II Domingo de Pascua (C). Tomás, apóstol, de las heridas no duda

“Si no veo en sus manos las heridas (...) no lo podré creer”

Yo dudo, tú dudas, él duda,…  y así conjugamos la duda en nuestras palabras y acciones. Si alguna vez dijiste: “Ver para creer”, quizá todavía no salgas de esa ruleta. De eso no lo dudes, necesitas ver más allá de tus candados existenciales. No puedes dudar de tu existencia.




La incredulidad de Santo Tomás.  STOM, MATTHIAS.    Copyright de la imagen ©Museo Nacional del Prado


II Domingo de Pascua. Año litúrgico 2018 - 2019 - (Ciclo C) (Homilía, Reflexión)

De las heridas no dudes


Si tus niños son más preguntones que los griegos, no les respondas con un libro, no seas leguleyo; somos, lectores, intérpretes de los libros. Si el niño sigue preguntando es porque necesita comprender y tú puedes ser quien escucha bien las preguntas para responder pedagógicamente, paciencia, el baby no puede creer lo que no capta. 

Y “creer sin haber visto”, parece tan difícil. Creer te puede llevar a ser ingenuo. Nuestras entrañas espirituales buscan el sentido en: el amor, las ansias de libertad, de eternidad. Hay algunos que dudan demasiado y no dejan de amar tanto, “¿ah, tu caso?”.

En este juego agnóstico como principio de conocimiento, necesitamos de complementar la duda con el creer. Ya San Agustín lo va luchando en “las Confesiones” de lo más íntimo de su intimidad; igual lo hará Santo Tomás de Aquino con sus 520 dudas en su Suma Teológica.

Quizá no puedas explicarte por qué amas a tal persona, o por qué tu madre te ama a pesar de, Dios vino para liberarnos a pesar de… Cuántas veces habrás dicho: “huy, no te conozco, eres un misterio”. Tus dudas son resueltas con el abrazo de tu madre, igual podrías dejarte abrazar por el mismo Dios, aunque te suene a misterio o fantasías, pero si lo necesitas, eso es realidad.

Ahora, piensa en los discípulos que no tenían duda de que las autoridades judías querían acabar con los seguidores del gran Jesús, de quien por momentos dudan, todos, no sólo Tomás (cf. Jn 20,19 y 26). Pero también tienen la certeza de la vida: comieron y bebieron con Jesús, les trató como amigos no como sirvientes, les dio las claves para entender el Reino: Resucitó, se apareció, les regala el Espíritu Santo en Pentecostés. El miedo y la duda, la duda y la certeza, la palabra y la amenaza convivieron  desde el 30 d.C. hasta el Edicto de Milán que da libertad a los cristianos (313 d. C.). Hoy, los últimos ataques terroristas contra los cristianos no recrean de cómo el miedo quiere aplacar la fe, y de cómo la fe en Jesucristo es la gran fuerza para ofrecer incluso la vida.

Jesús, sigue con ellos. Para Tomás y nuestras dudas, la resurrección es tan asombrosa que es difícil creerla. Ha tenido su desenlace en un:  “¡Señor mío y Dios mío!” (Jn 20,24-29). Pero antes, Tomás, apela a lo único cierto: las heridas de los clavos y la lanza de la injusticia y la burla.

Tus niños te preguntan tanto, pero te aman más. Los que preguntan por soberbia o por una disciplina pintada de ideología, hay allí un cerebro cerrado, miedoso, sesgado, no quiere la verdad, sólo su luz absolutamente escéptica. Ojo, incluso en esos casos, Jesús no abandona, de pronto muestre más evidencias que a Tomás, ya pasaron mas de 2000 años.

Si te obsesiona la duda por descubrir cuantos niños mueren por la pobreza, la puedes resolver con la ciencia. Pero si te obsesiona la duda sobre la persona que amas, o cerraste tus puertas por miedo, mejor no te cases. Necesitas vivir para ver las heridas de los Cristos del alma. Son innegables las heridas de Cristo hechas por manos humanas. Eso sí no dudes en la necesidad de cúrate primero; ¿si dudas de los argumentos de los otros por qué no puedes dudar del tuyo?.

Finalmente, en la duda y la certeza, queda claro, debes eliminar los cerrojos de tu vida para despertar, calzarte, vestirte, y seguir recorriendo el horizonte de tu vida, como el “enviado del Padre”. 

Evangelio del día

Lectura del santo Evangelio según San Juan 20, 19-31

Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa con las puertas cerradas, por miedo a los judíos.

Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
–Paz a vosotros.
Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
–Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.
Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:
–Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados; a quienes se los retengáis les quedan retenidos.
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían:
–Hemos visto al Señor.
Pero él les contestó:
–Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.
A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo:
–Paz a vosotros.
Luego dijo a Tomás:
–Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.
Contestó Tomás:
–¡Señor mío y Dios mío!
Jesús le dijo:
–¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.
Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos se han escrito para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su Nombre.

  

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