Corpus Christi (6 de junio 2010)

"Denles ustedes de comer"

Esta fiesta es más importante que la comida para el hombre. Ya no sólo es la presencia de Jesús resucitado, sino también su presencia dinámica y transformadora en la misa. La finalidad es clara: una comunión personal y comunitaria. Jesús convierte el pan y el vino por medio del Espíritu Santo en su Cuerpo y su Sangre para alimentar y fortalecer la misión evangelizadora de cada persona y de su comunidad.

La sagrada eucaristía es un culto sencillo y original. Se ofrecen frutos de la tierra como el pan y el vino, no animales, Dios enseña el respeto a la vida. Dios no quiere sacrificios, sino un corazón dócil. Así se va dejando el culto sacrificial de animales y se transforma en la donación de la vida, una vida de Dios.

Jesús, antes de entregar su vida, antes de ser matado en la cruz, deja clara la entrega de su cuerpo y de su sangre en el pan y el vino. Es una entrega que se adelanta a la historia, antes del juicio y la condena a muerte. La celebración de la Eucaristía es en memoria del sacrificio de Jesucristo, pero no es un recordar por recordar, sino también vivir la misma historia, donarse, defender la vida y ofrecerla como el mismo Jesús Resucitado.

La generosidad, el acto de regalar la vida está expresado por el evangelio según San Lucas en la multiplicación de los panes, como eucaristía. Pongamos atención en los verbos que utiliza: “tomar, alzar los ojos, bendecir, partir y dar”, significan más allá de un milagro o algo extraordinario la acogida, la experiencia comunitaria del Reino de Dios, una exigencia grande provocadora y pedagógica (los discípulos deben dar de comer a la multitud).

Los discípulos tienen la responsabilidad de alimentar a la gente, espiritual y físicamente, ¿Cómo hablar de Dios a los estómagos vacíos? Los rostros hambrientos de nuestra ciudad podrían estar de acuerdo con esta misión de los cristianos. Si tenemos en cuenta que Cristo al convertirse en pan y vino está disponiéndose a entrar en comunión, está usando dos especies sencillas para llegar a convertir en Cristo a quienes entre en comunión con él por medio del pan y el vino transformados. Los rostros hambrientos entonces pueden ser los rostros de Cristo, comulgar es convertirse en quien se recibe, es decir en Cristo.

Señor Jesús, permítenos valorar el gran amor que posibilitó tu presencia de manera permanente y abundante como regalo para todos. Danos la docilidad en el corazón para valorar la vida y no permitir que nadie muera de hambre.

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