XXIV Domingo del tiempo ordinario (B): La identidad: cargar la cruz y seguirlo
“Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga”
Si te enseñaron sólo a ganar la vida y no el alma es la oportunidad para dar el testimonio de la alegría, de la libertad que da la coherencia, del amor del mismo Jesús.
XXIV Domingo del tiempo ordinario
Año litúrgico 2023 - 2024 - (Ciclo B)
¿Cuál es tu identidad?
La identidad es tema con varios ángulos, es donde inicia y donde termina la calidad, la grandeza, la estructura de una persona, de una institución. La identidad analizada por el ángulo equivocado es un desvío y pérdida de tiempo, de energías y dinero.
La identidad se refiere por ejemplo al cómo ser humano, pensador, político, ser religioso. Te identificas y eres. O sólo te identificas, pero no eres. El ser está “identificado” con quién soy, quién eres, y éstos a su vez con qué hago, qué haces. De tal manera que si dices que eres y no lo haces entonces llega la crisis: incoherencia.
La incoherencia suele ser batida por Jesús en sus diálogos con los fariseos, los escribas. Hoy, Jesús increpa a Pedro porque su incoherencia quería desviar la voluntad de Dios. No piensa como Dios, sino como los hombres. En este caso la incoherencia de objetivos está desviada por el sentido verdadero de ser el Mesías, ha venido para salvar, para cumplir la voluntad de Dios, para sufrir en la cruz. Pero su voluntad no es descender para quedarse con los muertos, sino para resucitar, dar vida.
Ser coherente con Dios
Pensar como Dios es el reto personal. Y la respuesta de Pedro es correcta en su formulación, pero ambigua en su significado. Es lo que me sucede, tener la idea formulada, pero no comprenderla adecuadamente. Les sucedió a los apóstoles, comprenden vagamente quién es Jesús, pero al final la confesión del centurión les deja sorprendidos, lo reconoce como el Hijo de Dios por cómo muere en la cruz.
Perder o ganar la vida
Sus enemigos no son los romanos y los que llevan a la cruz, sino los adversarios de Dios, no con armas sino con la muerte. Pedro quiere proteger a Jesús de los sufrimientos, la figura del Mesías imbatible, quiere que se le vea como el Mesías que derrota peleando con fuerzas del cielo y de manera espectacular.
La autorrealización y felicidad que se busca para uno mismo, los que se ponen por encima de todo y creen realizar su vida y salvarla, en realidad las pierden, porque fracasan en su vocación de ser hijos de Dios y ser cada día mejores cristianos.
Identificarse, entonces, con el Hijo de Dios es poner la vida al servicio, ganar la vida donándola. Cada día nos esforzamos por conservar la vida, pero, al igual que Pedro, tenemos la oportunidad de enmendar el comportamiento que divide, el Satanás, de reconciliar nuestra vida: «Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga. Porque, quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará. Pues ¿de que le sirve a un hombre ganar el mundo entero y perder su alma?».
Palabra del papa Francisco
Cuando Jesús les dice claramente aquello que dice a los discípulos, es decir, que su misión se cumple no en el amplio camino del triunfo, sino en el arduo sendero del Siervo sufriente, humillado, rechazado y crucificado, entonces puede sucedernos también a nosotros como a Pedro, y protestar y rebelarnos porque eso contrasta con nuestras expectativas, con las expectativas mundanas. En esos momentos, también nosotros nos merecemos el reproche de Jesús: «¡Quítate de mi vista, Satanás! Porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres» (v. 33).
Ángelus 16 de septiembre de 2018
Lectura del santo Evangelio según San Marcos 8, 27-35
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de Cesarea de Filipo; por el camino, preguntó a sus discípulos:
«¿Quién dice la gente que soy yo?»
Ellos le contestaron:
«Unos, Juan Bautista; otros, Elías; y otros, uno de los profetas».
Él les preguntó:
«Y vosotros, ¿quién decís que soy?»
Pedro le contestó:
«Tú eres el Mesías».
Y les conminó a que no hablaran a nadie acerca de esto.
Y empezó a instruirlos:
«El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser reprobado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días».
Se lo explicaba con toda claridad. Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo. Pero él se volvió y, mirando a los discípulos, increpó a Pedro:
«¡Ponte detrás de mí, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!».
Y llamando a la gente y a sus discípulos, y les dijo:
«Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga. Porque, quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará. Pues ¿de que le sirve a un hombre ganar el mundo entero y perder su alma?».
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