Domingo Sagrada Familia – Ciclo C (Lucas
2, 41-52) 30 de diciembre de 2012
“Hijo mío, ¿por qué nos has hecho esto?”
Las palabras de un hijo pueden
herir profundamente el corazón de un padre y de una madre. Parece que los hijos
no tenemos reparo en lanzar piedras, puede más el resentimiento y la rebeldía
que el respeto y la consideración. Los padres suelen llorar interiormente y
sufrir en secreto las palabras desmedidas de sus hijos. Los hijos parecen no superar
las heridas de su historia personal.
Los padres no comprenden el
comportamiento de sus hijos, el motivo de sus palabras, lo desagradecidos e
imprudentes con sus hechos y palabras. Y aparece con mayor fuerza en los hijos
que lo han recibido todo. Los padres no entienden que sus hijos no aprendieron
a sufrir, a esforzarse, a las carencias, a los conflictos que en la vida nos
asaltan. Lo han dado todo, sin medida.
Las noticias a menudo nos
presentan a adolescentes delincuentes (“Gringasho”), a la hija que mata a su
madre, a niños que envenenan a su compañera de clases, adolescentes que drogan
y violan, a delincuente que secuestra niños,… Esta realidad nos lleva a replantear
la estructura familiar, varias conformadas en base al egoísmo, improvisadas y
obligadas por las circunstancias. Se trasluce la gran responsabilidad de los
padres de ejercer su autoridad pedagógica, su misión de educar en la fe y en la
razón.
Jesús camina en su misión, en
este sentido los “perdidos” serían María y José, pero no por ello dejan de
decirle con rigor y amor: “Hijo mío, ¿por qué nos has hecho esto?” Puede ser el
Hijo de Dios pero ellos no dejan de expresar su disconformidad con unas
palabras cargadas de incertidumbre, buscando explicaciones. Su misión es
ayudarle a crecer en sabiduría, estatura y gracia. Los derechos del niño
contemplan el de tener una padre y una madre,
conceptos llenos de misión educadora y pedagógica y no es de un mero
engendrar (eso sería animal).
Las familias están sedientas de diálogo, tiene
que hacer el esfuerzo de sentarse a dialogar, respetarse, escucharse,
expresarse y llegar a acuerdos. En toda familia el corazón de madre y el de
padre desborda agendas y normas; las expresiones del amor son necesarias cada
vez más en casa para la solidez interior, moral y espiritual de cada uno de los
hijos. Ojo: una familia sagrada, nunca se olvida de Dios
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