Un triángulo de amor
El día que experimenté el amor es un día como hoy, con todos los gestos, el mismo calor generoso del sol, el viento vital quebrando suspiros, las palabras creadoras. Es un amor más antiquísimo que los abismos, los manantiales, la montaña, la tierra, la hierba, el cielo. Este amor es un encanto cotidiano, es un gozo humano.
Necesito de ese amor derramado en mi corazón, que me dé paz, esperanza; no me defraudará incluso en la tormenta. Esa química transforma. Es capaz de hacer de mi fragilidad una firme fortaleza y de la dureza del corazón la más sensible y tierna maternidad.
Su corazón se ha trastornado por mí, sus entrañas se han conmovido, me mira con una profunda ternura, me ha tomado de los brazos para enseñarme a caminar. Soy una persona amada. Debería esperar amenazas (mi conciencia sabe por qué) pero me alza como a un niño a su mejilla, y se inclina para darme de comer.
Apenas te despides ya te extraño, me aterra la soledad. Aunque me repites a cada momento que estarás presente y volverás, sigo débil como una vasija de barro. “El Señor se apareció a Abraham en el bosque de encinas de Mambré, mientras Abraham estaba sentado a la entrada de su tienda de campaña, como a mediodía. Abraham levantó la vista y vio que tres hombres estaban de pie frente a él. Al verlos, se levantó rápidamente a recibirlos, se inclinó hasta tocar el suelo con la frente y dijo: – Mi señor, por favor, le suplico que no se vaya en seguida” (Génesis 18, 1-3).
Ese día que me enamoré sigue vivo, pero como un manantial, más lo abres, más agua viva encuentras. Insatisfecho debería valorar mejor el amor que me regalas. Aunque a veces parece no poder encontrarte, tienes muchas cosas que decirme, no me dejo guiar a ese verdadero amor. Acepta mi debilidad, mis miedos y desconfianzas. Acéptame y ámame más, no lo vayas a olvidar.
0 Comments