“Señor, déjala todavía este año
y mientras tanto yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto en adelante. Si no, la puedes cortar”
Esta historia subraya la importancia de estar preparados ante lo incierto y de no permitir que la esterilidad espiritual impida la manifestación de buenos frutos en nuestras vidas.
La Virgen del árbol seco. Petrus Christus
©Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, Madrid
III Domingo de Cuaresma
Año litúrgico 2024 - 2025 - (Ciclo C)
Recordemos que, aunque la gracia de Dios es segura, la desgracia futura es incierta. Debemos confiar en la Providencia divina, ya que no hay garantía más sólida que la prometida por Jesucristo. Las adversidades pueden surgir de corazones llenos de maldad o de los accidentes de la vida. Es fundamental comprometernos a no acumular resentimientos ni malas intenciones en nuestro interior. Algunas desgracias pueden prevenirse, pero otras pueden sobrevenir en cualquier momento, independientemente de nuestra condición moral.
Para enfrentar estas eventualidades, es esencial estar preparados ante el futuro incierto y la posibilidad de la muerte, así como para responder a la maldad en los corazones de las personas. No permitamos que la esterilidad de la higuera bloquee nuestros frutos.
El relato de don Beto ilustra esta enseñanza.
Recuerdo cuando don Beto me envió un mensaje solicitando oraciones por su salud, ya que percibía respuestas evasivas por parte de los médicos. Era un maestro experimentado, de esos que imponen respeto en el aula. Aunque en ocasiones tuvimos desacuerdos, de esas tensiones surgió una amistad sincera.
Su hermana, Rita, siempre me pareció una persona humilde y respetuosa, con una firmeza silenciosa. En una ocasión, le comenté a Beto la fortuna de tener una hermana con un corazón de oro. Él, con una sonrisa, expresó su profundo agradecimiento a Dios por Rita, y ambos rieron.
En su juventud, Rita experimentó cierto éxito económico, pero cuanto más prosperaba, más se alejaba de su familia. Las tensiones aumentaron, pero Beto relataba cómo oraban por su conversión. Rita no era mala persona; su soberbia la llevaba a distanciarse, quizás como una forma de castigar el amor excesivo de su familia.
Una enfermedad inexplicable la obligó a regresar al hogar familiar, inicialmente por un mes, luego por un año, hasta que finalmente se quedó definitivamente, acompañando a sus padres y hermanos hasta su fallecimiento. Beto agradecía que, al final, aquellos amores pasajeros que los ilusionaron los abandonaron con la misma rapidez.
Me conmovía ver a Beto empujar la silla de ruedas de Rita, cargándola con ternura para sentarla y servirle sus alimentos.Beto era más que un hermano; era la providencia de Dios hecha persona, su futuro, su alegría y, a veces, la causa de sus enfados. A Rita le costó aceptar la fortaleza de Beto para acompañarla, y a él le resultaba difícil enfrentar la impotencia de no poder calmar los dolores de su hermanita.
"Ayúdeme a rezar, no sé cómo calmar a Rita", me decía. "Envíele un mensaje de audio; ella lo escucha y se acuerda de usted”. Beto permaneció firme cuidando de su hermana, pero le resultó muy dolorosa su partida a la casa de Dios.
Meses después, Beto dejó de responder a los mensajes, aunque enviaba comunicados colectivos: "Rece por mí como lo hacía por Rita; estos médicos no me dan esperanzas" es el último mensaje que recibí. Imagino que ahora deben seguir discutiendo con fuerza, pues Rita hubiese preferido ser quien luchara con la soledad y la oración en este valle de lágrimas. Pero, según la voluntad de Dios, Beto seguía pidiendo más tiempo para que floreciera la higuera de la fe y la plena confianza en reencontrarse en el cielo, donde ese amor fraternal se torna más divino.