29 -02-2012 - Tiempo ordinario - IV- B

“¿Qué es esto? Este enseñar con autoridad es nuevo”
(Mc 1, 21-28)


Muchos se presentan como los salvadores, innovadores, caritativos, justos, puros, sacrificados,… ¿Sabes a quién me refiero? ¿No? ¿Pero sí te lo imaginas? Alguien que quiere mostrar (imponer) su autoridad, pero se hace difícil cuando ya la ha perdido.

Ser autoridad es más fácil que tener autoridad. Muchos cuando llegan a ser autoridad se dan cuenta que no tienen autoridad. Tener autoridad es ser actor coherente, conocedor, lo ha vivido y vive, es consecuente en su vida, es responsable, edifica, es humilde,… El pueblo, los otros son los que reconocen dicha autoridad.

Más que las meras palabras o autoproclamaciones es ser reconocido por los otros como la autoridad. Esto suscita respeto. Si no fuera así, de seguro por en medio hay ingratitud de los demás o autoritarismo, abuso de poder, mal uso de los recursos comunes, corrupción a todo nivel,…

Moisés, tan conocido en nuestra historia de la salvación se aproxima a la mirada de Dios para decir su voluntad con autoridad. Moisés mira el futuro en mucha comunicación con Dios y trasparenta la expresión de amor de Dios con su pueblo. Por eso, para quien no tiene vida cercana a Dios, los mandamientos son meras disposiciones, meras teorías trasnochadas que no van con su vida.

Moisés es un ejemplo, pero Jesús es la expresión misma, la Palabra de Dios. No es una idea, ni un personaje de fantasía, ni alguien labrado a punta del cincel costosísimo de agencias publicitarias.

Jesús vive en un pueblo con una misión clara. Tiene autoridad en todo lo que dice y hace. Sus enseñanzas son sólidas. Sus parábolas no son cuentos desautorizados por la ignorancia. Su vida es limpia y florece en la luz del pueblo.

Jesús asombró y mostró el camino de la felicidad con sus enseñanzas, su autoridad hacía huir a los espíritus inmundos.

¿No es sorprendente la autoridad de Jesús?

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