El fantasma de la muerte (Lc. 24,
35-48)
Siempre en camino, de avanzada,
al encuentro, a las periferias, sin madrigueras, sin seguridades materiales.
Así se llega al verdadero alimento.
La paz tan anhelada, tan ausente
de los intereses económicos. Si la paz
es más que un derecho humano, es para ir humanizándose, realmente de Jesucristo,
no de un fantasma.
El fantasma asusta, persigue, es
incontrolable, es metafórico, mitológico, psicológico,… El mundo no puede ser
gobernado por los fantasmas dinero, tráfico de armas, narco-estados,… ¡nos alarman!
Cuando se aclara el rostro
cristiano la alegría se hace propia, la tristeza es superada, las dudas
aclaradas.
Atónitos y desesperados,
hambrientos y encerrados en sus miedos. La guerra sigue inundando ríos de
sangre.
Necesitamos, hoy, que Jesús nos
invite a la mesa, nos abra el entendimiento, nos haga ver la vida y no más
muertos. Sí, necesitamos ser testigos, la propia experiencia, de Jesús, no de
un fantasma.
En la propia vida, vivir para
vivir, dar vida de nuestra vida. Menos copias, más autenticidad.
Aunque no es broma que Jesús haya
estado en la cruz para estar hoy con los crucificados. Sería mejor que nadie
sea crucificado, que la inteligencia no crucifique sino libere, no esclavice
sino independice, no mate sino de vida.
¿El fantasma del éxito económico llevando muerte?
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