IV Domingo de Adviento ( C): María en la visita a su prima Isabel, el silencio y la alegría

"¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!"

 

Hoy podemos percibir la alegría de Isabel al escuchar el saludo de María. Las palabras de Isabel son inspiradas por el Espíritu Santo. María, la bendita entre las mujeres, la Madre del Señor, permanece en silencio arrollador lleno de acciones.


La Visitación de la Virgen María

 

IV Domingo de Adviento

Año litúrgico 2024 - 2025 - (Ciclo C)

 

 

El silencio de María

Ha descubierto en su joven caminar las acciones de sus paisanos, las costumbres del judaísmo, el camino delgado “moralista” que sostiene a una mujer. En esa dimensión contemplativa de la vida diaria ha descubierto que existen sentimientos y misterios más profundos. Por ejemplo, es una alegría saber que su prima está embarazada, pero responde a un valor profundo de la humanidad y emprende su camino de prisa a la montaña. Comprende el desafío humano al que se enfrenta su prima y además, el divino, el embarazo que parecía imposible es ahora una bendición de Dios, la cual debe crecer y por ello participar en su cuidado.

 

Del camino de María a la ciudad de Judá es pura acción en sintonía con su misión. Sus acciones convierten al silencio en un efecto comunicativo relevante, decodificante, no se trata solo de un mero embarazo, sino especialmente del misterio de la Encarnación. María y su prima Isabel son mujeres temerosas de Dios y a la vez fortalecidas por el mismo Dios, el ángel repite: “no temas”.

 
La alegría de María.

Su alegría está llena de gracia, el Dios al que presenta sus oraciones está ahora con ella. Su gran argumento es la obediencia. Los rumores se esfuman. Es honesta ante Dios y esa transparencia la ubica como gran modelo de fe. El centro de su fe es Dios. Dios en su vientre. Su alegría, su silencio, su fe configuran su humildad, su servicio. Así, la Virgen María se regocija en su ser de madre, en la promesa de Mesías que lleva en su vientre. Una mujer, la Virgen María, entrada en el misterio de Dios para que sea humano sin dejar de ser divino.

 

El nacimiento del hijo de María es el nacimiento del Hijo de Dios. O el nacimiento es el momento culmen de la revelación de este misterio. El sí de María en el anuncio del ángel llega a su momento estelar: el misterio de la Encarnación. Dios se hace hombre para que los hombres vuelvan a Dios. 

 

El niño Jesús es Hijo de Dios, es el Mesías esperado, nace entre los pobres, entre quienes no le abrieron las puertas de sus casas, menos sus corazones, entre las autoridades ebrias de poder. El mesías nace en un mundo humano, al borde de lo inhumano, para devolverle su dignidad, su unidad, su identidad. 


Esa es la paradoja, la alegría de María es también su tristeza, su silencio; dicho de otro modo, la contemplación entre su fe y el frío, entre la promesa y el sin techo. No le abren sus puertas ni sus corazones a quién les creó por amor, les acompañó como una madre, y viene con lo más profundo de sus entrañas a mostrarles los caminos de la vida, a liberarlos.

 

Alégrate en este domingo, ya va nacer el Hijo eterno del Padre, el Hijo de María, nuestro hermano Jesús. En esta navidad recuerda que de tras de cada acción puedes encontrar un gesto divino, el silencio comunica mucho, la disponibilidad hace posible lo imposible. Pero en todo el misterio, no olvides de fortalecer la alegría de la fe. Hoy, el gran evento del Salvador inicia con un gesto de caridad por parte de María.

 

Palabra del papa Francisco:

Este dinamismo es obra del Espíritu Santo: el Espíritu de amor que fecundó el seno virginal de María y que la instó a acudir al servicio de su pariente anciana. Un dinamismo lleno de alegría, como vemos en el encuentro entre las dos madres, que es todo un himno de júbilo alegre en el Señor, que hace grandes cosas con los pequeños que se fían de él.

 

Ángelus, 23 de diciembre de 2018 | Francisco

 

Lectura del santo Evangelio según San Lucas 1, 39-45

En aquellos mismos días, María se levantó y se puso en camino de prisa hacia la montaña, a un a ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.

Aconteció que, en cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del 
Espíritu Santo y, levantando la voz, exclamó:
«¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? Pues, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá».

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