La lluvia y otros avatares no frenaban nuestras ganas de amasar. Sí, era casi el único acontecimiento del año que perfumaba la casa de harina de trigo, de huevos de gallina, manteca de cerdo y levadura.
Sin mala intención, aportábamos a la deforestación, la leña se ponía a secar con anticipación, se traían plantas aromáticas para improvisar escobas que impregnaban de olores naturales en su contacto con el horno al fuego vivo.
Es una fiesta. Los forasteros visitan a sus paisanos. En realidad celebramos los vivos, la familia unida en torno a una mesa o a una tumba, pero unida, al ritmo de llantos, risas y anécdotas de los difuntos.
Podemos decir que es algo primitivo, pero también, con el respeto a las brujas y a los muertos en vida, tiene un valor importante: el respeto a lo sagrado. Eso que hoy es difícil respetarlo, si no que lo digan algunos casados o consagrados.
En esta caminata, preparamos la leña, la escoba (sin alusión a nadie), el horno, amasamos, reímos, lloramos, celebramos,… son sólo avatares.
Estos avatares tienen sentido si dejamos el cajón de muerto y tocamos el cajón de la música peruana, si dejamos los caramelitos y comemos buen pan, si nos quitamos las máscaras y nos mostramos auténticamente con ganas de vivir. Vive el amor que es propio de Dios.
DOCUMENTO DE APARECIDA
“Su empeño a favor de los más pobres y su lucha por la dignidad de cada ser humano han ocasionado, en muchos casos, la persecución y aún la muerte de algunos de sus miembros, a los que consideramos testigos de la fe. Queremos recordar el testimonio valiente de nuestros santos y santas, y de quienes, aun sin haber sido canonizados, han vivido con radicalidad el Evangelio y han ofrendado su vida por Cristo, por la Iglesia y por su pueblo”. (Documento de Aparecida nº 98)
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