IV Domingo del tiempo ordinario (B): «¡Cállate y sal de él!». Jesús cura al endemoniado

¡Qué demonios!


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IV Domingo del tiempo ordinario

Año litúrgico 2020 - 2021 - (Ciclo B)

 

El demonio de la guerra sigue sometiendo a la pobreza y al sufrimiento físico, espiritual y psicológico. ¿Qué hacemos? Muy poco. Los problemas se conocen, pero no encuentran fórmulas mágicas para solucionarlas.

 

Para ver mejor el panorama podemos sondear en la información de la Organización Mundial de la Salud (OMS). En sus notas oficiales, antes del COVID-19, cada 40 segundos se suicidaba una persona en el mundo (OMS). 1 millón de niñas menores de 15 años daban a luz cada año, y las complicaciones del embarazo es la segunda causa de muerte entre las muchachas de 15 a 19 años (OMS). La depresión era ya una de las principales causas de enfermedad y discapacidad entre adolescentes a nivel mundial (OMS). Un 38% de los asesinatos de mujeres que se producen en el mundo son cometidos por su pareja masculina. Se calcula que hasta 1000 millones de niños de entre 2 y 17 años en todo el mundo fueron víctimas de abusos físicos, sexuales, emocionales o de abandono en el último año (OMS),..

 

Además,  la OMS señala una gran variedad de trastornos mentales, cada uno de ellos con manifestaciones distintas. En general, se caracterizan por una combinación de alteraciones del pensamiento, la percepción, las emociones, la conducta y las relaciones con los demás. Entre ellos se incluyen la depresión, el trastorno afectivo bipolar, la esquizofrenia y otras psicosis, la demencia, las discapacidades intelectuales y los trastornos del desarrollo, como el autismo.

 

Por el momento, hay estudios parciales de las enfermedades producidas por el COVID19. Pero, vayamos a la cancha. En este año nos allegó la depresión, la angustia y la rabia contra las injusticias. Qué nos quieren decir frases como: “estamos en guerra con un enemigo invisible”, pero los visibles prometieron cuidarte; “Sálvense quien pueda” dejando la oportunidad para convencernos de “cuídate y así cuidas a los demás”.

 

La sensación de que cada vez estamos sometidos a fuerzas que nos destruyen nos hacen sentirnos carentes de valor y de ánimos. Es como si nos quisieran enseñar a vivir como enfermos. Los grandes terapeutas o luces guías del pueblo han mostrado una política estéril, una ideología quebrada, una enseñanza desactualizada.

 

Este es el panorama del “endemoniado”, convencido de que sus patologías psicológicas y espirituales son consecuencias de sus culpas, tradición, pobreza, familia, … Sin embargo, la ventaja del endemoniado es que sabe identificar a Dios y por tanto también a los fanfarrones. El endemoniado comienza una vida nueva y se reincorpora a la vida, a la familia. Los que se consideraban iluminados y sanos resultaron estar en la oscuridad y con patologías graves.

 

En esta novedad, radica la autoridad de Jesús. La fuerza de su palabra es salvadora, liberadora, edificante, útil, necesaria, propositiva. Habla con un lenguaje cercano, directo a los problemas existenciales. Sus palabras no se detienen en hacer un diagnóstico detallado del endemoniado, sólo le libera de esa mochila de dolores y traumas, de rencores, de aquel espíritu inmundo que le condicionaba a vivir temeroso, perder el sueño, con delirio de persecución, con poco sentido de felicidad.

 

 

 

  

 

Lectura del santo evangelio según san Marcos 1, 21-28

En la ciudad de Cafarnaún, el sábado entró Jesús en la sinagoga a enseñar; estaban asombrados de su enseñanza, porque les enseñaba con autoridad y no como los escribas.
Había precisamente en su sinagoga un hombre que tenía un espíritu inmundo y se puso a gritar:
«¿Qué tenemos que ver nosotros contigo, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios».
Jesús lo increpó:
«¡Cállate y sal de él!».
El espíritu inmundo lo retorció violentamente y, dando un grito muy fuerte, salió de él. Todos se preguntaron estupefactos:
«¿Qué es esto? Una enseñanza nueva expuesta con autoridad. Incluso manda a los espíritus inmundos y lo obedecen».
Su fama se extendió enseguida por todas partes, alcanzando la comarca entera de Galilea.

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