Domingo XXV Ordinario – Ciclo A (Mateo 20, 1-16a) – 18 de septiembre de 2011




Impagable gratuidad

“Vayan también ustedes a mi viñedo”

Jesús no duda, con su gratuidad, en darles “ubicaína” a los “justos” de su tiempo y de la historia. Los que fueron llamados con el alba, los fariseos, los que con sus grandes fatigas y bajo el sol lanzan una protesta, casi sindical, contra la igualdad de salarios.

Muchos judíos no aceptaron la mirada universal de Dios con los pueblos “paganos”. Algunos católicos consideraban que sólo bajo la iglesia hay salvación, el Vaticano II (1962-1965) se encargó de la “ubicaína”. La revolución francesa se consideraba creadora de “igualdad, fraternidad y libertad” (1789), cuando Fr. Anton de Montesinos, O.P. ya había exclamado protestando contra el abuso de los encomenderos españoles a los indígenas “¿acaso éstos no son hombres?” (21 de diciembre de 1511), según el cristianismo naturalmente.

“En este lugar no ingresan ni perros ni judíos, ni negros…” era un letrero colgado en las puertas de algunos centros de atención al público. Aunque aun dicen: “se reserva el derecho de admisión” no estaría muy de acuerdo con la lupa de la ley. Hoy, las cumbres presidenciales suelen ser una exposición variada de “gringos, cholos, negros,…” aquellos que hace un par de siglos por su cara no hubieran tenido posibilidades.

San Martín de Porres se donó para ser el gran apóstol de la justicia social. Los eruditos de su tiempo y del nuestro lo verían ilógico, casi injusto, que hoy sea nuestro santo querido. Así es Dios, su gratuidad rompe nuestros ‘agudos’ criterios de justicia.

La gratuidad no tiene que ver con cuánto has hecho, el tiempo de servicio ni tu gran fatiga, no mira agendas, conocimientos, belleza, juventud, dinero, honestidad, salud,… y quizá no sea bien recibida. Solo es gratis.

Si debes 100 soles y pagas a los cien soles, más sus intereses acordados, eres justo, pero si das doscientos soles más no significa que eres justo, sino generoso.

Si nuestra relación con Dios es de justicia, entonces debemos cobrarle la factura (¿si él lo hiciera?) por todo lo que hacemos, somos tan trabajadores protestemos que nos pague con creces. Nuestra relación en realidad debe ser de gratuidad.

La gratuidad no se paga, es imposible, su obstáculo es la misma justicia. La gratuidad hace posible que se beneficie quien llegó al final de la jornada y reciba el mismo trato que quienes llegaron primeros.

Quebrantar la justicia te exige una restitución, pero ¿Cómo pagarías a tu madre cuando la abofeteas? Sólo necesitas el amor y el perdón gratuito de tu madre, es una amor universal, no el exclusivo engañoso (sólo a los bellos, ricos, buenos, listos, poderosos, influyente, jóvenes, profesionales,…) ¿No hay nada gratis? Pero tienes la vida gratis,…

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