Domingo XIX Ordinario – Ciclo A (Mateo 14, 22-33) – 7 de agosto de 2011



“¡Tengan valor, soy yo, no tengan miedo!”

“Papay” es el sobrenombre de un joven que un día me visitó. Tiene una enfermedad terminal, lo confundí con los típicos extorsionadores que se acercan a las instituciones religiosas para exigir colaboración y echan cuentos: del viaje, de asalto o del familiar enfermo.

Él no quería plata, sólo quería narrar su “pecado grande” (lo llamaba él): no haber encontrado a Dios. Clamaba por regresar a la casa de su madre, a quien la abandonó en el furor de su adolescencia. Se casó con “mamay”. Él no se perdona el no haber tenido el dinero suficiente para salvar la vida a su esposa.

No quería más bulla, necesitaba un lugar para descansar y sentirse amado. Buscó en los viajes, en las discotecas, en las drogas; incluso pretendió la ayuda de centros cristianos y no encontró… al fin sólo encontró muerte. Ese lugar estaría, para él, más que al lado de su “mamita” estaría en el perdón que ella con seguridad le concederá.

El silencio interior sólo lo encontrará en el corazón que en algún momento desgarró. Recuerda a su padre violento, alcohólico,… su madre ha sufrido mucho al verlo desorientado, perdido, desperdiciando su vida. Él teme hacer sufrir más a su madre con su aspecto de “fantasma” o “muerto en vida” ¿Cómo explicarle que soy yo y que voy a morir?

Reza cada día su Rosario, (mugriento y dice que es su tesoro) cuando nadie le quiere dar un vaso de agua, le echan de sus guaridas, nadie le da trabajo, le golpean,… tiene una confianza fuerte y quiere aprovechar cada segundo. Se lamenta no haber atendido a la verdad que le brillaba y que hoy le ilumina dándole sentido a su corta existencia.

Es despreciado por todos, dice que le gusta la historia de Job, pero está seguro de que “realmente se siente hijo de Dios”, aunque desobediente, pero nunca es tarde para expresar con todas sus fuerzas: “Señor, sálvame” Las tempestades de la vida no le hacen dudar, sino sólo caminar seguro de que Dios lo acompañará a recibir el perdón de su madre y el de Jesucristo.

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