Domingo IV de Adviento (B): "He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra"
La Encarnación del Hijo de Dios
Domingo IV de Adviento – Ciclo B (Lucas 1, 26-38) – 20 de diciembre de 2020. La Encarnación del Hijo de Dios.
La cuna de Natividad
Llegaban los exámenes finales del año, había que estudiar y una motivación grande, como niños, era ayudar a construir el pesebre del templo. Un especial cuidado tenía la ubicación de la cuna del niño, junto a la familia sagrada. Alguna vez, pusimos al niño en su cuna, antes de la eucaristía de Navidad y el párroco aprovechó para catequizarnos.
Después de años, al fin tenía la ilusión de una casa y construí el pesebre, reviviendo el entusiasmo de la niñez, cuando dábamos todo nuestro tiempo a una fe que no comprendíamos, pero nos seducía; éramos los invisibles del pueblo, pero nuestros cantos y pesebre nos mostraban la noche de navidad. Era el tiempo de construir sin comprar, de alegrarse sin recibir, de dar todo lo que se pueda dar por celebrar Navidad.
En esta nueva etapa, - adultez- la fiesta estaba preparada, esperábamos devorando panetón y dulces, reventando cuentones, intercambiando regalos, llamadas telefónicas, mensajes, fotos para las redes, … llegó la hora del abrazo; y ese año me olvide de colocar a Jesús en su cuna, creo que el bebé se salvó de morir por asfixia. La cuna vacía fue la radiografía de mi vida espiritual, distraída, sedienta, todavía con esperanza; y, obviamente, la foto de una familia unida, pero con Jesús encajonado, guardado, idealizado.
Las cunas invisibles.
“Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”.
Estas palabras del Ángel Gabriel (la fuerza de Dios) comunicadas a una mujer, galilea y marginada cobran sentido porque corresponden a lo que se anunciaban en las profecías. La promesa del Génesis: un silencio que dura siglos recae sobre la "Mujer" que tendrá que derrotar al diablo con su prodigiosa maternidad. Sólo Isaías, mucho más tarde, hace explícito lo que fue predicho: "El Señor mismo te dará una señal. "He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, al que llamará Emmanuel". El Evangelio de hoy nos habla del cumplimiento de todo esto: "María, (es la mujer de las profecías) estando desposada con José, antes de que se fueran a vivir juntos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo”.
La cuna en espíritu y en verdad.
“No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios”
Es decir, si David estaba preocupado por construir un templo para Dios, Dios elige su templo, el ser humano, como María. Dios va interviniendo en la confusión de José y en el peligro que llegará por parte del rey Herodes. Así, la virgen no muere apedreada sino discípula predilecta de Dios. Es el templo humano reconstruido para ser parte de la historia humana, el nuevo génesis, la gran esperanza.
“Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús”
Esta noticia podría ser ahora terrible para una joven porque le llevaría a replantear sus proyectos. Reconstruir, mirar la “seguridad”. Aquí, nuestros planes podrían ser un milagro o una vanidad.
Pero Dios no se deja envolver en nuestros proyectos, Dios no se deja encerrar en un templo porque él es nuestra garantía de lo eterno, de lo infinito. En este sentido hablamos de una virgen, a la que Dios la ha elegido para hacerse hombre, para su “encarnación”.
El templo es el cuerpo de Cristo, es el vientre de María, luego será la cruz en el Gólgota como expresión de amor eterno. Dios entra en la carne de los mortales, en ella construye su "templo" para garantizarnos la vida y la inmortalidad. En este tiempo somos o estamos invitados a tener los apuros, las alegrías, las ilusiones y dudas de María, de la madre en espera de ser templo de la vida; de la presencia de un niño para transformarnos la vida.
“He aquí la esclava del Señor; hágase (Fiat) en mí según tu palabra”
Decir “Sí” es la clave. Descubrir lo divino en lo humano. Confiar en lo divino. Es lo que hacen muchas madres al decir “Sí” a la vida, al replantear sus proyectos para darle cuna a un niño, al prepararle la leche y el pan, la protección y el amor. Así, la Navidad tiene una gran cuna eterna: el amor infinito del corazón de una madre bombeando la sangre para dar vida.
Pablo VI escribió en 1974: "En María vemos la respuesta de Dios al misterio del hombre; y la pregunta que el hombre se hace sobre Dios y su propia vida".
No olvides de cantar: "Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad". La Virgen entonará entonces su Magnificat en un encuentro especial con Isabel, la prima iluminada por el Espíritu para llamarla: "Madre de mi Señor".
“Aquí hay una cuna vacía, podemos mirarla. Puede ser un símbolo de esperanza porque el Niño vendrá, puede ser un objeto de museo, vacío toda nuestra vida. Nuestro corazón es una cuna ¿Cómo es mi corazón? ¿Está vacía, siempre vacía, pero está abierta para recibir continuamente la vida y dar vida? ¿Recibir y ser fructífero? ¿O será un corazón guardado como un objeto de museo que nunca estuvo abierto a la vida y a dar vida?” (Papa Francisco, Santa Marta, 19 de diciembre de 2017).
¡Feliz Navidad!
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