Feliz día de la Madre. A las madres de mi tierra, en su día

 Mamá hablaba con las manos a la tierra indomable

Día de la madre
A las madres de mi tierra, en su día

Pencas, eucaliptos y zarzamoras surcaban el perímetro de aquella tierra indomable. Nadie se atrevía a cultivarla. El agua escapaba por grietas secretas, los ratones eran sus dueños invisibles y los perros vagos tendían el heno como si fuera su parque de diversiones.

Parecía condenada a vivir enredada entre gramas y tréboles. Hacia 1985, la cabecera del terreno aún pertenecía a don Jacobo. Renegaba con bastón en mano cada vez que cruzábamos unos metros de su parcela para alcanzar el canal de regadío. Desde su balcón, la vecina Lila —agricultora, ganadera, y buena amiga— nos pedía con fastidio que “quebráramos la acequia” porque el agua estaba inundando su casa. Protestaba, pero comprendía.


Entonces, unas manos de acero y un corazón indomable comenzaron a surcar pequeñas acequias, como arterias, para irrigar el cuerpo entero del terreno. A mamá se le unió su compañero de vida, pala en mano, para arrancar malas hierbas, alinear las zarzas y reducir el espesor de las pencas.


Mamá, como si realizara un antiguo ritual, esparcía cenizas y guano de cuy y conejo. Papá parchaba las porciones de tierra reseca con semillas de heno. Ambos sudaban “la gota gorda” algunas tardes. Al riego se sumaban los zorzales y ruiseñores, atraídos por las lombrices. Los ratones huían, convertidos en festín de los gatos techeros.


Y así, poco a poco, la tierra indomable comenzó a rendirse. Brotaron pastos más verdes. Muchas veces, mamá desaparecía de escena para llamarnos luego a disfrutar de un chocolate caliente con panes de yema que papá solía traer de Celendín.


Hoy, aunque mamá sigue mostrando su madera de roble y papá ha empezado a olvidar algunas melodías, esta historia de la tierra indomable es también la historia de cada madre que construye su hogar con sudor y lágrimas. Madres capaces de domar la tierra, la vida, a sus esposos y a sus hijos. Este es solo un reflejo del tesoro labrador, artesano, terapéutico que hay en cada una de ellas.


Si tienes una madre capaz de desafiar la maldita topografía de tus campos, las miradas rebeldes, o la mezquindad del tiempo, entonces también eres capaz de transformar tu
desierto en un paraíso de sapos, luciérnagas, babosas, aves, flores y hierbas aromáticas.


Hoy, abrázala. Bésale las manos de fierro, el rostro zanjeado por tus rebeldías, el cabello pintado por tantos pensamientos en silencio.
Y si ya la tienes en el cielo, recuerda que parte de ti habita ya en la eternidad, orando ante Dios por cada segundo de tu vida.


¡Feliz día a las madres!

¡Feliz día a las madres que hacen florecer hasta a la tierra más difícil!

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