestras oraciones sostengan la misión de los apóstoles contemporáneos.
San Pedro y San Pablo, Apóstoles
Año litúrgico 2024 - 2025 - (Ciclo C)
Hoy celebramos a dos columnas de la Iglesia:
Pedro, la roca firme; Pablo, el fuego apasionado.
Las llaves y la espada.
La apertura de puertas y la defensa de la dignidad humana.
Ambos representan una sola misión: servir sin reservas, ser pastores de pastores, testigos del Evangelio hasta las últimas consecuencias.
Pedro, la roca firme; Pablo, el fuego apasionado.
Las llaves y la espada.
La apertura de puertas y la defensa de la dignidad humana.
Ambos representan una sola misión: servir sin reservas, ser pastores de pastores, testigos del Evangelio hasta las últimas consecuencias.
Confesar la fe: el inicio de todo camino
La fe de Pedro y de Pablo no nació perfecta ni automática. Fue fruto de discernimiento, encuentros, dudas y decisiones valientes. Pedro, entre caídas y confesiones, reconoció a Jesús como el Mesías, el Hijo del Dios vivo. Esa declaración no solo fue personal, sino fundacional:
Jesús lo llamó “la roca”, le dio las llaves del Reino, y lo envió a atar y desatar en nombre de la autoridad divina.
Ambos abrazaron una entrega total, que no consiste solo en hablar de Jesús, sino en vivir por Él, morir por Él y, sobre todo, vivir como Él.
El camino de la cruz: dolor y gloria
En el camino hacia Jerusalén, Jesús anuncia su pasión y muerte. Los discípulos, esperanzados en un liderazgo triunfante, no entienden ese giro doloroso.
Y es que seguir a Cristo siempre implicará pasar por la cruz.
Pedro y Pablo recorrieron sendas distintas:
— Pedro desde la cercanía con Jesús, con sus errores y redenciones.
— Pablo desde la conversión radical y el anuncio incansable a los gentiles.
Pero ambos terminaron en el mismo destino: el martirio.
No por amor al dolor, sino por fidelidad a la misión.
Abrirse al mundo… y a la cruz
La cruz no es un accidente en el camino cristiano, es parte de su esencia.
Hoy, Cristo sigue crucificado en los cuerpos heridos por la guerra, en la persecución de los justos, en el sufrimiento de los descartados.
La misión de la Iglesia no es escapar del mundo, sino entrar en él con el Evangelio como lámpara.
Y sin embargo, hay muchos intereses que quieren sacar a Cristo del corazón de la sociedad: de las familias, de los catequistas, de los líderes.
Pero Dios no se retira.
Dios permanece, sosteniendo el mundo con su amor tenaz, confiando en instrumentos débiles como Pedro, como Pablo… como nosotros.Una obra eterna, nacida en una cena
En la Última Cena, Jesús instituye la Eucaristía. Ya no solo es el Maestro, el Libertador: es el Alimento eterno, el que se queda para siempre.
Allí nace la Iglesia.
Y desde entonces, cada misa es memoria viva y promesa cumplida:“Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, hasta que vuelvas.”
(1 Co 11,26)
Pero esta comunión no puede vivirse desde el utilitarismo espiritual, buscando beneficios inmediatos. La fe exige perseverancia, madurez y entrega.
Jesús lo sabía. Por eso rogó al Padre:
“He rogado por ti, para que tu fe no desfallezca.”
(Lc 22,32)
Hoy, nuestra oración por los apóstoles de hoy
En esta solemnidad, elevamos nuestras oraciones por los apóstoles contemporáneos:
papa, obispos, sacerdotes, misioneros, catequistas, laicos comprometidos…
todos los que, como Pedro y Pablo, llevan el Evangelio al mundo.
Que nunca falte en ellos el fuego de Pablo, ni la firmeza de Pedro.
Y que en nosotros, aunque débiles, se haga fuerte el amor de Dios.
Lectura del santo evangelio según san Mateo 16, 13-19
En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesárea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos:
«¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?»
Ellos contestaron:
«Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas».
Él les preguntó:
«Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»
Simón Pedro tomó la palabra y dijo:
«Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo».
Jesús le respondió:
«¡Bienaventurado tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo.
Ahora yo te digo: tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará.
Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos».