La resurrección de Lázaro

Domingo V de Cuaresma – Ciclo A (Juan 11, 1-45) 6 de abril de 2014
“Jesús, al ver llorar a María (...) se conmovió profundamente”

“Los cristianos tienen cara de resucitados” decía Nietzsche. Esta frase coge carne en mi vida porque a veces la lucha diaria, las tribulaciones, el desamor, la crueldad, la indiferencia,… superan mi alegría de la vida. Quiero destacar la amistad, la humildad y la vida en esta escena de la resurrección de Lázaro.
“Cuanto lo quería” decían los judíos al ver a Jesús llorar junto a Martha, María y los judíos (amigos y chismosos). Sollozar por la amistad construye, la indiferencia y el orgullo aniquila corazones. Jesús visitaba con frecuencia a sus amigos en Betania; su hermoso paisaje, el aire fresco y la amistad eran valorados. Sabía Jesús que le amaban y él los amaba. Que confiaban y lo escuchaban. Esa es la amistad, no crecer sin confianza, escucha, fe. ¿Llorará Jesús el día que yo muera? ¿Él es mi amigo?

Lázaro no dice una palabra pero sus gestos son elementales. Sus dos hermanas serían víctimas de abusos y del hambre en una cultura machista sin Lázaro. Es un hombre de corazón limpio, humilde. Sus hermanas tienen palabras protagónicas según su personalidad ante el mismo Jesús. Lázaro es resucitado por su amigo, su perfil bajo es un testimonio que corroe a cualquier incrédulo, no es casualidad que apenas mataron a Jesús, Lázaro también corrió la misma suerte.
Vivimos en un permanente camino hacia la muerte. Jesús ha recibido la noticia de la enfermedad grave de su amigo y posterga su visita a Betania; casi un desaire, pero lo aclarará: “Esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella.” Jesús regresa por Judea donde le quisieron matar y en cuatro días estará en Betania. El camino a la muerte no le limita a Jesús: “Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?” Ella le contestó: “Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo.”
“El día que yo muera” se lee y escucha en muchas autobiografías y canciones. La muerte suele rondarnos; ¿qué tenemos en la existencia? No llevamos algo a la tumba, sólo la oportunidad de amar y de ser amado por Dios, de ser resucitados por la Palabra del mismo Jesús.
Un amor como el de Jesús es capaz de llorar, de buscarnos aunque el mal olor de la muerte aleje a nuestros hermanos, de desatarnos las vendas y no crearnos dependencias, de darnos libertad eterna y no la esclavitud.
Finalmente, el camino de la fe pasa por nuestra historia reflejada en la Samaritana en el pozo, el ciego de nacimiento, la resurrección de Lázaro. El verdadero amor se le revela a una Samaritana infeliz con sus ensayos matrimoniales, no puede seguir bebiendo de su propio pozo lleno de historias antiguas (barro), encerrada en sus prejuicios y sedienta. La verdad se le revela a un ciego que al ver la luz afirma el gesto del profeta que le tocó, le sanó y le sacó de la ignorancia. El amor expresado al amigo Lázaro devolviéndole la vida. Así es Jesús en algún momento toma la iniciativa, se acerca para hacerte ver el verdadero sentido del amor, la luz de la verdad y la vida en casa, donde te pide ser acogido, esperarle, compartir el pan y escucharle.

Oración:
Señor de la vida, lloraste por tu amigo Lázaro,
Extiende tu compasión por este pueblo,
Nos llamaste a una esperanza firme en tu Resurrección,

Somos seres para la vida, para el amor, la verdad.
Tu corazón es fuente inagotable,
Tu palabra eficaz
La muerte ya no es el final.

Desde lo profundo de mi vida,
De mi historia, de mí…
Sácame de la oscuridad, del odio,
De la indiferencia, de la desconfianza.

Libérame de las vendas,
Que el mal olor no me aísle,
Que la mentira no me sepulte.
Tu corazón para construir amistad,
Tu Palabra para comunicar vida, pero eterna;
Tus lágrimas para despertar la sensibilidad…

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