II Pascua - Ciclo C (Juan 20, 19-31) 11 de abril de 2010

“Si no veo en sus manos las heridas (...) no lo podré creer”

 
Hoy, los discípulos están temerosos, con las puertas cerradas, llega Jesús para darles su paz, para fortalecerles en el envío a la misión, la misma que Jesucristo recibió de su Padre. Él es capaz de mostrar las huellas de su resurrección, sus nuevos símbolos para ser reconocido como el Resucitado. Así, en la experiencia de las primeras comunidades cristianas la fe está conectada íntimamente con la vida por medio de obras que generan desarrollo humano.
Los discípulos tienen la experiencia de ver al Resucitado, su corazón se va alegrando y abriendo con los diferentes testimonios de las apariciones de Jesús. Las experiencias, más que personales son comunitarias, por eso son fuerza, convicción y seguridad para la misión. Ya no hay que cerrar las puertas, la hostilidad y la muerte no podrán porque el Señor está en medio de su iglesia para abrirla al mundo.

Jesús ha resucitado no es lo mismo que decir que ha vuelto a la vida. Atravesar las puertas bien cerradas implica otra dimensión de su presencia. Un nuevo soplo, una nueva creación. Con el envío de los discípulos se inicia una nueva comunidad que cree en Jesús y testimonia su resurrección.

Nuestra humildad debería permitirnos pedir a Dios el don de la fe, necesitamos que ilumine nuestro entendimiento hasta decir: “Señor mío y Dios mío”. A veces preferimos “no complicarnos la vida”, el apóstol Tomás nos representa elegantemente. Tomás aparece alejado de su comunidad, no cree en la palabra de sus hermanos, está solitario, calculando sus seguridades, considera que tocando las llagas de Jesús va creer. Así, el camino de la fe es difícil, pero para Dios nada es imposible, Jesús se mostrará como Tomás quiere. Tomás, de todas maneras debe enfrentarse a la nueva realidad del resucitado, no solo, sino en comunid

Jesús se muestra a María Magdalena, a sus discípulos, a Tomás, y todas sus acciones se encaminan a mostrar a sus discípulos su nueva vida gloriosa, no condicionada por el espacio y el tiempo. A Jesús ya no podemos meterlo al laboratorio para sacarle muestras de su existencia, su presencia es experimentada por la fe, por la comunidad.

Sólo el Espíritu del Señor puede transformar tu vida, dinamizar tu fe, darle fuerza a la misión, disiparte las dudas, sacarte de la soledad, amar sin temor.

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