Domingo XIV Ordinario – Ciclo A (Mateo 11, 25-30) – 3 de julio de 2011



"Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla".

¿Qué actitudes de los demás te molestan? ¿Quiénes? ¿Alguna vez has recibido una visita o has salido con alguien? Hay cosas que normalmente hacen perder la paciencia.

 Por ejemplo, salir a almorzar y no encontrar el lugar adecuado, esperar un montón de tiempo para que te sirvan, a que la otra persona mastique, se dé un gustito, converse, piense,… Acompañar a ciertas personas para comprar ropa, caminar y caminar y ninguna prenda de su gusto, hasta que después de algunas horas la encuentra y no la compra. Escuchar a un adulto mayor la historia de su vida repetida 10 veces en la misma conversación…

¿Alguna vez has querido que los demás caminen a tu ritmo acelerado? ¿Comprar lo primero que encuentras? ¿Te das tiempo para vivir? ¿Te regalas la oportunidad de amar? ¿Aprendes de las experiencias?

Vivimos la fantasía de los “transformes” y miramos a los demás como objetos fáciles de destruir. Los gobiernos quieren superar la pobreza pero sin humildad. Una sociedad fantasiosa puede vivir el show de los ricos infelices.

El ritmo acelerado nos hace vivir al borde del paro cardiaco. El comportamiento de “sabelotodo” nos priva de la sabiduría del proceso de la búsqueda de la verdad. Somos especialistas en vivir esclavos de la desesperación.

Nuestro cerebro necesita procesar, hay que darle aire; nuestro corazón marcar su ritmo, nuestros ojos observar, nuestros oídos escuchar,… no te pierdas la vida, Dios te la regala.

Aviva la fe, comparte tu vida, escucha a quienes tienen experiencia de vida, ponle alegría, al fin y al cabo las aventuras en la ciudad ya no pasan de los supermercados. No te dejes consumir por el consumismo pero ponle chispa y si no compras, mejor.
En aquel tiempo dijo Jesús: «Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor.

Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.

Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera.»

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