Domingo I de Cuaresma – Ciclo A (Mateo 4, 1-11) – 13 de marzo de 2011



“Jesús le dijo: «También está escrito: "No tentarás al Señor, tu Dios."» (...)”

 
El día se ha acortado, la tierra se ha movido, hay alerta nuclear a causa del terremoto y el y tsunami en Japón. El tiempo ha transcurrido en medio de informes periodísticos, palabras de analistas, mensajes en las redes sociales y a los celulares, coberturas de emisoras,… en fin una expresión natural del hombre: conocer, buscar explicaciones, “controlar”, tomar decisiones. 

Queda claro: ante la naturaleza no hay poder humano que la domine, sólo nos queda ser espectadores y tomar precauciones, refugiarnos. Somos vulnerables, hay terremotos más grandes y tsunamis que cada día nos arrastran. Somos seres limitados, no todo nos está permitido ni a nuestro alcance, no somos dueños de la vida ni de la muerte.

Japón, potencia mundial, fue superado por la naturaleza. Su gente, entrenada para estos fenómenos naturales no ha podido evitar el desastre. Desastre que tiene olas expansivas en nuestras costas peruanas y también en la economía mundial. 

Entre las fotos destacadas, sorprende cómo una casa bien construida termina entera pero debajo de un puente. Caben algunas preguntas necias ¿No se puede inventar algo para desactivar fenómenos naturales? ¿Los estudiosos no pueden prevenir con más tiempo?

En los resúmenes informativos de las emisoras y de la TV hay un común denominador: “la gente no ha hecho caso a la alerta”. Hoy que podemos ver en los videos el poder de la naturaleza, los grandes edificios destruidos, carros arrastrados y rostros desesperados, tenemos la tentación de ver el desastre como una película, la de lanzarnos al vacío de los curiosos pese a que los ángeles nos están previniendo.

Los milagros son de Dios, nosotros no podemos hacerlos y por ello tenemos que asumir la responsabilidad de cuidar nuestra vida. Entre hacer el “ridículo” y perder la vida, yo optaría por la vida. Parece que intentamos dominar la naturaleza arrodillándonos a nuestro orgullo e incredulidad.

Muchas personas estaban en las costas mirando el mar, la tranquilidad le hacía incrédulos, la experiencia les decía que obedezcan. Las invitaciones reiterativas: “por favor vayan a los lugares de refugio”. Algo como: “escrito está” (lo repite Jesús en el relato de las tentaciones), “los científicos nos previenen”, “es muy serio lo que está sucediendo”, “hagan caso”,… a cambio de ello solo se escuchaban silbidos, ‘pifias’ y comentarios burlones. 

Ya tenemos el milagro de la prevención científica, las experiencias, imágenes, audios y video de lo que sucede. Así, que las piedras se conviertan en pan, que los ángeles nos salven al caer al vacío, intentar tentar a Dios nos pone en riesgos más profundos.

La desobediencia nos encanta desde niños, aunque luego a la espalda deje angustia y desolación. 

Tenemos un reto: hacer que las costas no sean un desierto, de indiferencia. Japón tiene un reto, o mejor, por sus olas expansivas, el mundo tiene el reto de vestir a nuestro pueblo de personas humanas con esperanza y alegría. En este mundo ya no debe existir la tentación de dominar arrodillándonos a dioses falsos. El poder, el tener y el saber tienen una dimensión humana que nos encamina al diálogo con Dios.

Sigamos alimentando nuestro corazón contrito y necesitado de Dios. Nuestra oración cotidiana por las personas de Japón, Dios está también en medio de la desesperación.

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