XXX Domingo del tiempo ordinario (C): “ El que se humilla será enaltecido ” Parábola del fariseo y el publicano

Un fariseo presume y un publicano se humilla. Dios valora la humildad, y la necesidad del perdón.

 

La oración del fariseo y el publicano. Anónimo. Data de 1501-1525 . Museo Lázaro Galdiano


XXX Domingo del tiempo ordinario

Año litúrgico 2021 - 2022 - (Ciclo C)

 

 

Relaciones auto-referenciales peligrosas


·      ¿Qué es lo que al hablarlo se pierde?
·      El silencio. 
·      Algo así es la santidad.

 

Un saludo a todos los misioneros y misioneras que cada día son samaritanos, expresión del consuelo de Jesucristo, testimonio de auténticos bautizados. Celebramos la Jornada Mundial de las Misiones, donde se necesitan más testigos hasta los confines de la tierra.


¿Alguien que diga yo,yo,yo? Se necesitan obreros para la mies del dueño de la viña.

 

Detente un instante frente a Dios, él y tú, tú y él. En esta relación con Dios puedes descubrir aspectos que te unen o te alejan. Pero, más allá de lo bueno o lo malo, en lo profundo del corazón humano encuentras patologías que te llevan a compararte, a separar o clasificar a los seres humanos. Es importante tener objetivos en la vida espiritual, el problema es pretenderlos cumplidos o estancarte en el pesimismo. ¿Qué permite la salud, el ser perdonado, redimido?

 

¿Es una relación de clases humanas o personal?

La parábola del fariseo y el publicano con frecuencia la ubicamos en dos auditorios de Jesús. Los fariseos suelen ser los que siempre cuestionan y tratan de defender sus prácticas por considerarse ya justos, los escogidos, los ‘salvados’. En cambio, el publicano es considerado pecador, impuro por servir al Imperio Romano, cobrar impuestos, etc. En suma, los fariseos se sienten puros y los publicanos pecadores, y desde nuestro escenario, criticamos a los fariseos por su soberbia y alabamos a los publicanos por su humildad de reconocer sus pecados.

 

Entonces, la enseñanza sería, ser humildes como los publicanos. No se puede generalizar ni reducir a tomar partido por uno de los equipos. El tema, no es entre buenos y malos, ni entre pobres y ricos; tienen un tinte que contrasta en el corazón y entrañas del ser humano, en su radiografía con Dios.

 

Relaciones patológicas

1º Tu relación con las personas con frecuencia se basa en la moralidad de sus actos. Sin embargo, tú eres más que tu bondad o maldad. En esta línea, la moralidad de tu vida se debatiría en un juzgado, crees en un Dios juez. Al juez le puedes parlotear, leguleyar y mandar un regalito para hacerle perder objetividad. A Dios no le puedes vender humo.

 

El rico epulón y el juez injusto son seres satisfechos, no necesitan de la humanidad, la lujuria les basta. Y en ese clímax, quizá pienses en un Dios que se aplaca con tus obras buenas. Entonces, se despiertan tus patologías y no te gusta un Dios incorruptible, misericordioso. Dios es padre y no juez. ¿Confiamos más en nuestros actos que en Dios? Así, la hipocresía y la bipolaridad nos pueden mantener engañados. Presentas tu currículum, tus inventarios y lo distinguido que resultaste ser ante los hombres, pero sabes que el auténtico Dios te conoce hasta el último cabello.

 

2º Tu relación con las personas se basa en la dignidad, en cuanto creatura de Dios, en el milagro de la coexistencia, en el desarrollo humano y espiritual gracias a otro hijo o hija del mismo Padre Dios. Cómo el creador no va conocer su creación, y las creaturas no saberse conocidas y valoradas.

 

El pobre Lázaro y la viuda necesitan de los demás, no se comparan ni nadie quisiera ser como ellos, marginados, estorbos. Son expresiones de una desigualdad, de una injusticia. Es aberrante que los seres humanos no tengan ni siquiera la solidaridad de los mismos compatriotas. No hacen caridad ni por imagen ni por vanagloria. Lo misterioso es que en el trasfondo del sufriente hay un rostro compasivo. 

 

En el caso del publicano, su dolor no es por falta de dinero, quizá su dolor radique en ser muy pobre y con dinero. O tener dinero impuro que le haga sentir injusto. Saber que muchos de los pobres son consecuencia de la corrupción de la cual es parte. En la línea moral el publicano no sería un modelo. Más allá de su crematonina está su baja autoestima, su depresión, su sentimiento de impureza. Es cuando tu publicano interior necesita ser redimido y justificado por la auténtica autoridad, liberarse de todo ello no hay mejor estrategia que la humildad, la confianza.

 

Relaciones auténticas

Las relaciones son difíciles para todos; la autenticidad es una lucha permanente. La desconfianza en nuestras vidas es como un recurso de protección, las palabras pomposas como un tapete de nuestras mentiras, y los temas ‘etiqueta’ como una expresión de nuestra ignorancia. Estas inseguridades realmente lo son ante Dios.

 

Pero las relaciones auténticas van más allá de la frase popular “hechos y no palabras”. Se centra en una dimensión profunda del ser humano, no en lo que tiene o hace, sino en el ser. ¿Cómo eres con Dios? ¿Cómo eres con los otros seres humanos?

 

Nuestro fariseo interior es muy resistente al cambio. Y seguro tiene razón en cosas como el cumplimiento ritual, el amor a la Sagrada Escritura, el ser hijos en un pueblo elegido. Pero si eso te caracteriza en la vida, la equivocación se hace profunda, el abolengo o los reyes no necesariamente son expresión de santidad. Acá, la etiqueta válida es la autenticidad. No puedes jactarte de justo ante el Justo de los justos.

 

El fariseo interior también considera que ya sabe lo que Dios quiere y sus obras labran su destino. La experiencia en el desierto no ha calado en el sentido de providencia. Es una pena que tenga todos los recursos y sienta que también Dios cumple esa función, un recurso de autoridad para rebajar y despreciar a los demás. Lógicamente, el recurso de autoridad es una falacia porque no eres justo al ser amigo del juez, sino siéndolo en lo profundo de tu ser, y allí, en lo más profundo no están los hombres que nos guiamos de gestos y palabras, sino Dios.

 

El publicano interior, el mío y el tuyo, sufre esa consecuencia de las clases sociales, pero además las da por ciertas y útiles. Tampoco duda en ‘jamonearse’ de lo que tiene. Recauda impuestos, hace campañas comerciales. Pero el pecador público termina estresado y cada día tiene el martillo social y religioso que le golpea. 

 

Al publicano interior le encantaría escapar, se plantea: ¿Es mejor tener pan en el servicio a la injusticia? ¿Es mejor ser pobre y comer el pan con justicia? Este publicano se acerca a Dios con el abanico de juicios y prejuicios, le pide perdón, le pide compasión. Es un hombre saciado de comida y lujuria pero infeliz, insatisfecho, necesitado del sentido de la vida.


Escenarios

En la vía pública es mejor aceptada la vida del fariseo, pero Jesús se remite a su profunda hipocresía y entonces se encienden las alarmas. En cambio, el publicano es famoso por sus injusticias. Pero al ingresar en el templo, en el escenario donde el encuentro se da con Dios, el fariseo presume de ser justo y de juzgar, de ponerse en vitrina y mirar por sobre el hombro, es como si Dios le debiera el perdón. En el templo, el publicano habla la verdad, 'soy un  pecador', y sólo pide el perdón, expresa un corazón contrito y humillado. 


Un publicano salvado

Lo genial del publicano está en su relación total y profundamente personal con Dios, reconoce su pecado. Y luego, llega lo más difícil: sentirse perdonado, justificado. No se dice lo que sucedió con el publicano justificado, pero de seguro prefirió comer el pan con justicia y la paz de su relación y amor a Dios.

 

Es más, nunca podrás arrogarte el supremo conocimiento de la profundidad espiritual de la otra persona. La relación que más debes cuidar es la de humildad, entre tú y Dios. Acá no tienes el control, sólo desarrollas confianza, abandono en la providencia. No convalides ni des por descontado nada, cada día el cristal de tu interior se ve con ojos de la misericordia y la solidaridad, cada momento eres la creatura que necesita de su creador ser curado, justificado.

 

Palabra del papa Francisco

Somos un poco publicanos, por pecadores, y un poco fariseos, por presuntuosos, capaces de justificarnos a nosotros mismos, campeones en justificarnos deliberadamente. Con los demás, a menudo funciona, pero con Dios no. Con Dios el maquillaje no funciona. Recemos para pedir la gracia de sentirnos necesitados de misericordia, interiormente pobres. También para eso nos hace bien estar a menudo con los pobres, para recordarnos que somos pobres, para recordarnos que sólo en un clima de pobreza interior actúa la salvación de Dios.

 (Homilía de clausura Sínodo de los Obispos 17 octubre 2019)

 

Lectura del santo evangelio según San Lucas 18, 9-14

En aquel tiempo, Jesús dijo esta parábola a algunos que se confiaban en sí mismos por considerarse justos y despreciaban a los demás:
«Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior:
“¡Oh Dios!, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo”.
El publicano, en cambio, quedándose atrás, no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo:
“Oh Dios!, ten compasión de este pecador”.
Os digo que este bajó a su casa justificado, y aquel no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido».


Pintura

La oración del fariseo y el publicano. Anónimo. Data de 1501-1525 . Museo Lázaro Galdiano

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