Homilía y Reflexión

Homilía para "Reflexionar la vida terrena a la luz de la Sagrada Escritura"

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«Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz»

 

La cruz del amor

 

 

Cristo crucificado. VELÁZQUEZ, DIEGO RODRÍGUEZ DE SILVA Y

Copyright de la imagen ©Museo Nacional del Prado



Hoy centra tu mirada en la cruz. El símbolo del mayor amor que se sepa. Pues si alguien entrega la vida voluntariamente en una cruz para que tengas vida, para liberarte de la cárcel, para darte otra oportunidad es más significativo que superar el Covid19 y sentirse vivo, con esperanzas y posibilidades de más.

 

Suena cruel decir que "¡nuestro orgullo es la cruz de Cristo!” (Gal 6,14), y que el mundo está crucificado. En este sentido, el acontecimiento en la cruz hace fluir sangre y agua, la redención y la vida, el amor para Dios y el hombre. Aquel amor con el que entrega su vida y enfrenta el sufrimiento nos da la posibilidad de imitarle con nuestras propias cruces.

 

En la cruz el gran vencedor de la muerte es Jesucristo. Jesús venció la muerte en la cruz y por ello venció al mal, la injusticia.  Y, aunque la pregunta se dirija a cada una de nuestras cruces -¿el mal sigue matando?- tenemos ya una alternativa de solución. En esto consiste la revolución del amor para enfrentar el mal.

 

En el Viernes Santo seguimos contemplando el gran misterio: "habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin".

 

Hablamos más del triunfo de Cristo, quizá sea conveniente, o no tenga muchos pliegues teológicos. Sin embargo, el dolor está cada día en la vida real, está en tu mesa con escaso pan, o en tu corazón con muy poco amor. El dolor arruga y curte. Y siempre es insoportable cuando la soledad y el menosprecio llega. Entonces Jesús te tiene la mano con llagas, el corazón herido, los pies clavados, y el silencio oscuro para identificar mejor la luz.

 

Feliz viernes santo. Te dejo algunos poemas de los grandes poetas no tan cristianos pero que no pudieron alejarse del misterio de la cruz, no lograron enrejar su corazón sin amor.

 

Cesar Vallejo en los Heraldos Negros.

Es un poema lírico en el que predominan el verso alejandrino y la rima. El poema trata sobre el dolor humano y evidencia la imposibilidad de expresarlo, aprehenderlo o comprenderlo. Las palabras y el lenguaje resultan insuficientes y es necesario recurrir a nuevas maneras de expresar, en este caso mediante el símil.

Los heraldos negros

 

Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma… ¡Yo no sé!


Son pocos; pero son… Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán tal vez los potros de bárbaros Atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte.


Son las caídas hondas de los Cristos del alma
de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.


Y el hombre… Pobre… ¡pobre! Vuelve los ojos, como
cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
se empoza, como charco de culpa, en la mirada.


Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé!

 

Unamuno y la Cruz

Miguel de Unamuno, no muy conocido por sus férreas creencias religiosas, produjo un poema a raíz de un cuadro de Velázquez. El famoso Cristo que se encuentra en el museo de El Prado inspiró en Unamuno un largo canto al sufrimiento divino. No cabría aquí el poema completo, pero con gusto os dejo los primeros versos:

 

¿En qué piensas Tú, muerto, Cristo mío?
¿Por qué ese velo de cerrada noche
de tu abundosa cabellera negra
de nazareno cae sobre tu frente?
Miras dentro de Ti, donde está el reino
de Dios; dentro de Ti, donde alborea
el sol eterno de las almas vivas.
Blanco tu cuerpo está como el espejo
del padre de la luz, del sol vivífico;
blanco tu cuerpo al modo de la luna
que muerta ronda en torno de su madre
nuestra cansada vagabunda tierra;
blanco tu cuerpo está como la hostia
del cielo de la noche soberana,
de ese cielo tan negro como el velo
de tu abundosa cabellera negra
de nazareno.Que eres, Cristo, el único
hombre que sucumbió de pleno grado,
triunfador de la muerte, que a la vida
por Ti quedó encumbrada. Desde entonces
por Ti nos vivifica esa tu muerte,
por Ti la muerte se ha hecho nuestra madre,
por Ti la muerte es el amparo dulce
que azucara amargores de la vida;
por Ti, el Hombre muerto que no muere
blanco cual luna de la noche. Es sueño,
Cristo, la vida y es la muerte vela.
Mientras la tierra sueña solitaria,
vela la blanca luna; vela el Hombre
desde su cruz, mientras los hombres sueñan;
vela el Hombre sin sangre, el Hombre blanco
como la luna de la noche negra;
vela el Hombre que dió toda su sangre
por que las gentes sepan que son hombres.
Tú salvaste a la muerte. Abres tus brazos
a la noche, que es negra y muy hermosa,
porque el sol de la vida la ha mirado
con sus ojos de fuego: que a la noche
morena la hizo el sol y tan hermosa.
Y es hermosa la luna solitaria,
la blanca luna en la estrellada noche
negra cual la abundosa cabellera
negra del nazareno. Blanca luna
como el cuerpo del Hombre en cruz, espejo
del sol de vida, del que nunca muere.

 

 

Nocturno – Gabriela Mistral (1889-1957)

Padre Nuestro, que estás en los cielos,
¡por qué te has olvidado de mí!
Te acordaste del fruto en febrero,
al llagarse su pulpa rubí.
¡Llevo abierto también mi costado,
y no quieres mirar hacia mí!

Te acordaste del negro racimo,
y lo diste al lagar carmesí;
y aventaste las hojas del álamo,
con tu aliento, en el aire sutil.
¡Y en el ancho lagar de la muerte
aun no quieres mi pecho oprimir!

Caminando vi abrir las violetas;
el falerno del viento bebí,
y he bajado, amarillos, mis párpados,
por no ver más enero ni abril.

Y he apretado la boca, anegada
de la estrofa que no he de exprimir.
¡Has herido la nube de otoño
y quieres volverte hacia mí!

Me vendió el que besó mi mejilla;
me negó por la túnica ruin.
Yo en mis versos el rostro con sangre,
como Tú sobre el paño, le di,
y en mi noche del Huerto, me han sido
Juan cobarde y el Ángel hostil.

Ha venido el cansancio infinito
a clavarse en mis ojos, al fin:
el cansancio del día que muere
y el del alba que debe venir;
¡el cansancio del cielo de estaño
y el cansancio del cielo de añil!

Ahora suelto la mártir sandalia
y las trenzas pidiendo dormir.
Y perdida en la noche, levanto
el clamor aprendido deTi:
¡Padre Nuestro, que estás en los cielos,
por qué te has olvidado de mí!

 

 

Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Juan 18, 1 — 19, 42

Cronista:
En aquel tiempo, salió Jesús con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, y entraron allí él y sus discípulos. Judas, el que lo iba a entregar, conocía también el sitio, porque Jesús se reunía a menudo allí con sus discípulos. Judas entonces, tomando una cohorte y unos guardias de los sumos sacerdotes y de los fariseos, entró allá con faroles, antorchas y armas. Jesús, sabiendo todo lo que venía sobre él, se adelantó y les dijo:
+ «¿A quién buscáis?».
C. Le contestaron:
S. «A Jesús, el Nazareno».
C. Les dijo Jesús:
+ «Yo soy».
C. Estaba también con ellos Judas, el que lo iba a entregar. Al decirles: «Yo soy», retrocedieron y cayeron a tierra. Les preguntó otra vez:
+ «¿A quién buscáis?».
C. Ellos dijeron:
S. «A Jesús, el Nazareno».
C. Jesús contestó:
+ «Os he dicho que soy yo. Si me buscáis a mí, dejad marchar a estos».
C. Y así se cumplió lo que había dicho: «No he perdido a ninguno de los que me diste».
Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al criado del sumo sacerdote, cortándole la oreja derecha. Este criado se llamaba Malco. Dijo entonces Jesús a Pedro:
+ «Mete la espada en la vaina. El cáliz que me ha dado mi Padre, ¿no lo voy a beber?».
C. La cohorte, el tribuno y los guardias de los judíos prendieron a Jesús, lo ataron y lo llevaron primero a Anás, porque era suegro de Caifás, sumo sacerdote aquel año; Caifás era el que había dado a los judíos este consejo: «Conviene que muera un solo hombre por el pueblo».
Simón Pedro y otro discípulo seguían a Jesús. Este discípulo era conocido del sumo sacerdote y entró con Jesús en el palacio del sumo sacerdote, mientras Pedro se quedó fuera a la puerta. Salió el otro discípulo, el conocido del sumo sacerdote, habló a la portera e hizo entrar a Pedro. La criada portera dijo entonces a Pedro:
S. «¿No eres tú también de los discípulos de ese hombre?».
C. Él dijo:
S. «No lo soy».
C. Los criados y los guardias habían encendido un brasero, porque hacía frío, y se calentaban. También Pedro estaba con ellos de pie, calentándose.
El sumo sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de su doctrina.
Jesús le contestó:
+ «Yo he hablado abiertamente al mundo; yo he enseñado continuamente en la sinagoga y en el templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada a escondidas. ¿Por qué me preguntas a mí? Pregunta a los que me han oído de qué les he hablado. Ellos saben lo que yo he dicho».
C. Apenas dijo esto, uno de los guardias que estaba allí le dio una bofetada a Jesús, diciendo:
S. «¿Así contestas al sumo sacerdote?».
C. Jesús respondió:
+ «Si he faltado al hablar, muestra en qué he faltado; pero si he hablado como se debe, ¿por qué me pegas?».
C. Entonces Anás lo envió atado a Caifás, sumo sacerdote.
C. Simón Pedro estaba de pie, calentándose, y le dijeron:
S. «¿No eres tú también de sus discípulos?».
C. Él lo negó, diciendo:
S. «No lo soy».
C. Uno de los criados del sumo sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro le cortó la oreja, le dijo:
S. «¿No te he visto yo en el huerto con él?».
C. Pedro volvió a negar, y enseguida cantó un gallo.
C. Llevaron a Jesús de casa de Caifás al pretorio. Era el amanecer, y ellos no entraron en el pretorio para no incurrir en impureza y poder así comer la Pascua. Salió Pilato afuera, adonde estaban ellos, y dijo:
S. «¿Qué acusación presentáis contra este hombre?».
C. Le contestaron:
S. «Si este no fuera un malhechor, no te lo entregaríamos».
C. Pilato les dijo:
S. «Lleváoslo vosotros y juzgadlo según vuestra ley».
C. Los judíos le dijeron:
S. «No estamos autorizados para dar muerte a nadie».
C. Y así se cumplió lo que había dicho Jesús, indicando de qué muerte iba a morir.
Entró otra vez Pilato en el pretorio, llamó a Jesús y le dijo:
S. «¿Eres tú el rey de los judíos?».
C. Jesús le contestó:
+ «¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?».
C. Pilato replicó:
S. «¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho?».
C. Jesús le contestó:
+ «Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí».
C. Pilato le dijo:
S. «Entonces, ¿tú eres rey?».
C. Jesús le contestó:
+ «Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz».
C. Pilato le dijo:
S. «Y, ¿qué es la verdad?».
C. Dicho esto, salió otra vez adonde estaban los judíos y les dijo:
S. «Yo no encuentro en él ninguna culpa. Es costumbre entre vosotros que por Pascua ponga a uno en libertad. ¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?».
C. Volvieron a gritar:
S. «A ese no, a Barrabás».
C. El tal Barrabás era un bandido.
C. Entonces Pilato tomó a Jesús y lo mandó azotar. Y los soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y le echaron por encima un manto color púrpura; y, acercándose a él, le decían:
S. «Salve, rey de los judíos!».
C. Y le daban bofetadas.
Pilato salió otra vez afuera y les dijo:
S. «Mirad, os lo saco afuera para que sepáis que no encuentro en él ninguna culpa».
C. Y salió Jesús afuera, llevando la corona de espinas y el manto color púrpura. Pilato les dijo:
S. «He aquí al hombre».
C. Cuando lo vieron los sumos sacerdotes y los guardias, gritaron:
S. «Crucifícalo, crucifícalo!».
C. Pilato les dijo:
S. «Lleváoslo vosotros y crucificadlo, porque yo no encuentro culpa en él».
C. Los judíos le contestaron:
S. «Nosotros tenemos una ley, y según esa ley tiene que morir, porque se ha hecho Hijo de Dios».
C. Cuando Pilato oyó estas palabras, se asustó aún más. Entró otra vez en el pretorio y dijo a Jesús:
S. «¿De dónde eres tú?».
C. Pero Jesús no le dio respuesta.
Y Pilato le dijo:
S. «¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y autoridad para crucificarte?».
C. Jesús le contestó:
+ «No tendrías ninguna autoridad sobre mí si no te la hubieran dado de lo alto. Por eso el que me ha entregado a ti tiene un pecado mayor».
C. Desde este momento Pilato trataba de soltarlo, pero los judíos gritaban:
S. «Si sueltas a ese, no eres amigo del César. Todo el que se hace rey está contra el César».
C. Pilato entonces, al oír estas palabras, sacó afuera a Jesús y se sentó en el tribunal, en el sitio que llaman «el Enlosado» (en hebreo “Gábbata”). Era el día de la Preparación de la Pascua, hacia el mediodía.
Y dijo Pilato a los judíos:
S. «He aquí a vuestro rey».
C. Ellos gritaron:
S. «¡Fuera, fuera; crucifícalo!».
C. Pilato les dijo:
S. «¿A vuestro rey voy a crucificar?».
C. Contestaron los sumos sacerdotes:
S. «No tenemos más rey que al César».
C. Entonces se lo entregó para que lo crucificaran.
C. Tomaron a Jesús, y, cargando él mismo con la cruz, salió al sitio llamado «de la Calavera» (que en hebreo se dice “Gólgota”), donde lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado, y en medio, Jesús. Y Pilato escribió un letrero y lo puso encima de la cruz; en él estaba escrito: «Jesús, e! Nazareno, el rey de los judíos».
Leyeron el letrero muchos judíos, porque estaba cerca el lugar donde crucificaron a Jesús, y estaba escrito en hebreo, latín y griego.
Entonces los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato:
S. «No escribas “El rey de los judíos”, sino: “Este ha dicho: soy el rey de los judíos”».
C. Pilato les contestó:
S. «Lo escrito, escrito está».
C. Los soldados, cuando crucificaron a Jesús, cogieron su ropa, haciendo cuatro partes, una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida toda de una pieza de arriba abajo. Y se dijeron:
S. «No la rasguemos, sino echémosla a suerte, a ver a quién le toca».
C. Así se cumplió la Escritura: «Se repartieron mis ropas y echaron a suerte mi túnica». Esto hicieron los soldados.
C. Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y junto a ella al discípulo al que amaba, dijo a su madre:
+ «Mujer, ahí tienes a tu hijo».
C. Luego, dijo al discípulo:
+ «Ahí tienes a tu madre».
C. Y desde aquella hora, el discípulo la recibió como algo propio.
C. Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, para que se cumpliera la Escritura, dijo:
+ «Tengo sed».
C. Había allí un jarro lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a una caña de hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo:
+ «Está cumplido».
C. E inclinando la cabeza, entregó el espíritu.

Todos se arrodillan, y se hace una pausa.

C. Los judíos entonces, como era el día de la Preparación, para que no se quedaran los cuerpos en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día grande, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y que los quitaran. Fueron los soldados, le quebraron las piernas al primero y luego al otro que habían crucificado con él; pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua. El que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero, y él sabe que dice verdad, para que también vosotros creáis. Esto ocurrió para que se cumpliera la Escritura:
«No le quebrarán un hueso»;
y en otro lugar la Escritura dice:
«Mirarán al que traspasaron».
C. Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús aunque oculto por miedo a los judíos, pidió a Pilato que le dejara llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato lo autorizó. Él fue entonces y se llevó el cuerpo. Llegó también Nicodemo, el que había ido a verlo de noche, y trajo unas cien libras de una mixtura de mirra y áloe.
Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en los lienzos con los aromas, según se acostumbra a enterrar entre los judíos. Había un huerto en el sitio donde lo crucificaron, y en el huerto, un sepulcro nuevo donde nadie había sido enterrado todavía. Y como para los judíos era el día de la Preparación, y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús.

 

 “Señor, ¿lavarme los pies tú a mí?”

 

El día en que Jesús se arrodilló para lavar los pies a sus discípulos después de darles de comer se repite cada día y nos exhorta a vivirlo con amor y servicio, capaces de amar hasta la cruz.

 

El Lavatorio, de Tintoretto, 1548-1549.

Coena Domini - Las rodillas del amor 

Lavar los pies

El Jueves Santo volvemos a vivir el momento mismo de la Cena del Señor. Jesús ofrece un banquete, mejor dicho, se ofrece así mismo como alimento para la vida verdadera y eterna. En la última cena contiene gestos de amor y de servicio que son cada vez más urgentes en nuestra vida.

 

‘Ponte en modo discípulo’ y que tu maestro no sólo te lave los pies sino que también entregue su vida por ti es ya un gesto que no se desprenderá de tu existencia. ¿a quiénes lavarías los pies? Tienes que tener un grado de amor y humildad para hacerlo porque es un acto poco agradable, pero él lo hace porque les llamó para ser sus amigos.

 

No sólo los pies

Pedro, en su espontaneidad trasluce el pudor de unos pies errantes, sobre sandalias de cuero, llenos de polvo, sudorosos en el desierto, con los dedos y uñas deformadas. 

 

Jesús lo hace de manera extraordinaria con un mensaje concreto: el amor. Como lo hacen los padres cuando cambian pañales, limpian los mocos y cuidan a sus hijos con habilidades especiales. Como lo hacen también los hijos con sus padres en los momentos desfavorables de enfermedad.

 

En este signo de Jesús, hay mucha inspiración para quienes por vocación trabajan no sólo como podólogos, sino también como enfermeros. La cantidad de personas al servicio de los enfermos, para cambiarles los pañales, darles la medicina a tiempo, alimentarlos, escucharlos, tolerar sus momentos de crisis emocional. Incluso, muchos de los trabajadores, no son bien valorados y aveces maltratados por su origen o situación social.

 

Para que ustedes también se laven los pies

La humildad para lavar los pies necesita una gran dosis de fe. La revelación del amor encuentra resistencias en la traición (Judas) y en la negación (Pedro) (cfr Jn 13,2). El lavado de los pies revela el lavado con la sangre en la cruz. ¿Crucificar al que te lava los pies?

 

El lavado de los pies se celebra cada día. Despojarse de tus ropajes/títulos para disponerte a servir es un estilo de vida cristiano: serían de mucha ayuda los testimonios de las mujeres, las prostitutas, los leprosos, Zaqueo, Lázaro, María, Martha y todos los que experimentaron el amor de Jesús.

 

¿Cómo hablar de la fracción del pan?

Si se fracciona el pan solucionamos el hambre del mundo. Y si hablamos del Pan de vida eterna, la fe y el amor son el motor para transformar una sociedad con tanta maquinaria de orgullo económico y egoísmo inhumano.

 

Es reconfortante saber que Jesús no sólo se preocupó de que la cena esté bien servida, siguiendo los rituales de su tiempo, sino que llama con energía a repetirla en el servicio, empujado por el amor, a lavar los pies, a ser capaces de servir arrodillados, a mojarse con las soluciones de los problemas de la vida. Sería triste que hoy sólo nos preocupemos de un rito “perfecto” si estamos lejos de las realidades de la guerra, la violencia y los problemas del mundo; la iglesia en salida implica traspasar más muros convencionales y mecánicos.

 

Buen Jueves Santo. Todo lo anterior configura el sentido y. misión de la Eucaristía. Pero Jesús hizo que la eucaristía sea vivida por un sacerdote, como el mismo Cristo. Muchas oraciones por cada sacerdote que está llamado a lavar los pies, a limpiar las miserias que hacen sufrir, a escuchar las crisis emocionales, a sentir el dolor por las esclavitudes, a liberarse, a liberar, a ser juzgado, a la cruz, etc…

 
Palabra del Papa Francisco

 

El servicio. Ese gesto que es una condición para entrar en el Reino de los Cielos. Servir, sí, a todos. Pero el Señor, en aquel intercambio de palabras que tuvo con Pedro (cf. Jn 13,6-9), le hizo comprender que para entrar en el Reino de los Cielos debemos dejar que el Señor nos sirva, que el Siervo de Dios sea siervo de nosotros. Y esto es difícil de entender. Si no dejo que el Señor sea mi siervo, que el Señor me lave, me haga crecer, me perdone, no entraré en el Reino de los Cielos.

Y el sacerdocio. Hoy quisiera estar cerca de los sacerdotes, de todos los sacerdotes, desde el recién ordenado hasta el Papa. Todos somos sacerdotes: los obispos, todos... Somos ungidos, ungidos por el Señor; ungidos para celebrar la Eucaristía, ungidos para servir.

(SANTA MISA IN COENA DOMINI. HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO. Basílica de San Petro. Jueves Santo, 9 de abril de 2020)


 

Lectura del santo evangelio según san Juan 13, 1-15

Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo.
Estaban cenando; ya el diablo había suscitado en el corazón de Judas, hijo de Simón Iscariote, la intención de entregarlo; y Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía, se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido.
Llegó a Simón Pedro, y este le dice:
«Señor, ¿lavarme los pies tú a mí?».
Jesús le replicó:
«Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde».
Pedro le dice:
«No me lavarás los pies jamás».
Jesús le contestó:
«Si no te lavo, no tienes parte conmigo».
Simón Pedro le dice:
«Señor, no solo los pies, sino también las manos y la cabeza».
Jesús le dice:
«Uno que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. También vosotros estáis limpios, aunque no todos».
Porque sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: «No todos estáis limpios».
Cuando acabó de lavarles los pies, tomó el manto, se lo puso otra vez y les dijo:
«¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis “el Maestro” y “el Señor”, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros: os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis».


Pintura: El lavatorio

El Lavatorio, de Tintoretto, 1548-1549.

Se representa aquí una escena narrada por el Evangelio de Juan, en la que se describe cómo durante la Última Cena, Jesús se levantó de la mesa, se quitó el manto y se ató una toalla a la cintura. Después de echar agua en un recipiente, se puso a lavar los pies a sus discípulos. Simón Pedropretendió negarse, pero al insistir Jesús en que de otro modo no podría tener parte con él, accedió a que le lavase los pies.


El artista representa el episodio antedicho con Cristo y san Pedro en un extremo de la composición. La mayor parte del lienzo está ocupado por la estancia donde se desarrolla la Última Cena, con la mesa y los discípulos en torno a ella. En el centro destaca un perro, y detrás los apóstoles descalzándose o en diversas posturas y escorzos. En un segundo plano se estaría relatando un milagro de san Marcos narrado por Jacobo de la Vorágine en su Leyenda dorada. El extremo de la izquierda está dominado por otro apóstol que se está desatando el calzado, cuya esculturalidad se asemeja a las poderosas anatomías de Miguel Ángel. 


La composición parece descentrada, con el episodio principal desplazado a un lado del cuadro. Esto se explica por el emplazamiento original del cuadro, en la pared derecha de una estancia alargada; los creyentes verían más cerca precisamente la parte donde estaba Jesús. Además, la mesa está orientada hacia esa zona, de modo que vista la obra desde la derecha, el escorzo de la mesa acentúa el efecto de perspectiva. A ello también contribuye el pavimento de losas con formas geométricas. 


En el fondo de este lado izquierdo se ven arquitecturas clásicas de una ciudad que recuerda a Venecia, con una barquichuela entre canales, en azules y blancos bañados por una luz fría, lo que da un aire un tanto irreal. Los elementos arquitectónicos están inspirados en ilustraciones de Sebastiano Serlio.

La pasión suena

 

Jesús entra a Jerusalén y las multitudes le dan la bienvenida, por Pietro Lorenzetti, 1320


Domingo de Ramos

Año litúrgico 2021 - 2022 - (Ciclo C)

 

Semana Santa:

Con el Domingo de Ramos iniciamos la Semana Santa, la cual nos recuerda la vida, pasión, muerte y resurrección de Jesucristo. Los 40 días de preparación – cuaresma- nos enlaza en el espíritu ascético, de oración y de limosna. Este Domingo verá la luz, la clave de la auténtica vida, la superación de la muerte, la revelación del misterio en la celebración eucarística de la vigilia pascual, el sábado, ¡no le pierdas de vista!

 

Recorrido cuaresmal:

Durante el tiempo de cuaresma la reflexión nos ha llevado:

-       Por las tentaciones del desierto, a contemplar a un Dios que se alegra en su Hijo a quien debemos escucharlo (Transfiguración).

-       A superar nuestra esterilidad como la higuera y recibir más tiempo para dar fruto. El hortelano o dueño de la vida conoce la debilidad de la higuera y necesita abonarla.

-       A ser el hijo, por derroche o avaricia, por descontrolado o controlador, tiene la oportunidad de ser abrazado por un Padre misericordioso que le recibe en casa con respeto, vestido, banquete y fiesta. 

-       A mirar nuestra realidad humana perdonada en los instintos adúlteros y a construir el verdadero amor, a ser salvados de la lapidación psicológica, social y dolorosa de los “justos” y prejuiciosos.

 

Domingo de Ramos

Este año (ciclo C) se lee la Pasión de Jesucristo según el evangelista Lucas. Escuchar la pasión completa plantea ya una pregunta: ¿Por qué murió así el Hijo de Dios? Las escenas trágicas nos dejan en silencio, y nos deberían incomodar como las imágenes de la violencia de la guerra, los asesinatos y todo acto contra la vida, nuestra vida y futuro.

 

La paradoja, contradicción, bipolaridad, o tú puedes explicarle o decir cómo se llama. Primero, se proclama, con cantos, palmas, gestos, ilusiones, vitoria, etc. Por ello se denomina a la escena como “la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén”. Jerusalén es la ciudad que concentra la espiritualidad y culto judío, y un profeta verdadero debe peregrinar y morir en la ciudad santa. Y segundo, el evangelio según San Lucas. – La pasión- presenta: una preparación que les tiene en ascuas, la última cena y despedida de Jesús, la oración en el huerto de Getsemaní y el prendimiento de Jesús, las negaciones de Pedro, el juicio religioso, el juicio político, la crucifixión, muerte y sepultura de Jesús. Cómo llamar a la humanidad que aplaude y luego pifia, a los que le reconocen Dios y luego le consideran un delincuente.

 

Si eso le hicieron al Hijo de Dios qué podemos esperar con los hombres. La pregunta está planteada en cada corazón, por más de 2000 años: ¿Por qué murió así el Hijo de Dios?

 

La respuesta la podemos buscar en el mismo Dios, quizá nos supera, pero te da algunos rastros: el silencio, la contemplación de el abajamiento voluntario de Jesús, "que se hizo obediente hasta la muerte, incluso la muerte de cruz" (Flp 2,8). Además, la humanidad, gracias a Jesús, no olvida lo fundamental del amor, del perdón, del servicio, del saber mirar por su cristal con solidaridad y caridad por los más débiles de este mundo.

 

Cómo no pedirle la paz, su compañía en los momentos en que los intereses – económicos de la guerra - parecen valer más que la vida. Hoy, tú puedes pedirle que te acompañe en tus propios caminos a Jerusalén, en tus vías de realización, en tus pesares y miserias interiores. En ese camino a la cruz, contempló la traición de su amigo Judas, la negación de Pedro la piedra o líder, los referentes religiosos y políticos quedaron revelados en sus ‘sepulcros blanqueados’, consoló a las mujeres que lloraban, prometió el cielo al ladrón,… Sólo queda saber y encajar nuestro perfil personal en este camino a la cruz y “orar para no caer en tentación”.

 

Como escribió acertadamente Santa Catalina de Siena: "No son los clavos los que sujetan a Jesús a la cruz, sino el amor. Y es en este madero donde la vida volverá a florecer, es en este madero de la cruz donde el amor del Hijo del Hombre se entregará hasta el final, hasta tomar en su ofrenda a toda la humanidad, a todos y cada uno de nosotros, a todas las generaciones presentes y venideras.

 

Inicia ya la Semana Santa, tu camino, esta vez dale un tiempo a pensar si es posible que el Hijo de Dios no siga muriendo bajo este sistema de justicia, con las decisiones líderes, con el entusiasmo a favor y en contra, con la tiranía, con las manos cruzadas, con el miedo y el poco compromiso. Si Dios vive, vives, vivimos. “Orar para no caer en tentación”. Nuestro mundo puede ser distinto siempre. Sin el amor de Dios no somos nada, por ello entregó su vida. (1Cor. 12,31-13,13). 

 

Palabra del Papa Francisco:

Él triunfa acogiendo el dolor y la muerte, que nosotros, rehenes de la admiración y del éxito, evitaríamos. […] Sorprende ver al Omnipotente reducido a nada. Verlo a Él, la Palabra que sabe todo, enseñarnos en silencio desde la cátedra de la cruz. Ver al rey de reyes que tiene por trono un patíbulo. Ver al Dios del universo despojado de todo. Verlo coronado de espinas y no de gloria. Verlo a Él, la bondad en persona, que es insultado y pisoteado. 

 

Su amor se acerca a nuestra fragilidad, llega hasta donde nosotros sentimos más vergüenza. Y ahora sabemos que no estamos solos. Dios está con nosotros en cada herida, en cada miedo. Ningún mal, ningún pecado tiene la última palabra. Dios vence, pero la palma de la victoria pasa por el madero de la cruz. Por eso las palmas y la cruz están juntas. 

(Domingo de Ramos, marzo, 2021)

    

 

Pasión de Nuestro Señor Jesucristo según San Lucas 22, 14 – 23, 56

Cuando llegó la hora, se sentó a la mesa y los apóstoles con él y les dijo: 
+ «Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros, antes de padecer, porque os digo que ya no la volveré a comer hasta que se cumpla en el reino de Dios». 
C. Y, tomando un cáliz, después de pronunciar la acción de gracias, dijo: 
+ «Tomad esto, repartidlo entre vosotros; porque os digo que no beberé desde ahora del fruto de la vid hasta que venga el reino de Dios». 
C. Y, tomando pan, después de pronunciar la acción de gracias, lo partió y se lo dio diciendo: 
+ «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced esto en memoria mía». 
C. Después de cenar, hizo lo mismo con el cáliz diciendo: 
+ «Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros». 
+ «Pero mirad: la mano del que me entrega está conmigo, en la mesa. Porque el Hijo del hombre se va, según lo establecido; pero ¡ay de aquel hombre por quien es entregado!». 
C. Ellos empezaron a preguntarse unos a otros sobre quién de ellos podía ser el que iba a hacer eso.
C. Se produjo también un altercado a propósito de quién de ellos debía ser tenido como el mayor. Pero él les dijo: 
+ «Los reyes de las naciones las dominan, y los que ejercen la autoridad se hacen llamar bienhechores. Vosotros no hagáis así, sino que el mayor entre vosotros se ha de hacer como el menor, y el que gobierna, como el que sirve. 
Porque ¿quién es más, el que está a la mesa o el que sirve? ¿Verdad que el que está a la mesa? Pues yo estoy en medio de vosotros como el que sirve. 
Vosotros sois los que habéis perseverado conmigo en mis pruebas, y yo preparo para vosotros el reino como me lo preparó mi Padre a mí, de forma que comáis y bebáis a mi mesa en mi reino, y os sentéis en tronos para juzgar a las doce tribus de Israel».
+ «Simón, Simón, mira que Satanás os ha reclamado para cribaros como trigo. Pero yo he pedido por ti, para que tu fe no se apague. Y tú, cuando te hayas convertido, confirma a tus hermanos». 
C. Él le dijo: 
S. «Señor, contigo estoy dispuesto a ir incluso a la cárcel y a la muerte». 
C. Pero él le dijo: 
+ «Te digo, Pedro, que no cantará hoy el gallo antes de que tres veces hayas negado conocerme».
C. Y les dijo: 
+ «Cuando os envié sin bolsa, ni alforja, ni sandalias, ¿os faltó algo?». 
C. Dijeron: 
S. «Nada». 
C. Jesús añadió: 
+ «Pero ahora, el que tenga bolsa, que la lleve consigo, y lo mismo la alforja; y el que no tenga espada, que venda su manto y compre una. Porque os digo que es necesario que se cumpla en mí lo que está escrito: “Fue contado entre los pecadores”, pues lo que se refiere a mí toca a su fin». 
C. Ellos dijeron: 
S. «Señor, aquí hay dos espadas». 
C. Él les dijo: 
+ «Basta».
C. Salió y se encaminó, como de costumbre, al monte de los Olivos, y lo siguieron los discípulos. Al llegar al sitio, les dijo: 
+ «Orad, para no caer en tentación». 
C. Y se apartó de ellos como a un tiro de piedra y, arrodillado, oraba diciendo:
+ «Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz;
pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya». 
C. Y se le apareció un ángel del cielo, que lo confortaba. En medio de su angustia, oraba con más intensidad. Y le entró un sudor que caía hasta el suelo como si fueran gotas espesas de sangre. Y, levantándose de la oración, fue hacia sus discípulos, los encontró dormidos por la tristeza, y les dijo: 
+ «¿Por qué dormís? Levantaos y orad, para no caer en tentación».
C. Todavía estaba hablando, cuando apareció una turba; iba a la cabeza el llamado Judas, uno de los Doce. Y se acercó a besar a Jesús. 
Jesús le dijo: 
+ «Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del hombre?». 
C. Viendo los que estaban con él lo que iba a pasar, dijeron: 
+ «Señor, ¿herimos con la espada?». 
C. Y uno de ellos hirió al criado del sumo sacerdote y le cortó la oreja derecha. Jesús intervino diciendo: 
+ «Dejadlo, basta». 
C. Y, tocándole la oreja, lo curó. Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los oficiales del templo, y a los ancianos que habían venido contra él: 
+ «¿Habéis salido con espadas y palos como en busca de un bandido? Estando a diario en el templo con vosotros, no me prendisteis. Pero esta es vuestra hora y la del poder de las tinieblas».
C. Después de prenderlo, se lo llevaron y lo hicieron entrar en casa del sumo sacerdote. Pedro lo seguía desde lejos. Ellos encendieron fuego en medio del patio, se sentaron alrededor, y Pedro estaba sentado entre ellos. 
Al verlo una criada sentado junto a la lumbre, se lo quedó mirando y dijo: 
S. «También este estaba con él». 
C. Pero él lo negó diciendo: 
S. «No lo conozco, mujer». 
C. Poco después, lo vio otro y le dijo: 
S. «Tú también eres uno de ellos». 
C. Pero Pedro replicó: 
S. «Hombre, no lo soy». 
C. Y pasada cosa de una hora, otro insistía diciendo: 
S. «Sin duda, este también estaba con él, porque es galileo». 
C. Pedro dijo: 
S. «Hombre, no sé de qué me hablas». 
C. Y enseguida, estando todavía él hablando, cantó un gallo. El Señor, volviéndose, le echó una mirada a Pedro, y Pedro se acordó de la palabra que el Señor le había dicho: «Antes de que cante hoy el gallo, me negarás tres veces». 
Y, saliendo afuera, lloró amargamente.
C. Y los hombres que tenían preso a Jesús se burlaban de él, dándole golpes. 
Y, tapándole la cara, le preguntaban diciendo: 
S. «Haz de profeta: ¿quién te ha pegado?». 
C. E, insultándolo, proferían contra él otras muchas cosas.
C. Cuando se hizo de día, se reunieron los ancianos del pueblo, con los jefes de los sacerdotes y los escribas; lo condujeron ante su Sanedrín, y le dijeron: 
S. «Si tú eres el Mesías, dínoslo». 
C. Él les dijo: 
+ «Si os lo digo, no lo vais a creer; y si os pregunto, no me vais a responder. Pero, desde ahora, el Hijo del hombre estará sentado a la derecha del poder de Dios». 
C. Dijeron todos: 
S. «Entonces, ¿tú eres el Hijo de Dios?». 
C. Él les dijo: 
+ «Vosotros lo decís, yo lo soy». 
C. Ellos dijeron: 
S. «Qué necesidad tenemos ya de testimonios? Nosotros mismos lo hemos oído de su boca». 
C. Y levantándose toda la asamblea, lo llevaron a presencia de Pilato.
C. Y se pusieron a acusarlo diciendo: 
S. «Hemos encontrado que este anda amotinando a nuestra nación, y oponiéndose a que se paguen tributos al César, y diciendo que él es el Mesías rey». 
C. Pilato le preguntó: 
S. «Eres tú el rey de los judíos?». 
C. Él le responde: 
+ «Tú lo dices». 
C. Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la gente: 
S. «No encuentro ninguna culpa en este hombre». 
C. Pero ellos insistían con más fuerza, diciendo: 
S. «Solivianta al pueblo enseñando por toda Judea, desde que comenzó en Galilea hasta llegar aquí». 
C. Pilato, al oírlo, preguntó si el hombre era galileo; y, al enterarse de que era de la jurisdicción de Herodes, que estaba precisamente en Jerusalén por aquellos días, se lo remitió.
C. Herodes, al ver a Jesús, se puso muy contento, pues hacía bastante tiempo que deseaba verlo, porque oía hablar de él y esperaba verle hacer algún milagro. Le hacía muchas preguntas con abundante verborrea; pero él no le contestó nada. 
Estaban allí los sumos sacerdotes y los escribas acusándolo con ahínco. 
Herodes, con sus soldados, lo trató con desprecio y, después de burlarse de él, poniéndole una vestidura blanca, se lo remitió a Pilato. Aquel mismo día se hicieron amigos entre sí Herodes y Pilato, porque antes estaban enemistados entre sí.
C. Pilato, después de convocar a los sumos sacerdotes, a los magistrados y al pueblo, les dijo: 
S. «Me habéis traído a este hombre como agitador del pueblo; y resulta que yo lo he interrogado delante de vosotros y no he encontrado en este hombre ninguna de las culpas de que lo acusáis; pero tampoco Herodes, porque nos lo ha devuelto: ya veis que no ha hecho nada digno de muerte. Así que 
le daré un escarmiento y lo soltaré». 
C. Ellos vociferaron en masa: 
S. «¡Quita de en medio a ese! Suéltanos a Barrabás». 
C. Este había sido metido en la cárcel por una revuelta acaecida en la ciudad y un homicidio. 
Pilato volvió a dirigirles la palabra queriendo soltar a Jesús, pero ellos seguían gritando: 
S. «¡Crucifícalo, crucifícalo!». 
C. Por tercera vez les dijo: 
S. «Pues ¿qué mal ha hecho este? No he encontrado en él ninguna culpa que merezca la muerte. Así que le daré un escarmiento y lo soltaré». 
C. Pero ellos se le echaban encima, pidiendo a gritos que lo crucificara; e iba creciendo su griterío. 
Pilato entonces sentenció que se realizara lo que pedían: soltó al que le reclamaban (al que había metido en la cárcel por revuelta y homicidio), y a Jesús se lo entregó a su voluntad.
C. Mientras lo conducían, echaron mano de un cierto Simón de Cirene, que volvía del campo, y le cargaron la cruz, para que la llevase detrás de Jesús. 
Lo seguía un gran gentío del pueblo, y de mujeres que se golpeaban el pecho y lanzaban lamentos por él. 
Jesús se volvió hacia ellas y les dijo: 
+ «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos, porque mirad que vienen días en los que dirán: “Bienaventuradas las estériles y los vientres que no han dado a luz y los pechos que no han criado”. Entonces empezarán a decirles a los montes: “Caed sobre nosotros”, y a las colinas: “Cubridnos”; porque, si esto hacen con el leño verde, ¿qué harán con el seco?». 
C. Conducían también a otros dos malhechores para ajusticiarlos con él.
C. Y cuando llegaron al lugar llamado «La Calavera», lo crucificaron allí, a él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. 
Jesús decía: 
+ «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen». 
C. Hicieron lotes con sus ropas y los echaron a suerte.
C. El pueblo estaba mirando, pero los magistrados le hacían muecas diciendo: 
S. «A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido». 
C. Se burlaban de él también los soldados, que se acercaban y le ofrecían vinagre, diciendo: 
S. «Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo». 
C. Había también por encima de él un letrero: «Este es el rey de los judíos».
C. Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo: 
S. «No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros». 
C. Pero el otro, respondiéndole e increpándolo, le decía: 
S. «Ni siquiera temes tú a Dios, estando en la misma condena? Nosotros, en verdad, lo estamos justamente, porque recibimos el justo pago de lo que hicimos; en cambio, este no ha hecho nada malo». 
C. Y decía: 
S. «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino». 
C. Jesús le dijo: 
+ «En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso».
C. Era ya como la hora sexta, y vinieron las tinieblas sobre toda la tierra, hasta la hora nona, porque se oscureció el sol. El velo del templo se rasgó por medio. Y Jesús, clamando con voz potente, dijo: 
+ «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu». 
C. Y, dicho esto, expiró.
C. El centurión, al ver lo ocurrido, daba gloria a Dios diciendo: 
S. «Realmente, este hombre era justo». 
C. Toda la muchedumbre que había concurrido a este espectáculo, al ver las cosas que habían ocurrido, se volvía dándose golpes de pecho. 
Todos sus conocidos y las mujeres que lo habían seguido desde Galilea se mantenían a distancia, viendo todo esto.
C. Había un hombre, llamado José, que era miembro del Sanedrín, hombre bueno y justo (este no había dado su asentimiento ni a la decisión ni a la actuación de ellos); era natural de Arimatea, ciudad de los judíos, y aguardaba el reino de Dios. Este acudió a Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús. Y, bajándolo, lo envolvió en una sábana y lo colocó en un sepulcro excavado en la roca, donde nadie había sido puesto todavía.
Era el día de la Preparación y estaba para empezar el sábado. Las mujeres que lo habían acompañado desde Galilea lo siguieron, y vieron el sepulcro y cómo había sido colocado su cuerpo. Al regresar, prepararon aromas y mirra. Y el sábado descansaron de acuerdo con el precepto.


Pintura: Jesús entra en Jerusalén. Pietro Lorenzetti, 1320


El hombre adúltero

“Escribía con el dedo en el suelo”


Cristo y la mujer adultera


V Domingo de Cuaresma

Año litúrgico 2021 - 2022 - (Ciclo C)


 

Había un hombre que fue encontrado cometiendo adulterio, entonces, los hombres que se sentían seguros y eran expertos en la ley capturaron a él y a la mujer, entre los olivos. Pero en un abrir y cerrar de ojos, el hombre escapó, los jueces no le siguieron, o lo conocían, o eran conocidos. El hombre miraba desde lejos a la mujer que era llevada para ser castigada, juzgada; en aquel juicio popular se agregavan más hombres. El hombre adúltero también tomó una piedra para poder pasar desapercibido. Caía el sol muy fuerte y el paraguas religioso protegía los vestidos puritanos, leyes en mano, de los hombres dispuestos a sentenciar en nombre de Dios.

 

En esa ciudad, había un maestro incómodo. Y este caso podía servir para sacarlo del camino. El maestro quedó en silencio un largo rato, así lo hará también ante Pilatos y el sanedrín. La respuesta del maestro traspasó sus normas y sus vestidos puritanos: “quien no ha pecado que tire la primera piedra”. Al sentirse descubiertos en sus reales intenciones se retiraron tirando piedras a la nada. Unos, aprendieron a darle una mirada de vida, y otros, siguieron maquinando la muerte.

 

El hombre adúltero, soltó la piedra y se fue, no podía tener un manto religioso que le protegiera de esas palabras penetrantes que salvaron la vida de una mujer, su mujer u objeto sexual. La mujer descubrió por primera vez a un maestro que la otorgó respeto, no la humilló, la salvó del dolor de cada pedrada adúltera. El gran hombre que la hizo sentirse amada. El hombre adúltero pensó: ‘¿Si yo fuera tratado así como Jesús en los momentos de pecado?’ Y otra vez, le perseguía el “qué dirán”, las caras de los que humillan producen un corto circuito en sus recuerdos.

 

Aquel hombre adúltero, siguió tirando la piedra, escondiendo la mano. Siguió echando la culpa a la otra persona en lo que es responsabilidad de pareja. Sigue anónimo abusando de las más débiles e ilusas, usando y desechando. Sigue siendo cómplice, humillante. Usa su grado de autoridad para seducir sin asumir la realidad de sus intenciones y emociones. En los momentos difíciles mira con ojos de juez, en la intimidad sigue adulterando y confabulándose para seguir siendo blanco, puro, seguirá siempre entre “acusadores”, ojalá no peque más.

 

Quizá la mujer no vuelva a pecar porque se sintió amada. Quizá el hombre siga pecando si sigue sintiéndose experto y más astuto que Dios. Sigue rumiando las palabras y tratando de comprender cómo un maestro, en silencio, sólo mira a la mujer para decirle: “tampoco te condeno”

 

“Tira la piedra, esconde la mano” 

Es un dicho popular para dibujar aquellas actitudes de personas que arman controversias y divisiones sin mostrar su verdadero rostro. La violencia reprimida se ingenia para poner en peligro, en duda. Incluso, las víctimas reales se juegan la vida, el buen nombre.

 

La violencia palpable lleva el drama de la propia vida, de las propias pedradas que van lapidando las emociones de los seres humanos, los rostros compungidos de no poder tolerarse ni tolerar. Los lapidadores que disimulan sus propias lapidaciones. Sin querer, son descubiertos, algunos, consientes de ser merecedores del mismo castigo.

 

La historia de la mujer adúltera es como una pasión anunciada, de una culpable ante la ley. Eso es lo que se ve, el adulterio, a la adúltera, al pecado, las normas que llevan a la lapidación. Además, la violencia es tan grande que en nombre de Dios ponen en grave controversia al mismo Dios, no le encuentran culpa pero le van fabricando para lapidarlo también.

 

Los radicalismos suelen ignorar a las personas, ignorar los pecados graves de sus cómplices. Ante el fanatismo la persona no tiene derecho a la compasión. Y así, tenemos seres totalitarios capaces de esclavizar, de mantener en la ignorancia, de justificar las masacres en nombre de un dios de la ley.

 

Qué diferencia entre el Maestro y los acusadores. Los acusadores usan la palabra de Dios para condenar. Jesús que es Palabra de Dios hace silencio para perdonar, para abrir posibilidades de salvación. San Agustín lo interpreta: "sólo quedan dos: Miseria y Misericordia", es decir, la miseria humana y la misericordia divina.

 

Palabra del papa Francisco

 

Se quedaron allí solos la mujer y Jesús: la miseria y la misericordia, una frente a la otra. Y esto cuántas veces nos sucede a nosotros cuando nos detenemos ante el confesionario, con vergüenza, para hacer ver nuestra miseria y pedir el perdón. Mujer, ¿dónde están?», le dice Jesús. Y basta esta constatación, y su mirada llena de misericordia y llena de amor, para hacer sentir a esa persona —quizás por primera vez— que tiene una dignidad, que ella no es su pecado, que ella tiene una dignidad de persona, que puede cambiar de vida, puede salir de sus esclavitudes y caminar por una senda nueva. (Ángelus, 13 de marzo de 2016)

 

 

 

Lectura del santo Evangelio según San Juan 8, 1-11

En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba.
Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron:
«Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?».
Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo.
Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo:
«El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra».
E inclinándose otra vez, siguió escribiendo.
Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos, Y quedó solo Jesús, con la mujer en medio, que seguía allí delante.
Jesús se incorporó y le preguntó:
«Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?».
Ella contestó:
«Ninguno, Señor».
Jesús dijo:
«Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más».


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Hola, soy Javier Abanto. Escribo reflexiones, vivencias y anécdotas. Publico artículos de teólogos y poetas. Estudie teología y comunicación. Desde el 2005 me dediqué a la docencia universitaria y a la gerencia de emisoras de corte cultural y religioso. La vida necesita de alegría y esperanza. Necesitamos a Dios en nuestra vida.
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¿Qué es "Luciérnaga"?

"Luciérnaga" Surge para expresarme de manera sencilla. Las luciérnagas remiten a mi origen rural - andino. Son visibles al caer la noche y hacen volar la imaginación con sus luces intermitentes, propias y naturales.

Luciérnaga se dirige a las personas de buena voluntad que buscan vivir con justicia y paz. Necesitamos del humor y la alegría. Y, sin duda, el mundo necesita de Dios.

Gracias por leer y compartir, no olvides comentar.

Javier Abanto Silva
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