Domingo XX Ordinario – Ciclo A (Mateo 15, 21-28) – 14 de agosto de 2011





¿No tienes fe? ¡Grande es tu fe!

La fe es siempre una respuesta concreta, va más allá de rostros demacrados y de ojos piadosos. Tu historia personal, tu contexto, incluso tu ignorancia pueden ser disueltas por la fe. Es más, la fe no es propia de tu gran esfuerzo, pero tampoco es algo mágico y espectacular.

La fe no es patética, apática ni quietista. Los kilos de más no son gracias a la fe. No es una exclusividad de quienes profesan un credo, tampoco de quienes siempre han hecho lo mismo en nombre de la fe, menos de quienes se quieren sacar del camino a las personas que cuestionan, a quienes llaman motivadas por la necesidad.

Lo propio de la fe es confiar. La fe puede ser un gran descubrimiento en nuestra vida. Un apatía a temas del más allá. Un fastidio cuando sólo nos quedamos en el más acá, somos seres con sed de eternidad. Nuestra fe no puede basarse en la vida de los creyentes descarriados ni de quienes se equivocan.

La fe te hace sentir indignación ante las injusticias y cuando la paz (interior y social) es violada. La fe se está levantando en su propia naturaleza para protestar cuando “los demonios” (muy malos) afectan a tus seres queridos y quieres de corazón. No importa quién seas, ni tu raza, religión, sexo,…

Pero la indignación no te aleja de la ternura, de las buenas maneras para arrancar la solución a los problemas. No es suficiente un buen argumento y una buena intención, sino también la confianza y las buenas maneras.

Una protesta frecuente es por el hambre y desnutrición de un grueso de la población. Las autoridades y empresarios comen el pan de la injusticia y botan las migajas. Nadie debería sufrir hambre.

Para iluminar está reflexión transcribo el evangelio que la inspira.

Lectura del santo evangelio según san Mateo 15, 21-28

En aquel tiempo, Jesús se marchó y se retiró al país de Tiro y Sidón. Entonces una mujer cananea, saliendo de uno de aquellos lugares, se puso a gritarle: - «Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo.»

Él no le respondió nada. Entonces los discípulos se le acercaron a decirle: - «Atiéndela, que viene detrás gritando.»

Él les contestó: - «Sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel.»

Ella los alcanzó y se postró ante él, y le pidió: -«Señor, socórreme.» Él le contestó: - «No está bien echar a los perros el pan de los hijos.»

Pero ella repuso: - «Tienes razón, Señor; pero también los perros se comen las migajas que caen de la mesa de los amos.»

Jesús le respondió: - «Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas.»

En aquel momento quedó curada su hija.

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