Domingo XXX Ordinario – Ciclo A (Mateo 22, 34-40) – 23 de octubre de 2011
“Amarás al prójimo como a ti mismo”
¿A quién amamos? ¿Por quién me siento amado?
Amar es una experiencia muy personal. Dios nos posibilita experimentarlo de manera única e irrepetible. Por eso puede ser tan exclusivo como tan generoso e inclusivo. Somos lo que amamos, lo hacemos en torno al acto de amar. Nunca hay error en el amor. ¡Atrévete!
El amor del que habla Dios está relacionado con el prójimo. Este amor mata todo afán egocéntrico, dominante, controlador,… ese llamado “amor” que es presionado con el puño se ahoga o escapa ante una realidad sofocante. Amar entonces sugiere respetar y valorar a la otra persona, con sus fortalezas y debilidades.
¿Qué hay en mí como para ser una referencia del amor al prójimo, y por tanto a Dios? De él viene y a él va. Existe la capacidad, la intención, alguna ilusión, intuición de algo bonito, quizá complemento; es romántico hasta que la realidad le da su verdadero temple.
El amor es una iniciativa de Dios, nos sigue amando, nos invita a amar. El amor y la fe son una buena combinación para avivar el alma, y tan fuertes como el rechazo y la desconfianza para matarlo.
El amor es una experiencia con Dios, similar a la del prójimo. Es amar al prójimo como a Dios. Dios mismo se presenta por medio del prójimo, su Imagen y semejanza, Dios se hace hombre y no muestra su rostro visible: Jesús.
Así pues, amar es una experiencia de hombres nuevos. Amar o aprender a amar es humanizar y también desarrollarse en todos los campos: moral, económico, político, social,… No debería enamorarme de mí mismo, pese a que el espejito sea mágico. La verdadera identidad está en el auténtico amor humano, humanizante, humanizador.
Este es el amor que se acerca, está a nuestro alcance, despierta ilusiones, mueve corazones, compromete vidas, rompe moldes, cambia esquemas, revoluciona sistemas,… Jesucristo lo hizo vida, ¿Podríamos hacerlo una experiencia propia?
Sal 17, 2-3a. 3bc-4. 47 y 51ab R. Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza.
Yo te amo, Señor;
tú eres mi fortaleza;
Señor, mi roca, mi alcázar, mi libertador. R.
Dios mío, peña mía, refugio mío, escudo mío,
mi fuerza salvadora, mi baluarte.
Invoco al Señor de mi alabanza y quedo libre de mis enemigos. R.
sea ensalzado mi Dios y Salvador.
Tú diste gran victoria a tu rey,
tuviste misericordia de tu Ungido. R.
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