IV Domingo de Cuaresma (C): ¿Qué clase de hijo soy? Reencuadrando la parábola del Padre misericordioso

Porque este hermano tuyo…"

«Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo. Pero era necesario celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y ha sido encontrado» (Lc 15,31-32).


Cuando escuchamos la parábola del Hijo Pródigo, solemos identificarnos con el "hijo". Es natural: todos somos hijos, hijas. Sabemos que Dios es un Padre misericordioso. Pero este relato nos invita a ir más allá: no se trata solo de saber Quién es Dios, sino de preguntarnos Qué tipo de hijos somos nosotros.


Hijo Pródigo

El retorno del hijo pródigo. (Terugkeer van de Verloren Zoon en neerlandés) es una obra del pintor holandés Rembrandt.

IV Domingo de Cuaresma

Año litúrgico 2024 - 2025 - (Ciclo C)

Dos hijos, dos corazones

La historia está llena de tensión emocional y espiritual. Nos muestra a dos hermanos muy diferentes, pero con un problema común: no saben amar del todo.

El hijo mayor: obediencia sin alegría

El hijo mayor estaba obsesionado en su trabajo, era de aquellos que su conciencia los esclavizaba, se preocupaba por la buena imagen e impresionar incluso a Dios. Empleaba sus energías incensando a los demás y envenenando en casa. Estaba en casa comiendo y bebiendo, pero no quería sacar una moneda para comprar un pastel y compartir con los de casa. Nunca soltó una palabra para impedir a su hermano que se vaya, en el fondo quería tener lejos al ‘sanguijuela’. Era un miserable de convicción, nunca se sacrificó pro sus amigos, nunca los invitó a casa, tal como le sacó en cara a su propio Padre. Eso es terrible, porque era el típico buena gente con la bodega de otros. Se presentaba como buen hijo, pero no era buen hermano. Apenas sintió que estaba solo se dedicó a engordar los corderos, a tener la casa para él solo, y le hirieron el orgullo al informarle que su hermano había regresado a casa. Se resintió con su Padre, lo chantajeó emocionalmente y se perdió la alegría de la familia, la comida de casa, no bailó, no quiso compartir. Esa actitud dibujó una mixtura de generosidad y miseria, alegría y profunda tristeza, de bondad y maldad.

  • Representa al que cumple con todo, pero no con amor. Vive en la casa del Padre, trabaja, obedece, pero se siente dueño de los méritos, no heredero del amor. Su corazón está cerrado a la misericordia y lleno de resentimiento. No es capaz de alegrarse por el regreso de su hermano. 
  • "Nunca me diste un cabrito para festejar con mis amigos"
  • Este hijo ha confundido la relación con Dios con un contrato. Y lo peor: no fue capaz de salir a buscar a su hermano, ni siquiera de pronunciar una palabra que lo hiciera quedarse.

El hijo menor: libertad mal entendida

Fresco y materialista; poco comprometido con los deberes de la casa. Sólo está viendo cómo chupar la fortuna de su padre. En realidad, nada le tocaba en herencia, pero se aprovecha de la generosidad y exprime el amor humedecido en lágrimas de Dios. No tiene escrúpulos en dejar a su padre sin dinero, en la ruina económica. Sólo piensa en su propia diversión. Es como un ladrón. Quiere ir lejos pero no con su propio sacrificio. Se aprovecha de la vida fingida de su hermano para buscar su falsa libertad. Existe un desinterés fraterno, es como si no se necesitaran. Pero está tan mal acostumbrado que en realidad termina en la ruina, los falsos amigos no pudieron sostener su holgazanería. Cae en depresión porque tiene que trabajar de cuidador de cerdos. Sabe que sigue siendo hijo, y aunque se acabó la parte de la herencia que le tocó regresó para seguir arrancando bondad del amor ciego de su padre. Tampoco tuvo el valor de salir, buscar a su hermano, pedirle perdón, saludarlo. El banquete es el momento bisagra de esta historia: goza de la fiesta y no le importa la sensibilidad de su hermano; acostumbrado a comer del cordero que fue engordado también por su hermano. Baila en la fiesta, recibe nuevo calzado y vestido, pero no piensa en que su padre está sufriendo por la ausencia de su hermano.  


  • Pide su parte, derrocha todo, cae en la miseria. Pero vuelve. No porque haya comprendido, sino porque necesita sobrevivir. Sabe que su Padre lo amará igual, y eso lo salva. Pero ni al volver se reconcilia con su hermano. Disfruta de la fiesta, pero no repara el daño. Viste nuevo, come del cordero... pero no mira atrás.
  • "Padre, he pecado contra el cielo y contra ti"
  • Su regreso es emocionalmente potente, pero su proceso de conversión queda abierto. No sabemos si vuelve por amor o por hambre.

La historia que tú puedes reescribir

Ambos hijos nos reflejan. A veces somos uno, a veces el otro. Y lo más duro de esta historia no es la rebeldía del menor ni la rigidez del mayor, sino la soledad del Padre: un Padre que ama y espera, pero que sufre viendo a sus hijos sin capacidad de reconciliarse entre ellos.

Con hijos así, cualquier padre sentiría que ha criado a dos egoístas.


Esta parábola no está cerrada. Es un relato abierto que tú puedes reencuadrar en tu vida. ¿Cómo? Convirtiéndote en hermano, no solo en hijo. Celebrando la alegría del otro. Compartiendo lo que tienes. Evitando la frialdad que aleja. Superando la falsa libertad que destruye.


Buen domingo de Cuaresma

Este tiempo litúrgico nos invita a volver al corazón de Dios, pero también a sanar nuestras relaciones. La misericordia del Padre es indudable. La pregunta es: ¿somos también nosotros misericordiosos?


Que este domingo sea un punto de inflexión. Que no solo regresemos a la casa del Padre, sino que también nos atrevamos a entrar en la fiesta del hermano.


 Comparte esta reflexión si te ha ayudado a mirar tu historia desde otro marco. La parábola no cambia. Quien cambia eres tú, cuando la haces vida.

 

Palabra del papa Francisco

Es la confianza la que nos sostiene cada día y la que nos mantendrá de pie ante la mirada del Señor cuando nos llame junto a Él: «En la tarde de esta vida, compareceré delante de ti con las manos vacías, pues no te pido, Señor, que lleves cuenta de mis obras. Todas nuestras justicias tienen manchas a tus ojos. Por eso, yo quiero revestirme de tu propia Justicia y recibir de tu Amor la posesión eterna de Ti mismo»

EXHORTACIÓN APOSTÓLICA
SOBRE LA CONFIANZA EN EL AMOR MISERICORDIOSO DE DIOS
CON MOTIVO DEL 150.º ANIVERSARIO
 EL NACIMIENTO DE
SANTA TERESA DEL NIÑO JESÚS Y DE LA SANTA FAZ

 

Lectura del santo Evangelio según San Lucas 15, 1-3. 11-32

En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús todos los publicanos y pecadores a escucharlo. Y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo:
«Ese acoge a los pecadores y come con ellos».

Jesús les dijo esta parábola:
«Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre:
“Padre, dame la parte que me toca de la fortuna”. El padre les repartió los bienes.

No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se marchó a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad.

Fue entonces y se contrató con uno de los ciudadanos de aquel país que lo mandó a sus campos a apacentar cerdos. Deseaba saciarse de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba nada.

Recapacitando entonces, se dijo:
“Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me levantaré, me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros».

Se levantó y vino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se le conmovieron las entrañas; y, echando a correr, se le echó al cuello y lo cubrió de besos.

Su hijo le dijo:
“Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo”.

Pero el padre dijo a sus criados:
“Sacad enseguida la mejor túnica y vestídsela; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y sacrificadlo; comamos y celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”.

Y empezaron a celebrar el banquete.

Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y la danza, y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello.

Este le contestó:
“Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha sacrificado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud”.

Él se indignó y no quería entrar, pero su padre salió e intentaba persuadirlo.

Entonces él respondió a su padre:
“Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; en cambio, cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado”.

El padre le dijo:
“Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero era preciso celebrar un banquete y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”».

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