XXVIII Domingo del tiempo ordinario (B): “Es imposible para los hombres, no para Dios”. El joven rico
“Una cosa te falta”
XXVIII Domingo del tiempo ordinario, Año litúrgico 2020 - 2021 - (Ciclo B)
En un mundo lujurioso y de la imagen el primer impacto cuenta, la autenticidad puede ser un valor intangible no distinguible. Si la economía abundante parece el signo de felicidad entonces realmente es más difícil entrar por el ojo de una aguja. Y si soy pobre no tengo nada que vender. Por ello, no se trata de pobres o rico, sino de cómo somos libres para amar y servir, para caminar ligeros y que el amor de Dios nos acompañe. ¿cómo ves la vida?
Somos insatisfechos
No lo dudes ni lo disimules, tampoco exageres. Algo falta en la vida ‘siempre’, estés entre los ricos o entre los pobres. Por ello, debemos iniciar reconociendo que la avaricia recorre las venas de la persona humana.
Como toda acumulación, de insatisfacciones, revienta como un chupo no por la grasa sino por las continuas lamentaciones de tus desgracias. Entonces el acumular te lleva a privarte y privar a los demás, a controlar escrupulosamente tus seguridades, a mirar tu futuro ‘sin carencias’, al insomnio del ‘tener’, a los sueños dorados de billetes, a protagonizar escenas de despilfarro o miserables.
La obsesión por aquello que te falta es ya casi crónica, no te permite vivir la aventura de lo impredecible y la dinámica de lo cotidiano. En este corazón, la providencia divina es casi ilógica, se entiende pero no se vive: el “darlo todo”, la “equidad económica”, el “bien común”, etc.
Sin duda, la ambición nos convierte en perdedores: esposo (a), hijos, amigos, paz, alegría. Cuando te mires al espejo puedes analizar tus arrugas si son consecuencia sólo de los años o de las amarguras, las frustraciones, el desamor,…
¿Por qué tan joven y tan infeliz?
Por su avaricia, pero no nos detengamos en el corazón – alcancía. Sus mismas palabras son como un ego teocéntrico argumentativo. Es riguroso en cumplir los mandamientos de amar a Dios, a sus padres, pero debe revisar, a profundidad, el amor a los otros. El prójimo no es sólo generador de riqueza, es también hijo de Dios, es mi hermano.
La escena del joven codicioso, es la historia de un joven rico material y moralmente. Es como el ideal para nuestra vida: tenerlo casi todo: juventud, riqueza, rectitud de vida según la ley judía, de buena fama; incluso el mismo Jesús lo mira con amor. Sin embargo, la avaricia no le permite que el amor de Jesús llene su corazón – alcancía. Su ímpetu por la riqueza está opacando su búsqueda, algo le falta descubrir para decidir como el joven Salomón, con sabiduría.
Ceños fruncidos y tristes
Nos ponemos tristes, confundidos y decepcionados cuando nos piden despegarnos de nuestras seguridades, superar nuestras obsesiones, radicalizar nuestro camino a la sabiduría.
Cómo dejarlo todo si ese ‘todo’ es el sentido de mi vida. El ‘todo o nada’ de Jesús lo descuadra al ‘joven exitoso’ que sólo le falta ‘algo’ para heredar la vida eterna. Su contexto de ‘ricos’ lo ha encuadrado en la sombra de la felicidad. Cuidado, es contagioso.
El joven se va triste, Jesús se queda triste/decepcionado y los discípulos quedan más confundidos y tristes. “Entonces, ¿quién puede salvarse?”. Quedan preguntas: ¿La economía no da la felicidad? ¿En qué hemos puesto nuestra confianza? ¿Cumplir la ley te hace bueno, pero no necesariamente justo ni santo?
Dios lo puede todo, al 100%
Dios puede salvarte, pero nunca contra tu voluntad. Jesús no duda en prometer el ciento por uno. No lo dudes, ni murmures: “Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido”. Dios ha pagado la factura de Pedro y la de todos por adelantado. Ah y seguimos siendo pobres ¿Cómo entendemos la economía divina?
Un triste joven, como tú, como yo, que cree ser exitoso por lo que tiene y ha logrado. Pero atrápate esto: El joven no necesita más que seguir a Jesús, todo lo que tiene y hace ‘le interesa un rábano’ a Jesús porque lo fundamental es SER, ser de, ser servidor, seguidor. No te salvas tú, solo tú, pues el que salva es Dios.
La alegría de los seguidores.
Para concluir, la propuesta es la alegría de la vida ante la tristeza de las esclavitudes.
La alegría de cumplir la ley es incompleta si no tiene la misericordia.
El afán por acumular cosas y dinero no significa asegurar amigos y familiares.
El repartir y compartir para ajustarnos a la ley no es lo mismo que darse así mismo, entregarse, entregarlo todo a cambio de nada.
Centralizar nuestras carencias y olvidar las gracias de Dios nos van convirtiendo en mal agradecidos.
No basta con 'ser buenos', el objetivo cristiano es “ser santos”
Tu dinero no te salva, esa posibilidad sólo es de Dios. “Ven y sígueme”.
A pesar de tus dudas, quizá nadie venda todo lo que tenga, ni renuncie a la riqueza, la alegría llega al 100 % en una iglesia de pecadores en camino a “dejarlo todo” y “seguir a Jesús”.
Si hoy estás alegre puede ser el primer paso para preguntarte: ¿Maestro bueno, qué me falta para ser santo?
Palabras del Papa Francisco:
Cuando Pedro comenzó a decir a Jesús: «Nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido», la respuesta de Jesús fue clara: no hay ninguno que haya dejado todo por causa de Mí que no reciba todo en cambio. Recibirán todo con aquella medida desbordante con la que Dios da sus dones: Lo recibirán todo. «En verdad les digo, que no hay nadie que haya dejado casa, o hermanos, o hermanas, o madre, o padre, o hijos o tierras por causa de Mí y por causa del evangelio, que no reciba cien veces más ahora en este tiempo: casas, y hermanos, y hermanas, y madres, e hijos, y tierras junto con persecuciones; y en el siglo venidero, la vida eterna».
(Santa Marta, 28 de febrero de 2017)
Lectura del santo Evangelio según San Marcos 10, 17-30
En aquel tiempo, cuando salía Jesús al camino, se le acercó uno corriendo, se arrodilló ante él y le preguntó:
«Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?».
Jesús le contestó:
«¿Por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno más que Dios. Ya sabes los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre».
Él replicó:
«Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud».
Jesús se quedó mirándolo, lo amó y le dijo:
«Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dáselo a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego ven y sígueme».
A estas palabras, él frunció el ceño y se marchó triste porque era muy rico.
Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos:
«¡Qué difícil les será entrar en el reino de Dios a los que tienen riquezas!».
Los discípulos quedaron sorprendidos de estas palabras. Pero Jesús añadió:
«Hijos, ¡qué difícil es entrar en el reino de Dios! Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de Dios».
Ellos se espantaron y comentaban:
«Entonces, ¿quién puede salvarse?».
Jesús se les quedó mirando y les dijo:
«Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo».
Pedro se puso a decirle:
«Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido».
Jesús dijo:
«En verdad os digo que no hay nadie que haya dejado casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, que no reciba ahora, en este tiempo, cien veces más —casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones— y en la edad futura, vida eterna».
Representación china de Jesus y el joven rico, Beijing, 1879.
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