T.O. XI, B: El sembrador, la semilla de mostaza

 Después de la cosecha la siembra


Primero los tallos, luego la espiga, después el grano”

 


Parábola del sembrador. GRIMMER, ABEL. Copyright de la imagen ©Museo Nacional del Prado

 

XI Domingo del tiempo ordinario

Año litúrgico 2020 - 2021 - (Ciclo B)

 

El misterio de la belleza.

El arte y la naturaleza encierran un misterio de amor que se pinta, esculpe, escribe, etc. Qué sería de Vincent van Gogh sin las flores, o de los “callejeros” sin la mixtura de muros y plantas silvestres. El arte usa lo que encuentra para sacarle rebelar su belleza. Esa belleza en el corazón del artista ¿Cómo llegó allí?

 

Una belleza cotidiana

Era imposible dormir más con el canto de los pájaros, el sol de la mañana derretía el hielo de la noche. Los bueyes parecían bolas gigantes por la comida para arar la chacra, igual sucedía con los caballos para trillar el trigo.

 

Por las tardes, las aves, de varios colores, se comían el trigo o el maíz, de niños queríamos atraparlos para comprender mejor el color de sus plumas y la velocidad de su vuelo. El grano atraía a otros animales. Pero en el grano hay un misterio más grande: el de la consumación, de la entrega, una generosidad que llega al buche de los pájaros no importa de dónde vengan.

 

Sembradores de esperanza

El proceso que va desde la cosecha a la siembra es lo que menos se conoce. Las mujeres suelen ser expertas seleccionando semillas, secándolas, formando pequeños almácigos. Ni qué decir del proceso de la cosecha al paladar. El proceso de la siembra a la cosecha queda a la voluntad de Dios, a los efectos de la naturaleza, los hombres se encargan sólo de separar las malezas, de echar tierra, de dirigir el riego, de esperar.

 

Hablándote de artistas recuerdo a un pintor indigenista, José Sabogal (Cajamarca Perú), con un estilo propio pinta a hombres y mujeres involucrados en la risas y lágrimas con la madre tierra. Me hubiese gustado ver el mismo estilo en las pinturas de las cosechas. Quizá más importante es el Sembrador, y después los sembradores con su idiosincrasia.

 

El nido seguro.

Si piensas en los brazos de tus padres, es verdad, son nido seguro. Si lo quieres elevar a los brazos de Dios, el yugo es llevadero, y un remanso en el corazón agobiado.  La pequeña semilla ha crecido para dar un espacio, sombra, protección a los nidos de aquellas aves migrantes.

 

¿Si tú fueras un árbol tendrías las ramas frondosas como para hospedar nidos? Quizá debamos preocuparnos en hacer felices a los demás, de su santidad se encargará Dios, la semilla del evangelio crece misteriosamente. El Reino de tu hogar, de tu comunidad de seguro no se construye siendo árboles secos, sino cuidándole, como el sembrador, de las inclemencias del clima. Hemos cosechado tanto que seguro tenemos mucho por sembrar.

 

Me atrevo a invitarnos a ser artistas de la naturaleza, conservadores de las cosechas, que nos regaló el gran Sembrador, nosotros volvemos a sembrar sus semillas, él cuida de ellas,  y yo, sólo usamos su tierra, su agua; somos sus ayudantes.



Palabras del Papa Francisco:

A veces la historia, con sus sucesos y sus protagonistas, parece ir en sentido contrario al designio del Padre celestial, que quiere para todos sus hijos la justicia, la fraternidad, la paz. Pero nosotros estamos llamados a vivir estos periodos como temporadas de prueba, de esperanza y de espera vigilante de la cosecha. De hecho, ayer como hoy, el Reino de Dios crece en el mundo de forma misteriosa, de forma sorprendente, desvelando el poder escondido de la pequeña semilla, su vitalidad victoriosa. Dentro de los pliegues de eventos personales y sociales que a veces parecen marcar el naufragio de la esperanza, es necesario permanecer confiados en el actuar tenue pero poderoso de Dios. Por eso, en los momentos de oscuridad y de dificultad nosotros no debemos desmoronarnos, sino permanecer anclados en la fidelidad de Dios, en su presencia que siempre salva. Recordad esto: Dios siempre salva. Es el salvador. ÁNGELUS, 17 de junio de 2018



Lectura del santo Evangelio según San Marcos 4, 26-34

En aquel tiempo, Jesús decía al gentío:
«El reino de Dios se parece a un hombre que echa semilla en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo fruto sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega».
Dijo también:
«¿Con qué compararemos el reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después de sembrada crece, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros pueden anidar a su sombra».
Con muchas parábolas parecidas les exponía la palabra, acomodándose a su entender. Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos les explicaba todo en privado.

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