Domingo III de Cuaresma – Ciclo A (Juan 4, 5-42) – 27 de marzo de 2011



Un diálogo ‘maldito’

“Dame de beber… ¿Cómo es que tú me pides agua a mí, que soy samaritana?”

¿Una mujer que ha tenido cinco maridos, el actual tampoco es su marido, es capaz de amar? Las que lo han tenido dirán: ¡Obvio! Tú y yo también decimos lo mismo, porque tener muchos maridos nos pone en el campo de los “malditos”, de los impuros, herejes y de una vida samaritana, llena de prejuicios religiosos y sin rumbo. ¿Rumba o rumbo para tu vida?

Este diálogo ‘maldito’ se celebra en un pozo; romántico para quienes viven en el desierto porque acompañan y guiñan a las mujeres que van sacar agua y además se enteran de la vida del pueblo. Eso lo sabe Rebeca, Moisés que conoce a su esposa en el pozo de Madiam y Jacob tiene noticias de su tío Labán.

Un pozo con significado topográfico, existe, tiene 32 metros de profundidad, existía un santuario, luego los cruzados erigieron una basílica, hoy lo tienen los ortodoxos, los zares rusos ofrecieron levantar un templo, pero sólo levantaron muros perimetrales porque fueron desplazados por la revolución soviética en 1917. En ese desierto árido, caliente y seco, puedes bajar y saborear el agua fresca.

En este pozo “de Jacob” estuvo Jesús sentado dialogando con la Samaritana. Hoy   se puede palpar, oír, oler, saborear el agua, siente la frescura. Allí está la vida, la historia, la biblia completa. Los orientales, como los que habitan en los lugares desérticos de nuestra patria, experimentan la necesidad del agua. En este diálogo ‘maldito’ el agua habla hoy, simbólicamente, porque las quebradas, los ríos y los mares están contaminados.

Jesús sentado en el pozo, pide de beber para dar agua que saciará la sed para siempre. Te habla en tu pozo (historia) para revelarse como la fuente espiritual de tu vida. La Samaritana se sorprende de la sabiduría de alguien “maldito”. Jesús pisa territorio de “malditos” para revelar la presencia amorosa de Dios.  Es un diálogo lleno preguntas no para juzgar, sino para ser respuesta.

En este diálogo la samaritana sale a la lucha y conoce su historia, subestima al judío que quiere beber y no tiene con qué sacar agua del pozo hondo, conoce bien las disputas religiosas, reconoce la sabiduría del profeta y también espera al Mesías. Si tú y yo vemos nuestra realidad samaritana nos identificamos como el “sabelotodo”.

Pero el punto de quiebre está cuando en el diálogo nos descubre Jesús nuestra armadura y nos hace reconocer al profeta y luego será al Mesías. 

“Él le dice: "Anda, llama a tu marido y vuelve." La mujer le contesta: "No tengo marido." Jesús le dice: "Tienes razón, que no tienes marido: has tenido ya cinco, y el de ahora no es tu marido. En eso has dicho la verdad." La mujer le dice: "Señor, veo que tú eres un profeta. Nuestros padres dieron culto en este monte, y vosotros decís que el sitio donde se debe dar culto está en Jerusalén." Jesús le dice: "Créeme, mujer: se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén daréis culto al Padre. Vosotros dais culto a uno que no conocéis; nosotros adoramos a uno que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero se acerca la hora, ya está aquí, en que los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que le den culto así. Dios es espíritu, y los que le dan culto deben hacerlo en espíritu y verdad." La mujer le dice: "Sé que va a venir el Mesías, el Cristo; cuando venga, él nos lo dirá todo." Jesús le dice: "Soy yo, el que habla contigo." 

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