Domingo XXXIII Ordinario – Ciclo A (Mateo 25, 14-30) – 13 de noviembre de 2011


“(...) a cada uno según su capacidad”



Bailar no siempre ha sido mi fuerte, tampoco lo hago con dos pies izquierdos. Me arrepiento no haber aprendido bien. En casa todos bailamos, la mayoría canta e interpreta algún instrumento musical. Cada uno puede distinguirse por lo que hace, por su carácter, su generosidad, sus sueños, …

Tenemos la oportunidad de estudiar, de seguir madurando, algunos procesos más lentos que otros. Somos tan familia, tan hermanos que marcamos diferencia. Cada aspecto de nuestra personalidad y de nuestra historia nos ayuda a descubrir mejor o peor la forma de enfrentar la vida.

Las madres y padres suelen desgarrarse interiormente por sus hijos “¿Qué será de tu vida? ¡Hijo, tú sabes lo que eliges, lo que te haga feliz hijito!

Nuestra historia personal nos puede despertar heridas pero nunca debería convertirnos en resentidos. La inteligencia no puede permitirnos dejar de invertir tiempo en la vida, en marcar nuestra individualidad. Hay que recibir con alegría a las oportunidades, así vengan de 10, de 5 o de 1.

Desenterrar los tesoros personales no es un acto holgazán, tampoco es para temerosos, menos para desesperados. Es para quienes quieren vivir hoy, proyectando el mañana, para quienes viven la vida multiplicando sus dones y listos para presentarse a Dios. Una vida fértil, abundante, libre, generosa, creyente, confiada.

En la vida no fijemos nuestra mirada en lo que no tenemos, sino en lo que administramos. No temamos lo que nos puedan hacer sino lo que nosotros podamos hacer. No importa la cantidad, sino la calidad. No es lo que recibes, sino en la dedicación, el corazón y los ojos que das.

Si no puedes con tu talento o no lo descubres, pide ayuda, siempre hay generosos para ayudarte a descubrir o administrar. Nunca olvides que Dios te lo ha dado para servir mejor al prójimo. Dios nos da a cada uno según nuestra capacidad.

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