Tiempo Ordinario XII C (20-06-2010)


"¿Quién dice la gente que soy yo?"

El hombre nunca ha cesado de preguntarse por sus orígenes, por ello tenemos mitos, leyendas y algunas teorías como el creacionismo, la gran explosión del Bing Bang, el origen de las especies y otras. En todas se percibe la sed de saber sus raíces. ¿Por qué es difícil afirmar que somos creaturas de Dios?

La pregunta “¿de dónde vengo?” puedo postergarla y lavarme las manos, pero plantearme ¿Quién soy? la respuesta es para hoy. Para llegar a plantearnos lo que somos debemos pasar momentos de silencio, de revisión de vida, de evaluación de actos,… Jesús ora y le surgen preguntas “– ¿Quién dice la gente que soy yo? (...) –Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?”. No es que Jesús tenga dudas de lo que es, pero hay que pasar largos momentos de contemplación para llegar a entender esta paradoja de un Mesías que muere en la cruz, de ganar la vida al donarla.

La oración no tiene fórmulas, no es un acto de magia, es un acto de comunicación claro y sencillo, es más de lo que haces con un amigo o una amiga, hablar tus intimidades. Jesús es un hombre de su tiempo que trabajó, pensó obró, amó como hombre (Cfr. Gaudium Spes 22) y oró como hombre. Su oración no se queda en un bonito ejemplo es una necesidad vital de comunicación y comunión con su Padre.

Aceptar que somos hijos de Dios, sus creaturas preferidas nos puede encaminar a escuchar y actuar con fe, a lograr entender que el sufrimiento, el rechazo y la muerte de Jesús es una entrega por amor, no una mera muestra de sufrimiento heroico. A Jesús no le gusta el sufrimiento, una estructura injusta lo condena porque su Palabra le es incompatible y peligrosa.

De la oración e intimidad con Dios Padre salen estas palabras: “Si alguno quiere ser discípulo mío, olvídese de sí mismo, cargue con su cruz cada día y sígame. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero que pierda la vida por causa mía, la salvará”. Otra paradoja a la luz de la fe, no necesitamos incrementar las cruces, sino eliminarlas, y como discípulos a lo mejor sigamos la misma suerte que el maestro. Nos olvidamos de nosotros mismos, cada día, para seguir cargando la cruz redentora del servicio, de la solidaridad, del estudio bíblico, de la conformación familiar, de la búsqueda de la justicia y de la paz.

Finalmente ¿Qué imagen de Dios tengo? ¿Quién soy yo respecto a mi origen y fin? ¿Me escandaliza cargar la cruz cada día? ¿Mi sensibilidad me permite identificar las cruces de cada día? ¿A qué me comprometo?

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