Domingo II de Adviento – Ciclo C (Lucas 3, 1-6) 9 de diciembre de 2012
Los hilos de la historia
“Todo el mundo verá la salvación que Dios envía”
Hace días recibí unas llamadas que me refregaron el adviento de la vida. Por ello se llenó mi mente de recuerdos infantiles. Una de las fotografías imborrables de mi retina es ver el proceso del tejido de una frazada, de aquellas que cobijaron y hoy son casi una reliquia en la cama de la familia. Una preparación minuciosa.
La paila “zapateaba” por la fuerza del fuego afanado por hacerle brotar cada elemento del nogal y otras plantas para sellar el color de la anilina en la lana de ovejas que ha pasado por el lavado, la “rueca””y el “uso”. Para cada color el mismo proceso, la tierra, la paila, los limones exprimidos, la leña, las manos rudas de mamá parecían un colibrí, los multicolores claros y pálidos exponían un mural subjetivo moderno. Los hilos salían humeando, pesados, para ser secados por el sol, amenazados por la lluvia que oscurece el brillo del cielo serrano y requiere de una vigilancia diligente para no echar a perder el trabajo y las ilusiones de mamá.

En el corral de la casa, las estacas grandes plantadas a una distancia calculada eran cubiertas por hilos multicolores, templados cuidadosamente para no mezclarse, poco a poco se aseguraba y se tejía con la mano y la caigua, con una paciencia y maestría de hormiga, prensando con la cintura por un lado y por el otro atado a un pilar de la casa. Las figuras aparecían paulatinamente, rústicas, geométricas, con una combinación que llevaba a la contrastación, a la contemplación. Lo que era un montón de hilos en una paila, los colores pálidos y claros, la mirada vigilante a la lluvia, el temor y la ilusión, tomaba forma, tenía sentido, calzaban y armaban como un rompe cabezas.

Lectura del santo Evangelio según San Lucas 3, 1-6
En el año quince del reinado del emperador Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea, y Herodes virrey de Galilea, y su hermano Felipe virrey de Iturea y Traconítide, y Lisanio virrey de Abilene, bajo el sumo sacerdocio de Anás y Caifás, vino la Palabra de Dios sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto.
Y recorrió toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de conversión para perdón de los pecados, como está escrito en el libro de los oráculos del Profeta Isaías:
«Una voz grita en el desierto: preparad el camino del Señor, allanad sus senderos;
elévense los valles, desciendan los montes y colinas; que lo torcido se enderece, o escabroso se iguale. Y todos verán la salvación de Dios.»
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