"A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido".
Solemnidad de Cristo Rey
Instituida por el Papa Pío XI en 1925 y, más tarde, colocada al final del año litúrgico después del Concilio Vaticano II.
La Crucifixión. Orrente, Pedro de. Copyright de la imagen ©Museo Nacional del Prado
XXXIV Domingo del tiempo ordinario - Año litúrgico 2024 - 2025 - (Ciclo C)
¿Por qué Rey?
Gracias a la historia conocemos a los reyes. Todavía existen algunos. Al final, todos son humanos: algunos embriagados por el poder y el placer; el afán de tener se va incrementando. Aunque su vida privilegiada pueda ser anhelada e imitada por muchos, ninguno es eterno.
No son eternos, pero a menudo se sienten con la autoridad de decidir sobre la vida y la muerte. Hoy la escena es Jesús en la cruz. Se burlan de Él y ponen a prueba su autoridad, lo retan a salvarse de la muerte.
Lo paradójico de nuestra vida no es “salvarla”, sino donarla. Es imposible salvarla sin estar dispuestos a perderla. No puedes salvar lo que no estás disponible a entregar. Precisamente en la cruz, el nivel del amor divino supera a todos los reinados.
Poner a prueba a Dios
Jesús está entre malhechores, entre delincuentes. Eso hacen los poderosos de este mundo: matar justos y liberar delincuentes. El afán de poder busca engañar, entretener, escarmentar. Quieren mostrar cómo pueden sufrir la cruz quienes tienen voz profética, cómo se puede atormentar al Príncipe de la paz y de la justicia.
El pueblo tiene ante sus ojos la imagen de la muerte, del miedo; le cuesta asumir que lo quieren en silencio, y que quienes desean su silencio tienen miedo de perder el poder. Por ello, los castigos públicos terminan ofreciéndole al pueblo un enemigo común, un peligro visible, una “piñata” sobre la cual descargar golpes. No sólo el ladrón soberbio grita, también el pueblo clama: “¡Crucifícalo!”.
Dios supera las barreras
El buen ladrón manifiesta niveles de conciencia moral de manera objetiva y libre. Con un aparente arrepentimiento y sin nada ya que perder o robar, se reconoce culpable. Es el que puede “reinar” en el discernimiento de su propio proceder. En cambio, el ladrón soberbio sólo se hunde más en su obsesión por el mal y el desprecio humano; sin argumentos y con una conciencia errónea, no acierta a salir del fango de su orgullo.
El trono de la cruz
Jesús, desde su trono voluntario y lleno de enseñanzas, promete el paraíso: salva al buen ladrón y abre la puerta a todas las personas que quieran reconciliarse con Dios. Dios suele dar más de lo que promete y más de lo que se le pide. El buen ladrón muere con esperanza y con la puerta de la eternidad abierta.
Lectura del santo evangelio según san Lucas 23,35-43
En aquel tiempo, los magistrados hacían muecas a Jesús diciendo:
«A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido».
Se burlaban de él también los soldados, que se acercaban y le ofrecían vinagre, diciendo:
«Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo».
Había también por encima de él un letrero:
«Este es el rey de los judíos».
Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo:
«¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros».
Pero el otro, respondiéndole e increpándolo, le decía:
«¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en la misma condena? Nosotros, en verdad, lo estamos justamente, porque recibimos el justo pago de lo que hicimos; en cambio, este no ha hecho nada malo».
Y decía:
«Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino».
Jesús le dijo:
«En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso».



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