Visita en en el hospital

 La hora de visita

 

padre
Regreso del hijo pródigo (Leonello Spada, museo del Louvre)


Cruzo la puerta recorriendo pacientes,

Me choco con las miradas curiosas al borde de las camillas,

Cuerpos haciendo carne la esperanza, almas expectantes de ángeles, conciencias mecidas en la balanza entre orgullo y el perdón.


A la derecha unos mandiles celestes, azules y escarlatas, vigilan de reojo entre el móvil y el ordenador, a los intrusos, enfermos y alarmas. Entre los guantes quirúrgicos, documentos amarillentos, fórmulas médicas… parecen morder el tiempo, en la frialdad de la frontera de la vida.

 

Saludo con la cabeza para afinar la mirada y buscar el rostro de mi padre,

Camino, reviso desde la derecha y lo encuentro en la última camilla de la izquierda.  En un clima espectante y silencioso me acerco, tomo su mano fuerte y flaca, las huellas de las agujas son moretones, y respiro como evitando ahogarme en la piscina de lágrimas.

Su mano aprieta la mía, su mirada es débil y angelical, como contemplando a alguien conocido,  rema en sus recuerdos, una sonda le impide la viva voz, tampoco me salen palabras. Solo quedan las manos como vasos comunicantes de esa misma sangre de padre e hijo.


Se desprenden gotas cristalinas de su trajinada alma, sus canas destacan en su piel colorada, la costra de la ceja izquierda y la rigidez de su cuello son rezagos del infarto y caída.


Pero èl llora, una rara intuición le asalta, balbucea refiriendo la voluntad de Dios. 

El vecino rompe el silencio, su tono de voz evoca las calles empedradas del Huauco, “yo lo he conocido joven, formó la banda de músicos”, y callaba conteniendo su respiración, “ayer ha rezado una ave maría completa” suelta el aire de esperanza; escucho, y afirmo. Y entonces, salen las preguntas, ¿usted es su hijo?, ¿cómo lo encuentra a mi paisano?..., otra vez el silencio espeso en sus palabras, gira su mirada a su esposa como reclamándole algo a la vida: “por su padre es capaz de venir desde tan lejos”; su esposa mueve la cabeza y sonríe; le cambia de conversación, siguen inmersos en sus historias, mientras yo tengo su mano, miro los valores de las máquinas, no logro descifrarlas, suena una alarma, llega una mujer y la desactiva, y desaparece murmurando.


Busqué dónde sentarme, al pie de su camilla, después del paisano estaba una señora, luego una anciana cuidada por su hija, y seguían 3 camillas más. Cada historia estampada en lo que pueden ser los últimos momentos en este mundo. Con la frente pegada a su brazo quería retroceder el tiempo.


Aquellos pasillos impactan poblados de gente en una silla de madera, un banco de plástico o una camilla. Entre los pitidos de las alarmas y los quejidos de dolor brilla la necesidad de un mundo más humano, de verdaderos compañeros en la enfermedad. La hora de visita es más que 60 minutos, es una vida, de dónde vengo y a dónde voy.


Literatura/ Poesía

(Autor: Laepi) (Calle 7)

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