XXIV Domingo del tiempo ordinario (A): Perdonar Setenta Veces Siete
“Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo”.
Se compadeció el señor de aquel criado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda.
La parábola del "siervo despiadado" nos insta a reflexionar sobre la importancia del perdón, la gracia de Dios y la responsabilidad de perdonar a los demás. Nos recuerda que, dado que Dios nos perdona, debemos ser capaces de perdonar a quienes nos ofenden y hieren, extendiendo la misma misericordia que hemos recibido.
XXIV Domingo del tiempo ordinario
Año litúrgico 2022 - 2023 - (Ciclo A)
No se trata de cantidad sino de caridad, y ésta no tiene límites.
¿Cuántas veces perdonar?
Si perdonarse así mismo debería ser la primera tarea, ya perdonar al prójimo, después de la parábola del “siervo despiadado” es un acto finamente cristiano. Aunque el sentido de la parábola está en el perdón al prójimo con el objetivo de ser mejores hermanos, edificar la iglesia, caminar en sinodalidad, no deja de ser un reflejo de cómo llevamos nuestra relación personal con Dios.
El mismo Jesús te pidió no ver la paja en el ojo ajeno si no te sacas la viga que te hace vivir ciego. Entonces, la viga de tu ojo, en el sentido inicial de la parábola recae en algunas preguntas: ¿perdonas las ofensas? ¿perdonas como quieres que los demás te perdonen? ¿Puedes contar las veces que Dios te ha perdonado? No quiero entrar en la miseria espiritual pero cabría preguntar: ¿te interesa que Dios te perdone o simplemente te es indiferente?
Una amiga le “cantó sus verdades a su papá” y se sentía empoderada de haberlo enrostrado sus errores y carencias. Pero al narrar la historia su rostro era más desencajado, porque por un lado desahogó todo lo que le molestaba, pero por otro, le quedaron sonando las palabras de su padre: “hija, mil disculpas, yo te perdono siempre y te seguiré amando”. A ella, nunca se le ocurrió pedir perdón. Muchas veces sus padres lloraron a escondidas, simplemente sus corazones no albergaban venganza sino amor para su hija.
Pd. Disculpa amiga, no es infidencia, hoy llevas la pregunta como Pedro, pero tus preguntas son las mías y de otros hermanos de la comunidad. Quizá ya eres perdonada, pero no sanada, necesitas de un método para no agredir a tu “supuesto agresor”, ambos necesitan ser salvados.
En esta historia, pidamos a Dios que nos ayude con la autoevaluación personal. Tenemos el defecto de contar los errores de los demás y no sus aciertos. El gran objetivo es vivir en comunidad, familia, iglesia, y no sólo la corrección fraterna, sino también el perdón.
“Setenta veces siete”
La caridad no depende de la estadística, viaja al nido del amor, de la sabiduría, del perdón. En cambio, la cantidad alberga castigos, se proyecta en venganza, se salta el diálogo, no valora a la otra persona, convierte al prójimo en enemigo, corrompe la “justicia”, organiza un escándalo, difama en nombre de la coherencia, pide normas para los demás.
Sabes que perdonar es un milagro, hay asuntos difíciles de olvidar. En el arte de la vida común, el perdón está en lo más alto, es más efectivo que las frías normas. No puedes conducir tu hogar, una comunidad, recurriendo a las amenazas, a las reglas solamente.
Aunque sin una norma referencial no hay una falta y por tanto no sería necesario el perdón. Es decir, las setenta veces siete que repites a tus hijos cómo comportarse, el valor de la familia, el amor filial y fraterno, la obediencia, la sabiduría, la convivencia, etc. No es suficiente para que sean personas íntegras, respetuosas, capaces de perdonar, de buscar la verdad, de ser justos. Es importante vivirlo, el testimonio, la autenticidad.
La caridad desproporcionada
En el arte de vivir como Cristo, es vivir en las desproporciones: perdonar a los enemigos, la deuda que tienes con Dios es desproporcionada a la deuda que tiene tu hermano contigo, los errores de tus padres no son más que sus actos bondadosos, y así, desproporcionado o desproporcionada, Dios te regala y ama desproporcionadamente.
Como un ejercicio pequeño para tu vida, fíjate en la actitud del obrero deudor, insolvente, pero suplica perdón. Es perdonado. Sale y encuentra a otro como él, pero con una deuda desproporcionalmente pequeña. Esa es la dureza de corazón: “soy incapaz de perdonar como soy perdonado”. Yo castigo hasta lo más irrisorio, pero quiero que me perdonen todo.
Es curioso, que el “siervo despiadado” incluso de nuevo ante Dios, tiene el comportamiento escandaloso, ya ni pide perdón. Es decir, ha recibido un don, pero no ha cambiado el corazón ni ante Dios ni ante los hombres. Pero el Señor seguirá esperando de manera perseverante. Ésta es la clave: imitar la misericordia de Dios.
Palabra del papa Francisco
¡Cuánto sufrimiento, cuántas divisiones, cuántas guerras podrían evitarse, si el perdón y la misericordia fueran el estilo de nuestra vida! También en familia, también en familia. Cuántas familias desunidas que no saben perdonarse, cuántos hermanos y hermanas que tienen ese rencor en su interior. Es necesario aplicar el amor misericordioso en todas las relaciones humanas: entre los esposos, entre padres e hijos, dentro de nuestras comunidades, en la Iglesia y también en la sociedad y la política.
(Ángelus 13 de septiembre de 2020)
Lectura del santo evangelio según san Mateo 18, 21-35
En aquel tiempo, acercándose Pedro a Jesús le preguntó:
«Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo? ¿Hasta siete veces?».
Jesús le contesta:
«No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. Por esto, se parece el reino de los cielos a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus criados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así. El criado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo:
“Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo”.
Se compadeció el señor de aquel criado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda.
Pero al salir, el criado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba diciendo:
“Págame lo que me debes”.
El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba diciendo:
“Ten paciencia conmigo y te lo pagaré”.
Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía.
Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido.
Entonces el señor lo llamó y le dijo:
“¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo rogaste ¿no debías tener tú también compasión de un compañero, como yo tuve compasión de ti?”.
Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda.
Lo mismo hará con vosotros mi Padre celestial, si cada cual no perdona de corazón a su hermano»
Pintura 🎨
Esta representación de Jan van Hemessen (c. 1556) muestra el momento en que el rey riñe al sirviente.
El talento de esta parábola valía unos 6000 denarios, por lo que una deuda es 600 000 veces mayor que la otra.2 Más significativamente, 10 000 (una miríada) era el número griego más alto, y un talento la unidad monetaria más grande,2 de modo que 10 000 talentos era la deuda más grande fácilmente descrita. Como comparación téngase en cuenta que el tributo anual combinado de Judea, Samaria e Idumea alrededor de esta época era de sólo 600 talentos.3 y un denario era el salario de un día,3 por lo que 10 000 talentos serían el salario de unos 200 000 años4 El escenario es la corte de algún rey de otro país, donde los "sirvientes" podían tener el mismo rango que los gobernadores de provincia.3
0 Comments