Homilía y Reflexión

Homilía para "Reflexionar la vida terrena a la luz de la Sagrada Escritura"

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"Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido"

No es suficiente, preguntarnos cuánto rezamos, debemos preguntarnos también cómo rezamos, o mejor, cómo es nuestro corazón: es importante examinarlo para evaluar los pensamientos, los sentimientos, y extirpar arrogancia e hipocresía.

publicano y fariseo

Parábola del fariseo y el publicano. Adrian Collart • Grabado, 1643, 20.8×26.5 cm

XXX Domingo del tiempo ordinario

Año litúrgico 2024 - 2025 - (Ciclo C)

¿Cómo es tu oración en el templo?

Jesús nos regala hoy una escena sencilla y luminosa: dos personas oran en el templo. Como en nuestras comunidades, algunos oran con recogimiento; otros se distraen mirando de reojo al prójimo. El templo -y cualquier rincón de silencio- es lugar de encuentro íntimo con Dios. No se trata de una gran celebración; es ese momento personal donde el alma se sabe mirada y amada.

¿Qué podemos pedirle a Dios?

Depende de tu camino, pero casi siempre necesitamos humildad, paciencia y claridad. La vida trae desafíos que hacen crecer nuestras virtudes. Pidamos un corazón como el del publicano: sincero, sin excusas, que reconoce su pobreza y se abandona a la misericordia. Cuidémonos del corazón del fariseo: mucha palabra, poca escucha; mucha comparación, poca verdad.

Dos estilos, dos resultados

Jesús utiliza las figuras conocidas de su tiempo. Los fariseos, austeros y religiosos, podían caer en la soberbia y la hipocresía. Los publicanos, marcados por el dinero y el poder, conocían también la vergüenza y el desprecio. Dos extremos que revelan un mismo drama: cuando falta la verdad del corazón, la oración se vacía.

Pero el Evangelio es claro: “Éste bajó a su casa justificado: el publicano.” (cf. Lc 18,14) No porque fuera perfecto, sino porque se dejó mirar por Dios y le pidió perdón con verdad. La justificación es don: no la logramos con argumentos de “santidad”, la recibimos por gracia cuando nos presentamos humildes.

La historia del fariseo y el publicano es para un auditorio que sabe sopesar su vida en ese vaivén del materialismo y el falso espiritualismo, del arrepentimiento y el orgullo, de la mala fama y de la hipocresía.

¿Quién se justificó?

Ninguno. El único que justifica es Dios, los demás sólo tenemos que pedir con una oración sincera y una vida coherente que llegue la justificación de Dios..  

Orar de verdad

– Deja de compararte: Dios no te mide contra nadie.

– Di la verdad: “Señor, ten piedad de mí”. Nómbrale tus sombras y tus anhelos.

– Escucha: haz silencio para que Su misericordia te pacifique por dentro.

– Continúa el día distinto: la oración auténtica se nota en la vida.

Para esta semana

Entra al templo de tu corazón cada día unos minutos. Repite con sencillez: “Jesús, Hijo de Dios, ten piedad de mí.” Deja que esa oración te haga bajar a casa justificado: más libre, más humilde y más hermano.

Palabra del papa Francisco

Jesús concluye la parábola con una sentencia: «Os digo que este —o sea el publicano — bajó a su casa justificado y aquel no. Porque todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado» (v. 14). De estos dos, ¿quién es el corrupto? El fariseo. El fariseo es precisamente la imagen del corrupto que finge rezar, pero sólo logra pavonearse ante un espejo. Es un corrupto y simula estar rezando. Así, en la vida quien se cree justo y juzga a los demás y los desprecia, es un corrupto y un hipócrita. La soberbia compromete toda acción buena, vacía la oración, aleja de Dios y de los demás.

Audiencia General, 1 de junio de 2016

 Lectura del santo evangelio según San Lucas 18, 9-14

En aquel tiempo, Jesús dijo esta parábola a algunos que se confiaban en sí mismos por considerarse justos y despreciaban a los demás:

«Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior:

“¡Oh Dios!, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo”.

El publicano, en cambio, quedándose atrás, no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo:

“Oh Dios!, ten compasión de este pecador”.

Os digo que este bajó a su casa justificado, y aquel no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido».


Pintura

Parábola del fariseo y el publicano

Adrian Collart • Grabado, 1643, 20.8×26.5 cm



“Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que claman ante él día y noche?”


En los esfuerzos de cada día te llega este mensaje poderoso para avivar tu interioridad y perseverar en la oración. Y, como nunca, necesitamos orar por la justicia, para que Dios llegue a esos corazones que no temen a Dios ni les importa el ser humano.

Ilustración de la Parábola del juez injusto (Lucas 18:1-9), realizada por John Everett Millais para la obra The Parables of Our Lord (1863).

XXIX Domingo del tiempo ordinario

Año litúrgico 2024 - 2025 - (Ciclo C)


Orar por los seres humanos que conoces

En tu oración, piensa en las personas que Dios ha puesto en tu vida: las que te animan y también las que te ponen a prueba. Aquellas personas que llegaron a tu vida como un regalo, incluso, podrías decir, como un desafío; focalízalas en tu vida. Encuentras diversidad de caracteres y de cómo valoran la amistad. En primer lugar, tómalo como una experiencia de aprendizaje, dale siempre el calor edificante, la conciencia de que hay aspectos que no están en tu mano modificarlas, sólo Dios tiene ese poder. En segundo lugar, valóralo, Dios te las puso por algo, todas son parte de tu camino espiritual. Aprende de cada una, valora su presencia y pregúntale a Dios:  “¿Qué quieres enseñarme a través de esta persona?”; puedes decir: “quien encuentra un amigo o amiga encuentra un tesoro”.

Tal vez recuerdes a quienes te buscan sólo cuando necesitan algo, o a quienes se alejan en tus momentos difíciles. No dejes que eso apague tu oración. Orar por los demás, incluso por los ingratos, te hace libre y te acerca más al corazón de Dios.

Tu Dios es como tus amigos

La parábola quiere indicar justamente que no tratemos a Dios como un amigo interesado o malagradecido. Si Dios escucha sólo peticiones, no consultas, ni conversaciones de discernimiento, se sentirá como tú cuando te sientes utilizado.

¿vale la pena orar a Dios? ¿es importante orar por tus amigos, incluso los más utilitaristas? 

La oración se compone de palabras que salen de tu corazón, de manera espontánea. Para ello necesitas decirlas en silencio, ante el Santísimo, en un momento propicio. No son palabras mágicas ni una clave secreta para obtener favores. Tus dones de orador (de oratoria) no son necesarios para ser orante, hacer oración.

Puedes orar por los duros de corazón, los indiferentes, los heridos y no sanados, los orgullosos, los que han perdido el sentido de humanidad.

Postergas a Dios y Dios no te posterga

La perseverancia en la petición al Juez nos indica cómo la insistencia capta la atención. Es casi normal, parece un juez perezoso, no quiere salir de su confort. Es un juez que gestiona la justicia, de manera soberbia, no le interesa ejecutarla, y menos si se trata de una viuda paupérrima.

La petición de la mujer es justa, el juez no tiene razones para postergarla; pero una viuda no tiene el poder de un pueblo unido, está desprotegida, víctima frecuente de abusos. 

Las personas que no se interesan en Dios ni reconocen la dignidad del ser humano, de su prójimo, tienen ese complejo dañino para la sociedad y para su propio espíritu; aunque lo quieran anular, Dios habita en lo profundo de su conciencia, y en algún momento reaccionarán.

Finalmente el juez responde con asco, desnaturalizando su función; es realmente el juez que hace justicia pero que no es justo. Eso es la tragedia de la soberbia. Jesús lo pone claro: si este juez con un corazón más duro que la piedra respondió, cuanto más responderá Dios que te ama tanto, que entregó su vida por ti. 

Oración por la Justicia y la paz

Los jueces perezosos no quieren construir humanismo. Necesitamos perseverar, insistir en nuestras oraciones. Los jueces traducidos en líderes mundiales nos están dando muchas largas para construir una sociedad justa, sin corrupción, sin violencia. 

Persevera. Insiste. Confía. Las oraciones verdaderas siempre llegan, aunque sea al último instante.

¿Cuál es tu plegaria más profunda  hoy?

.......

Palabra del papa Francisco

“La viuda que se dirige al juez para que la ayude a obtener justicia. Este juez es corrupto, es un hombre sin escrúpulos, pero al final, exasperado por la insistencia de la viuda, decide complacerla (cfr. Lc 18,1-8). Y piensa: “Es mejor que le resuelva el problema y me la quito de encima, y así no viene continuamente a quejarse delante de mí”. Esta parábola nos hace entender que la fe no es el impulso de un momento, sino una disposición valiente a invocar a Dios, también a “discutir” con Él, sin resignarse frente al mal y la injusticia.”

Audiencia General, 11 de noviembre de 2020 

Lectura del santo Evangelio según San Lucas 18, 1-8

En aquel tiempo, Jesús decía a sus discípulos una parábola para enseñarles que es necesario orar siempre, sin desfallecer.

«Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres.

En aquella ciudad había una viuda que solía ir a decirle:

“Hazme justicia frente a mi adversario”.

Por algún tiempo se estuvo negando, pero después se dijo a sí mismo:

“Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está molestando, le voy a hacer justicia, no sea que siga viniendo a cada momento a importunarme”».

Y el Señor añadió:

«Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que claman ante él día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?».


Ilustración de la Parábola del juez injusto (Lucas 18:1-9), realizada por John Everett Millais para la obra The Parables of Our Lord (1863). En ella, una viuda arrodillada pide la atención de un juez quien, sentado en su lujoso asiento y medio hundido en cojines, mira en otra dirección. Alrededor del juez se encuentran varios secretarios, uno de los cuales busca disuadir a la viuda para que desista de su petición.


“Levántate y vete. Tu fe te ha salvado”

Jesús no solo cura, también salva. Diez leprosos fueron sanados, pero solo uno regresó agradecido, descubriendo en Jesús al Salvador. La verdadera fe no se queda en recibir favores, sino que nace de la gratitud y se arraiga en el amor que transforma la vida. La pregunta queda abierta: ¿nos conformamos con ser curados… o buscamos también ser salvados?


Jesus Healing the Leper by Jean-Marie Melchior Doze

XXVIII Domingo del tiempo ordinario (C) 


Ser curado y no salvado

Durante la etapa más dura de la pandemia del Covid-19, cuando la muerte golpeaba con más fuerza, muchos no podían dar cristiana sepultura a sus seres queridos. Aun con el dolor en el corazón, se comprendía a quienes no reclamaban el cuerpo de un familiar por miedo al contagio. Aquella experiencia nos dejó una herencia: hoy somos más cautelosos para dar la mano o un abrazo fraterno. La prevención, necesaria en su momento, se convirtió poco a poco en hábito. Pero también, sin darnos cuenta, fue abriendo paso a otra pandemia silenciosa: la soledad; evitar a los demás.


Jesús y los leprosos

¿Qué escandalizó en la relación de Jesús con los leprosos?

Que no los saludaba desde la distancia de un altar, ni subido a una roca, ni desde la altura de su majestad divina. Jesús se acercaba. Escuchaba el grito de los leprosos y respondía. Era el Pastor que huele a oveja, el que no teme mancharse con la miseria de los suyos.

Cada uno de nosotros puede identificarse con aquellos leprosos y gritar: “Jesús, ten compasión de mí”. Y lo asombroso es que Él viene, escucha, habla contigo, te muestra un camino de sanación y después te deja libre. No te obliga a ser agradecido. Simplemente te devuelve la dignidad, te incluye.


¿Qué significa ser sanado por Jesús?

Significa recuperar la igualdad perdida, volver a ser parte de la familia, de la comunidad, de la asamblea. Es volver a tener lugar en la sociedad y ante Dios.

Los discípulos de Jesús también necesitaban aprender esto. Querían orar mejor, tener más fe, seguir al Maestro, pero muchas veces lo hacían de forma mecánica, sin comprender a fondo. El evangelio los coloca en camino, no desde Galilea hacia Samaria, sino al revés: primero Samaria, luego Galilea. Como si dijera: el verdadero camino del discipulado empieza en la periferia, en la tierra de los despreciados, en los que adoran a Dios en otro monte.

Así, los discípulos —y nosotros— estamos llamados a aprender de la fe confiada de los leprosos y de la gratitud inesperada del samaritano.


Nueve curados, uno salvado

La pregunta resuena: ¿Solo uno volvió agradecido?

Nuestro prejuicio rápido juzga a los nueve ingratos. Pero el texto nos invita a mirar más profundo. Jesús mismo, el único Salvador, caminaba espiritualmente solo, sus discípulos no comprendían bien su misión en Jerusalén. Los nueve cumplían la Ley, volvían a los suyos, seguían su tradición. Pero lo hacían desde prejuicios que, aun sanados, no les permitían reconocer al Salvador.

Solo uno rompió esquemas. Volvió sobre sus pasos, se arrodilló, alabó a Dios y reconoció en Jesús no solo a un sanador, sino al Hijo de Dios. Fue curado, sí, pero sobre todo fue salvado.

Y aquí se nos plantea la pregunta incómoda:

- ¿Somos de los que reciben favores pero se olvidan del Dador?

- ¿De los que han sido curados, pero no buscan la salvación?

- ¿O de los que, agradecidos, reconocen en Jesús al Salvador y abren la vida a su amor?


La lepra de hoy

Te suena: evitar a los demás, auto-referencia, corrupción,... La lepra no siempre es visible. A veces se manifiesta en heridas interiores: baja autoestima, soledad, depresión, incapacidad de creer en nosotros mismos. Otras veces somos nosotros quienes “leprosamos” a los demás con miradas que juzgan, con comunidades que marginan, con estructuras religiosas que prefieren la tradición muerta al soplo del Espíritu, o incluso, las que han perdido el mínimo espíritu original.

Lo triste es que, en el camino de Samaria a Galilea, los que se llaman creyentes muchas veces han ahogado el oxígeno de la fe viva bajo el peso de lo acostumbrado: “siempre se ha hecho así”. Jesús, en cambio, abre caminos nuevos.


Encontrarse con Cristo en la lepra

“Y le salieron al encuentro unos leprosos” (Lc 17,12). En otra ocasión, “Jesús tocó al leproso” (Lc 5,13). Él se deja encontrar en el umbral más oscuro del sufrimiento humano. Desde la cruz, nos invita a buscar su rostro en los enfermos, en los descartados, en quienes sufren.

San Juan Pablo II lo decía con fuerza: el ejemplo de Cristo debe animarnos a perseverar en la cercanía, incluso allí donde el miedo o los prejuicios levantan muros. Aunque nuestros esfuerzos parezcan inútiles, no debemos desistir. El grito de los leprosos —“¡Jesús, Maestro, ten piedad de nosotros!”— sigue resonando hoy en tantas formas de exclusión.

La pregunta final queda abierta para nosotros:

¿Queremos ser solo curados… o también salvados?

 

 Palabra del Papa Benedicto XVI

“Ante todo, nos permite pensar en dos grados de curación:  uno, más superficial, concierne al cuerpo; el otro, más profundo, afecta a lo más íntimo de la persona, a lo que la Biblia llama el "corazón", y desde allí se irradia a toda la existencia. La curación completa y radical es la "salvación". Incluso el lenguaje común, distinguiendo entre "salud" y "salvación", nos ayuda a comprender que la salvación es mucho más que la salud; en efecto, es una vida nueva, plena, definitiva.”

Benedicto XVI - Ángelus - Plaza de San Pedro - Domingo 14 de octubre de 2007

 

Evangelio según Lucas - Lucas 17, 11-19

En aquel tiempo, cuando Jesús iba de camino a Jerusalén, pasó entre Samaria y Galilea. Estaba cerca de un pueblo, cuando le salieron al encuentro diez leprosos, los cuales se detuvieron a lo lejos y a gritos le decían: “Jesús, maestro, ten compasión de nosotros”.

Al verlos, Jesús les dijo: “Vayan a presentarse a los sacerdotes”. Mientras iban de camino, quedaron limpios de la lepra.

Uno de ellos, al ver que estaba curado, regresó, alabando a Dios en voz alta, se postró a los pies de Jesús y le dio las gracias. Ese era un samaritano. Entonces dijo Jesús: “¿No eran diez los que quedaron limpios? ¿Dónde están los otros nueve? ¿No ha habido nadie, fuera de este extranjero, que volviera para dar gloria a Dios?” Después le dijo al samaritano: “Levántate y vete. Tu fe te ha salvado”.

Pintura:

  • Jesús sanando al leproso

  • Jesus sana al leproso



“Somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer”

La fe auténtica convierte lo imposible en posible y da sentido al servicio sin recompensa. Ser “siervos inútiles” es aprender a amar sin esperar, confiando en que Dios hace fecundo lo pequeño.
Jesús Servido

Cristo servido por ángeles. Coello, Claudio. Copyright de la imagen ©Museo Nacional del Prado

XXVII Domingo del tiempo ordinario
Año litúrgico 2024 - 2025 - (Ciclo C)

Lo imposible de la religión: “sin fe”

Acércate a Dios y atrévete a pedirle lo imposible. ¡Es tu oportunidad!
Jesús dice que basta una fe del tamaño de una semilla de mostaza para mover montañas. Parece absurdo: ¿quién podría ordenar a un árbol que se arranque y se plante en el mar? Sabemos que en el agua salada hay vida, pero no es el lugar natural de los árboles frondosos. Sin embargo, el Evangelio no habla de botánica, sino de confianza: la fe hace posible lo que parece inverosímil.

Un servidor que no espera recompensa

La misión del servidor es servir; la del amo ser servido.Cada uno cumple su papel sin conflicto. Pero enseguida surgen las objeciones: ¿no somos todos iguales?, ¿no debe el amo servir también?, ¿no sería justo recibir una recompensa?, (escribe si se te ocurre otras).
Estas preguntas revelan nuestra tensión interior entre el mérito y la gratuidad. Jesús nos propone otra lógica: servir sin calcular, amar sin esperar, trabajar sin reclamar.

Lo inusual, ¿tiene sentido?

Si al caer la noche sientes que has hecho lo que debías, y estás en paz con Dios, con los demás y con la casa común, entonces saboreas la alegría del deber cumplido.
El ruido de sentirte “siervo inútil” se apaga. Descubres que, aunque parezca poco, has respondido al llamado que Dios te confió.
De servicio en servicio, de gracia en gracia, aprendes a vivir sin esperar nada del amo… porque, en el fondo, ya lo tienes todo.

Siervos inútiles, inolvidables

Piensa en aquel día en que volviste cansado y tu madre, también agotada, te ofreció una cena caliente.
O en esa persona que te dio una palabra, un pan o un gesto, sin obligación ni recompensa. Fue un “siervo inútil” a los ojos del mundo, pero muy útil en el corazón de Dios.
Tal vez tú también lo has sido, cada vez que sirves desde la fe y confías que una pequeña semilla puede mover montañas. Que esa fe pequeña te puede llevar a gozar del Reino de los cielos.

Lectura del santo Evangelio según San Lucas 17, 5-10

En aquel tiempo, los apóstoles le dijeron al Señor:
«Auméntanos la fe».
El Señor dijo:
«Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera:
“Arráncate de raíz y plántate en el mar”, y os obedecería.
¿Quién de vosotros, si tiene un criado labrando o pastoreando, le dice cuando vuelve del campo: “Enseguida, ven y ponte a la mesa”?
¿No le diréis más bien: “Prepárame de cenar, cíñete y sírveme mientras como y bebo, y después comerás y beberás tú”?
¿Acaso tenéis que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado? Lo mismo vosotros: cuando hayáis hecho todo lo que se os ha mandado, decid:
“Somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer”».

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Hola, soy Javier Abanto. Escribo reflexiones, vivencias y anécdotas. Publico artículos de teólogos y poetas. Estudie teología y comunicación. Desde el 2005 me dediqué a la docencia universitaria y a la gerencia de emisoras de corte cultural y religioso. La vida necesita de alegría y esperanza. Necesitamos a Dios en nuestra vida.
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¿Qué es "Luciérnaga"?

"Luciérnaga" Surge para expresarme de manera sencilla. Las luciérnagas remiten a mi origen rural - andino. Son visibles al caer la noche y hacen volar la imaginación con sus luces intermitentes, propias y naturales.

Luciérnaga se dirige a las personas de buena voluntad que buscan vivir con justicia y paz. Necesitamos del humor y la alegría. Y, sin duda, el mundo necesita de Dios.

Gracias por leer y compartir, no olvides comentar.

Javier Abanto Silva
javierabantosilva@gmail.com

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