XXIII Domingo del tiempo ordinario (B): "Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos"

«Effetá» (esto es, «ábrete»)


 

Guérison d'un aveugle-né


XXIII Domingo del tiempo ordinario

Año litúrgico 2020 - 2021 - (Ciclo B)

 

Hoy más que nunca estoy pidiendo a Jesús que pronuncie “Effeta” para que se abran mis oídos tapados por un ruido de aire y mi boca frenada por la ignorancia del idioma.

Me encuentro en Tallinn, capital de Estonia, - búsquenlo en google maps- sobre el mar Báltico al norte de Europa, en la frontera con Rusia, el clima es frío, todavía agradable. Si ya hablar italiano crea una ilusión par aun parlante latino, acá pierdo las ilusiones de masticar alguna palabra del Estonio, ruso y también inglés. Son amantes de su cultura, Tallin alberga el 50% de la población nacional (1,325 millones -2019), y cuidan mucho su idioma como patrimonio nacional,entonces “Effetá”.

 

Estoy en un encuentro de artistas, por cierto, convencidos de hacer bien su tarea. Parece que estos idiomas universales metafísicos y espirituales, con el tino de los primeros frailes dominicos llegados en el S XIII, decidieron caminar sobre las calles empedradas de la vieja y amurallada Tallinn. El lápiz, el oleo, los sonidos, las voces,… se han unido a las oraciones como golpeando los oídos y humedeciendo las bocas secas de los mudos muros, un “Effetá” que no debe callar.

 

El evento nos deja como una gota de agua en un océano, o mejor dicho, con un anhelo, casi un grito, de escuchar “Effetà”. Naturalmente, no será tan rápido como el clamor de Jesús a su Padre y sus palabras eficaces para la escucha y la palabra como parte de una comunicación profunda en el acercarse al sufriente, escucharlo y hacerle escuchar, hablarle para que hable, acompañarlo para que dé testimonio de las vivencias y así cada gesto impreso en la intercomunicación.

 

Cómo comprender palabras profundas si no las escuchamos, cómo anunciar la Palabra si no podemos hablar. Cómo hablar lo que valga la pena. Primero es mejor escuchar

 

 Palabra del Papa Francisco

Este pasaje del Evangelio subraya la exigencia de una doble sanación. Sobre todo la sanación de la enfermedad y del sufrimiento físico, para restituir la salud del cuerpo. […] Pero hay una segunda sanación, quizá más difícil, y es la sanación del miedo. La sanación del miedo que nos empuja a marginar al enfermo, a marginar al que sufre, al discapacitado. […] Demasiadas veces el enfermo y el que sufre se convierten en un problema, mientras que deberían ser ocasión para manifestar la preocupación y la solidaridad de una sociedad en lo relacionado con los más débiles. Jesús nos ha desvelado el secreto de un milagro que podemos repetir también nosotros, convirtiéndonos en protagonistas del «Effatá», de esa palabra «Ábrete» con la cual Él dio de nuevo la palabra y el oído al sordomudo. Se trata de abrirnos a las necesidades de nuestros hermanos que sufren y necesitan ayuda, escapando del egoísmo y la cerrazón del corazón. Es precisamente el corazón, es decir el núcleo profundo de la persona, lo que Jesús ha venido a «abrir», a liberar, para hacernos capaces de vivir plenamente la relación con Dios y con los demás. 

ÁNGELUS 9 de septiembre de 2018

  

Lectura del santo Evangelio según san Marcos 7, 31-37

En aquel tiempo, dejando Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del mar de Galilea, atravesando la Decápolis. Y le presentaron un sordo, que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga la mano.
Él, apartándolo de la gente, a solas, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua.
Y mirando al cielo, suspiró y le dijo:
«Effetá» (esto es, «ábrete»).
Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba correctamente.
Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos.
Y en el colmo del asombro decían:
«Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos».



Guérison d'un aveugle-né

 La Guérison d'un aveugle-né est un miracle de Jésus-Christ. Il est décrit dans l'Évangile selon Jean. Il est le symbole que Jésus est venu, par sa parole, ses enseignements et ses actes, apporter la lumière sur terre.

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