Las calles polvorientas, el calor sofocante, y la alegría hacia de la señora Rosalía una mujer perseverante dentro del grupo de oración que se reunía dos veces por semana en una casa del barrio.
Ella cuidaba a su nietos, su hijo estaba en el ejército y su hija tenía una bebe, su esposo murió en uno de los terremotos y para sorpresa mía ella caminaba una hora y nunca me permitió pagar la moto-taxi que en un cinco nos llegaba a la casa de oración.
Una mañana, recorriendo las calles para ver las travesuras del fenómeno del niño, la encontramos con cubeta en mano sacando el agua de su vecina paralítica, la vecina estaba como en un trono vip tomando una tasa de cebada para disipar el susto.
Al vernos se emocionó tanto que nos invitó a desayunar, con poca azúcar y sin pan, calentó las únicas yucas que tenía para el día, sus nietos nos miraban con curiosidad y a la vez limpiaban las sillas húmedas.
Después de esos eventos vinieron las famosas polladas y rifas para reunir fondos y resanar las casas de algunas personas más necesitadas del barrio. Rosalía cómicamente no se benefició, su casa de esteras fue reconstruida por ella misma en una tarde.
Fui por un mes y la experiencia está viva, la miseria fue superada por la generosidad, la “viejita” refresco es impulso misionero, los acontecimientos se hicieron oración y dios sigue haciendo su voluntad. Él sabe lo que hace, ya la virgen María lo dijo en las bodas de Caná.
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