Domingo XXVIII Ordinario – Ciclo A (Mateo 22, 1-14) – 9 de octubre de 2011



El banquete

“Inviten a la boda a todos los que encuentren”

Tengo el gusto de saborear estas letras acompañado de un delicioso “pollito a la brasa”. Y no es que coma para vivir, sino que en nuestro querido Perú se puede vivir para comer. Qué tentación al ver servido en tu mesa un buen plato de “lomito saltado”, “carapulcra”, “shambar”, “cuy chactado”, “choclo con queso”, “puchero”, “rocoto relleno”, “papa a la huancaína” y cómo olvidarse del exquisito “Ceviche” (con ‘c’ de comida o con ‘s’ de sabor).

Y si estás pensando en que “el hombre es lo que come” ya sabes por dónde están mis debilidades. Esa debilidad que va más allá de un buen plato de comida peruana. Tales delicias terminan minimizadas si no son compartidas. No olvides: la comida es un gran instrumento de comunicación.

Recuerda y valora no sólo a tu madre patria, también a la que te trajo al mundo, ella, una santa, sazona la comida inspirada y motivada por el amor, la estima, la amistad, la ternura,… y te la sirve. Juntos a la mesa. Una comida que se convierte en un gran banquete gracias a los comensales que acuden hambrientos de comunión, de pan, de vino, de saber tu vida, de saborear juntos, de conocer tus ilusiones, incluso tus penas.

Los momentos fundamentales de la vida (nacimiento, cumpleaños, matrimonio, muerte) son exaltados por una cena, una comida que tiene el sentido de banquete. Es una petición expresada a toda voz: “Prepara Señor… para todos los pueblos, un banquete de carnes gordas, un banquete de vinos excelentes, de alimentos suculentos,…” (Is 25,6).
Todos estamos invitados. Pero, hay hijos que no acuden a los banquetes que promueven su madre; ella no desmaya en su convocatoria y aunque la envíen cartitas, la llamen por teléfono, o hagan silencio, ella seguirá. ¡Te buscará! Es un amor distante a los cálculos y conveniencias sociales, fuera trivialidades e intereses egoístas (mi campo, mis negocios, mis relaciones, mi agenda), no caben las vulgaridades y groserías.

Y como en todo banquete no sólo se lucen los mejores manteles, la vajilla fina, también se lucen los mejores trajes. De pronto, como entenderás, llega algún “paracaidista”, no preparado, incluso cree rebelarse no vistiéndose a la altura de las circunstancias. Llámale: “desubicado”.

Jesús está expresando sencillamente que cambiemos de vestido, de hábito, las malas costumbres. Y lo mejor, es que en su tiempo, para los grandes festines te recibían en la puerta, te lavaban los pies, te perfumaban la cabeza con bálsamo, te coronaban con flores (no espinas) y te daban un beso. Parece que no arrugaban la nariz.

Con tales atenciones que no quieras ir a la divina comida y no te pongas un buen vestido es un acto “…” llámale por su nombre. Todo ella comunica personalidad, espiritualidad, valores… Así que me despido. ¡Salud! Con un pisco sour, escoge: con una antiquísima “chica de jora” o “chicha morada”, un anisado o uno de los refrescos inolvidables de mamá.

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