Domingo IV de Cuaresma – Ciclo B (Juan 3, 14-21) – 18 de marzo de 2012



“Dios amó tanto al mundo, que le dio a su Hijo único (...)”



El amor, cuándo no, casi siempre incomprendido. Una historia que nos muestra un amor insistente y un corazón resistente. Muere por amor y el hombre mata porque no sabe valorar el amor.

El S. VI a.C. para los judíos está marcado como el final del destierro a Babilonia y el inicio de una nueva etapa en la que es reconocida la providencia de Dios.

El destierro más que ser expulsados de su tierra y sus bienes, significa perder vidas, la libertad, la fe en Dios, el culto a Yahveh en el Templo de Jerusalén. Esta página de dolor expresada en las Lamentaciones llevo a descubrir que Dios es fiel y que no se olvida de ellos.

Como en nuestra historia y la de muchos pueblos, los dirigentes no tienen el corazón en su pueblo sino en sus propios intereses y negocios. A ellos les interesa las inversiones y las relaciones internacionales más que las soluciones a las necesidades de su pueblo. Campea la injusticia, no buscan la armonía, menos a Dios, los valores morales están tergiversados. Los peligros lo advirtieron los profetas Jeremías e Isaías a su debido tiempo sobre la infidelidad que desprecia al amor.

Este pueblo de Dios, desterrado por sus infidelidades, es liberado por Ciro, rey de Persia. El regreso es interpretado como una acción de Dios creador, el que lleva nuestra historia. Nace la esperanza, la alegría, un nuevo camino, una nueva forma de ver a Dios, de experimentar su presencia, de sentir que el mal no es más superior que el bien.

Que Jesús el Hijo de Dios llegue a la cruz por la incomprensión de los hombres, por que las autoridades se interesan más por sus intereses que por la fe auténtica, por la fe más que por el amor,… está de sobra resaltado el amor. Hoy sólo cuenta el amor. ¿Creemos que Jesús nos ama? Si no es así, naturalmente, buscaremos el conflicto, la injusticia, la infidelidad, el pecado, la cruz,…

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