Dedicación de la Basílica de Letrán (C): “Tú eres la ofrenda”

"Destruid este templo, y en tres días lo levantaré"

El templo de su cuerpo, el templo de Cristo y el nuestro. No más sustitutos: un culto vivo no consiste en ofrendar animales. El culto vivo es con seres humanos capaces de interactuar con Dios y el prójimo.

Expulsión del templo
Expulsión de los mercaderes del Templo, de Enrique Simonet.

Dedicación de la Basílica de Letrán

Año litúrgico 2024 - 2025 - (Ciclo C)

Jesús, ofrenda y templo

La escena del Evangelio es contundente: Jesús purifica el templo y, ante el escándalo, declara que el verdadero santuario es su propio cuerpo. No viene a mejorar un sistema de ofrendas; viene a ser la ofrenda. Si uno estuviera en el templo con la tórtola o el buey en la mano, Jesús parecería decir: “No traigas sustitutos: entrégate tú”. El culto nuevo no se compra ni se negocia: nace del don total de Cristo, y nos invita a ofrecernos con Él.

Contra el culto vacío

Jesús no prohíbe la oración ni el templo. Denuncia el vaciamiento del culto cuando se vuelve trámite, comercio o apariencia: cuando falta el corazón contrito, la escucha de la Palabra y la autenticidad ante Dios. Un perro atado a la puerta no reza por su dueño. El culto cristiano es personal y verdadero, o no es.

“Destruyan este templo…”

La novedad de Jesús no es un rito más puro, sino un templo resucitado. “Destruyan este templo, y en tres días lo levantaré”: hablaba de su cuerpo. En Cristo, Dios y el hombre se encuentran para siempre. Por eso el culto nuevo no consiste en poner carne al brasero para aplacar a Dios, sino en dar la vida y servir al hermano. Donde hay entrega por amor, allí el Resucitado levanta su templo.

Tú eres la ofrenda

En el bautismo fuimos hechos templos del Espíritu. Por eso, ante cada Eucaristía, el Señor nos susurra: “Trae tu vida al altar”. No bastan cosas en lugar del corazón:

Tu tiempo, cuando acompañas a quien sufre.

Tu paciencia, cuando eliges escuchar.

Tu perdón, cuando rompes cadenas de rencor.

Tus bienes, cuando comparten justicia y misericordia.

Eso es culto “en espíritu y en verdad”.


Señor Jesús, templo verdadero del Padre,

purifica mi corazón de todo comercio y apariencia.

Enséñame a ofrecerme contigo, sin sustitutos:

que mi oración sea verdad,

mi fe, servicio,

y mi vida, ofrenda viva para la gloria de Dios

y el bien de mis hermanos. Amén.


Palabra del Papa Francisco

 ¿Le permito que haga limpieza de todos los comportamientos contra Dios, contra el prójimo y contra nosotros mismos, como hemos escuchado hoy en la primera lectura? Cada uno puede responder a sí mismo, en silencio, en su corazón. «¿Permito que Jesús haga un poco de limpieza en mi corazón?». «Oh padre, tengo miedo de que me reprenda». Pero Jesús no reprende jamás. Jesús hará limpieza con ternura, con misericordia, con amor. La misericordia es su modo de hacer limpieza. Dejemos —cada uno de nosotros—, dejemos que el Señor entre con su misericordia —no con el látigo, no, sino con su misericordia— para hacer limpieza en nuestros corazones. El látigo de Jesús para nosotros es su misericordia. Abrámosle la puerta, para que haga un poco de limpieza.

Angelus. 8 de marzo de 2015

Lectura del santo evangelio según san Juan 2,13-22

Se acercaba la Pascua de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén.

Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo:

«Quitad esto de aquí; no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre.»

Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: «El celo de tu casa me devora.»

Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron: 

«¿Qué signos nos muestras para obrar así?»

Jesús contestó:

«Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.»

Los judíos replicaron:

«Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?»

Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Y, cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y dieron fe a la Escritura y a la palabra que había dicho Jesús.


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