“Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre.”
El Evangelio nos presenta a los 72 discípulos regresando llenos de alegría. Habían salido a anunciar el Reino y regresan impactados por lo que vivieron.
XIV Domingo del tiempo ordinario
Año litúrgico 2024 - 2025 - (Ciclo C)
«Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre»
La alegría misionera de los discípulos
La experiencia ha sido más poderosa de lo que imaginaron. En su camino misionero, han experimentado que el Evangelio tiene fuerza, que el mal retrocede ante la paz, que el nombre de Jesús transforma realidades.
Un viaje con destino a Jerusalén
Este envío no fue improvisado. Jesús los envía de dos en dos, por diversas ciudades y aldeas, en un camino que tiene como destino final Jerusalén, símbolo del cumplimiento de la misión.
Durante ese recorrido pasaron por Samaria, vivieron acogidas generosas y también rechazos duros. Fue un viaje lleno de realidades humanas:
hospitalidad y desprecio, escucha e indiferencia, gozo y violencia.
Pero todo este camino está marcado por algo esencial: la presencia de Jesús.
Con Él, hasta las peripecias de la vida se hacen oportunidad de gracia.
Una alegría que no se queda en lo superficial
El regreso de los 72 está cargado de entusiasmo.
Han visto frutos. Han sentido que el mal ha sido vencido por la fuerza de la unidad, que la paz anunciada ha abierto puertas y corazones, y ha sembrado comunión en muchas casas.
Pero Jesús, como buen Maestro, les ayuda a mirar más alto.
Sí, es verdad que el mal ha sido vencido, pero no se alegren solo por eso.
“Alégrense porque sus nombres están escritos en el cielo.”
En otras palabras, la verdadera alegría no está en el éxito visible, sino en la certeza de que Dios los ama y los ha llamado.
No es orgullo, no es mérito humano. Es gracia. Es cielo.
La mies es mucha, y los 72 somos todos
Jesús no habló solo a los Doce. Envió a setenta y dos, un número que nos incluye a todos.
Somos parte de ese grupo extendido, diverso, peregrino y apasionado que ha sido enviado al mundo con la única misión de anunciar el Reino con palabras y con vida.
Hoy, la mies sigue siendo inmensa.
El mundo clama por paz, por justicia, por conversión de quienes promueven guerras, pobreza y exclusión.
No podemos quedarnos quietos.
Somos enviados también a los corazones endurecidos, a los hogares rotos, a las estructuras injustas, a los rostros tristes y olvidados.
El Evangelio sigue siendo luz para los que caminan
Este envío sigue vigente.
Este Evangelio es una luz para los corazones solitarios, para los violentos, para los indiferentes.
Jesús sigue enviando discípulos con urgencia, porque el mundo necesita sembradores de esperanza, testigos de paz, misioneros del amor.
Y tú, ¿te sientes parte de los 72?
¿Estás dispuesto a salir, aunque sea con pasos pequeños, hacia los que aún no conocen el gozo del Reino?
Señor Jesús, que también nuestros nombres estén escritos en el cielo.
Y que nuestra alegría no dependa del éxito, sino de sabernos enviados por ti. Amén.
Palabra del Papa Francisco
Jesús dice que "la mies es mucha, y los obreros pocos" (Lc 10, 2). En el campo de Dios hay trabajo para todos. Pero Cristo no se limita a enviar: da también a los misioneros reglas de comportamiento claras y precisas. Ante todo, los envía "de dos en dos" para que se ayuden mutuamente y den testimonio de amor fraterno. Les advierte que serán "como corderos en medio de lobos", es decir, deberán ser pacíficos a pesar de todo y llevar en todas las situaciones un mensaje de paz; no llevarán consigo ni alforja ni dinero, para vivir de lo que la Providencia les proporcione; curarán a los enfermos, como signo de la misericordia de Dios; se irán de donde sean rechazados, limitándose a poner en guardia sobre la responsabilidad de rechazar el reino de Dios.
(Angelus, 8 de julio de 2007)
Lectura del santo Evangelio según San Lucas 10, 1-12. 17-20
En aquel tiempo, designó el Señor otros setenta y dos, y los mandó delante de él, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir él. Y les decía:
«La mies es abundante y los obreros pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies.
¡Poneos en camino! Mirad que os envío como corderos en medio de lobos. No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias; y no saludéis a nadie por el camino.
Cuando entréis en una casa, decid primero: “Paz a esta casa”. Y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz; si no, volverá a vosotros.
Quedaos en la misma casa, comiendo y bebiendo de lo que tengan: porque el obrero merece su salario. No andéis cambiando de casa en casa.
Si entráis en una ciudad y os reciben, comed lo que os pongan, curad a los enfermos que haya en ella, y decidles:
“El reino de Dios ha llegado a vosotros”.
Pero si entráis en una ciudad y no os reciben, saliendo a sus plazas, decid: “Hasta el polvo de vuestra ciudad, que se nos ha pegado a los pies, nos lo sacudimos sobre vosotros. De todos modos, sabed que el reino de Dios ha llegado”.
Os digo que aquel día será más llevadero para Sodoma que para esa ciudad».
Los setenta y dos volvieron con alegría diciendo:
«Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre».
Él les dijo:
«Estaba viendo a Satanás caer del cielo como un rayo. Mirad: os he dado el poder de pisotear serpientes y escorpiones y todo poder del enemigo, y nada os hará daño alguno.
Sin embargo, no estéis alegres porque se os someten los espíritus; estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo».