V Domingo de Cuaresma (C): Cuando soltar la piedra es el primer paso hacia la libertad

“Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más”

(Evangelio según San Juan, 8,11)

Esta escena del Evangelio —la mujer sorprendida en adulterio— nos invita a un ejercicio incómodo pero necesario: vernos a nosotros mismos en ella. ¿Qué haríamos si estuviéramos en su lugar? ¿Qué brota de nuestro corazón cuando nos enfrentamos al pecado ajeno: odio o misericordia? ¿Justicia o compasión?


mujer adúltera
Hans Kermer. Jesús y la mujer sorprendida en adulterio. 


V Domingo de Cuaresma

Año litúrgico 2024 - 2025 - (Ciclo C)

Tirar la piedra

Le arrojaron una piedra a quien es, paradójicamente, la Piedra Angular. Y sus proyectiles rebotaron. No por su tamaño, sino porque estaban vacíos de verdad. Porque quien no tiene autenticidad, quien no vive desde el respeto profundo a la dignidad humana, no tiene peso moral. Jesús, en cambio, no respondió desde la tribuna del juicio, sino desde el suelo de la compasión.

Somos expertos en ver la paja en el ojo ajeno

Invertimos tiempo y energía en hablar de los errores de los demás. Nuestro interior se va llenando de bilis, de resentimientos, de pensamientos corrosivos que acaban por intoxicar nuestra alma. Y cuando ese veneno se asienta en el corazón, sufrimos y hacemos sufrir.

La alternativa la ofrece Jesús: escuchar su Palabra, dejar que su compasión nos sane. Porque el amor —y no el juicio— es lo que de verdad da vida al mundo.


¿Quién no tiene una piedra en la mano?

La escena es poderosa: hombres "justos", conocedores de la ley, empuñan piedras con la conciencia tranquila. Pero hay algo profundamente torcido en ese gesto. Un improvisado consejo de "sabios" para desterrar el pecado con la lapidación. El varón adúltero, convenientemente ausente. La mujer, sola frente al juicio. El poder aplastando al débil, o los débiles son los únicos llevados a los juicios.


Jesús no responde de inmediato. Se agacha y escribe en el suelo. ¿Qué escribía? No lo sabemos. Pero su silencio, cargado de elocuencia, es ya una enseñanza. Y luego su palabra corta el aire: “El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”Uno a uno, sueltan la piedra. Y quizá por primera vez, miran hacia dentro.


De la condena a la conversión

La mujer sabe que su pecado merece el castigo. También el hombre adúltero, sólo que estuvo ausente en el reparto de la misericordia. 
Pero también sabe, como lo sabían Pablo, Agustín, Carino de Bálsamo que asesinó a Pedro de Verona y luego ingresó como cooperador a la Orden de Predicadores, y tantos otros, que la misericordia transforma. La piedra no cayó sobre ella, sino sobre el orgullo de quienes creían no tener pecado.


¿Y tú, qué harás con tu piedra?

Cada uno de nosotros tiene piedras: juicios, rencores, palabras duras, miradas altivas. Podemos lanzarlas, o dejarlas caer. Jesús nos invita a la segunda opción. Porque sólo el que suelta la piedra puede abrir la mano al perdón. 


Hoy, como entonces, Jesús sigue diciendo: “Tampoco yo te condeno. Anda, y no peques más”.


No desde el miedo, sino desde la posibilidad real de vivir con el corazón renovado. Sin máscaras. Sin condenas. Solo con la verdad y la gracia de quien se sabe amado, perdonado y enviado a amar.


Palabra del papa Francisco

 «Jesús para tener misericordia» va más allá de «la ley que mandaba la lapidación»; y dice a la mujer que se marche en paz. «La misericordia —explicó el Papa— es algo difícil de comprender: no borra los pecados», porque para borrar los pecados «está el perdón de Dios». Pero «la misericordia es el modo como perdona Dios». Porque «Jesús podía decir: yo te perdono, anda. Como dijo al paralítico: tus pecados están perdonados». En esta situación «Jesús va más allá» y aconseja a la mujer «que no peque más». Y «aquí se ve la actitud misericordiosa de Jesús: defiende al pecador de los enemigos, defiende al pecador de una condena justa».

PAPA FRANCISCOMISAS MATUTINAS EN LA CAPILLA DE LA DOMUS SANCTAE MARTHAEEl perdón en una cariciaLunes 7 de abril de 2014

 

Lectura del santo Evangelio según San Juan 8, 1-11

En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba.

Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron:
«Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?».

Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo.

Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo:
«El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra».

E inclinándose otra vez, siguió escribiendo.

Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos, Y quedó solo Jesús, con la mujer en medio, que seguía allí delante.

Jesús se incorporó y le preguntó:
«Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?».

Ella contestó:
«Ninguno, Señor».

Jesús dijo:
«Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más».

 

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